DOMINGO DE RAMOS A
“Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt.21,9)
Este domingo abre la Semana Santa y hoy recordamos a Cristo entrando triunfalmente a
Jerusalén, hecho que se verificó exactamente el domingo antes de su Pasión. Es la única
manifestación pública de Jesús, pues Él se había opuesto siempre a ellas y hoy Él mismo se
deja llevar en triunfo. Ahora que está preparado para su oblación en la cruz, se deja llevar
triunfalmente aceptando su aclamación pública como Mesías. Y precisamente en estos
momentos en que se aproxima la Pascua acepta esta aclamación, porque muriendo en la cruz
será verdaderamente el Mesías, el Redentor, el Salvador. Pero Cristo es un rey distinto al que
conoce Israel, es un rey manso y humilde que viene montado en un asno y que proclamará su
realeza solamente en los tribunales de Pilatos y que sólo será titulado rey en la cruz de la
redención.
Sin duda alguna que el Espíritu ha suscitado en la gente esa espontánea aclamación a Jesús:
“Hosanna al Hijo de David, bendito el que bien en nombre del Se￱or”, aunque quizás no la
entiendan en toda la realidad de su significado: que Jesús se encamina a través de la Pasión y
la Muerte a la plena manifestación de su realiza divina. Ellos no podían comprender el pleno
significado de esta aclamación y menos aún que un rey y libertador se encaminara a la muerte
y a la muerte ignominiosa de la cruz. La cruz y la resurrección suscitaron la fe de muchos y hoy
esa misma fe hace que los fieles repitan esta misma aclamación de la realeza de Jesús en
consonancia con el Misal Romano: “Tú eres el Rey de Israel y el noble Hijo de David, tú que
vienes Rey bendito, en nombre del Señor () ellos te aclamaban jubilosamente cuando ibas a
morir, nosotros celebramos tu gloria ¡oh Rey eterno!
Hoy la liturgia nos invita a seguir al Jesús a Calvario, donde muriendo en la Cruz triunfará para
siempre sobre el pecado y la muerte. Estos son los sentimientos de la Iglesia que ora mientras
se bendicen los ramos de olivos para honrar la obra de la salvación y unirse a Jesús con
devoción profunda para triunfar del enemigo. Unirse a Cristo en su Pasión y Muerte, honrando
su Pasión, es el modo más firme de saber triunfar con Cristo del enemigo, que es el pecado.
Leamos con detención las lecturas de la Misa, que nos introducen plenamente en la Pasión del
Señor. El profeta Isaías y el salmo responsorial nos revelan los detalles de la Pasión. El profeta
las relata con tremenda realidad: “ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los
que me tiraban la barba. No oculté mi rostro a insultos y salivazos” (Is.50,6). Esta es la
Voluntad del Padre. El Siervo del Señor está total y sumisamente orientado a ella y por eso
acepta el sacrificio de sí mismo por la salvación de los hombres. “El Se￱or Dios me ha abierto
el oído y yo no me he rebelado ni me he echado atrás” (Ib.5). Por eso le vemos arrastrado a los
tribunales y de allí al Calvario y tendido sobre la Cruz se hace realidad la Escritura: “me
taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos” (Sal. 22). A esto vemos reducido al
Hijo de Dios por un solo y único motivo: “el amor”. Amor al Padre, cuya gloria quiere resarcir y
amor a los hombres a los que quiere reconciliar con el Padre.
Sólo un amor infinito puede explicar las humillaciones de Jesús. “Cristo a pesar de su condici￳n
divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la
condici￳n de esclavo”, dirá el apóstol Pablo (Fil.2.6-7). Cristo lleva a los límites extremos su
renuncia a hacer valer su condición divina. Se despoja totalmente de todo lo suyo tomando la
condición de esclavo. Se somete al suplicio de la cruz y a los más amargos insultos y los
soporta por amor. Por amor entregó su vida, por amor fundó la Iglesia y por amor nos conduce
a la liberación total -al final- cuando Él venga en toda su gloria.
La Iglesia nos propone la Pasión de Cristo con toda su cruda realidad para que quede claro
que Él siendo verdadero Dios, es también verdadero hombre y que como tal sufrió. Y que
anonadando todo vestigio de su naturaleza divina, se hizo hermano de todos los hombres
hasta compartir con ellos el sufrimiento, el dolor, y la muerte. Y todo esto para hacer al hombre
partícipe de su divinidad. Hoy comienza la Semana Santa, vivamos con un corazón bien
dispuesto y sigamos los pasos de Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección, para que unidos
a Él encontremos nueva vida, y renovados en Él podamos ser participes de la renovación del
mundo y de la sociedad que nos rodea.
Que la Virgen, al pie de la cruz, nos asocie a la Pasión del Señor.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo Puerto Iguazú