DOMINGO de RAMOS A
La hora de la verdad
Todos nos encontramos en algún momento de nuestra vida con la hora de
la verdad . Son esas situaciones insoslayables en que hay que tomar partido,
jugarse la vida a una carta. En la jerga torera, la hora de la verdad hace
referencia a ese momento decisivo y último en que, dejando atrás los pases
florados y los aplausos, hay que enfrentarse al toro a pecho descubierto,
sabiendo que la muerte ronda a toro y torero.
Contaba D. José María Pemán que, en las afueras de algunas ciudades, se
conservaba todavía lo que llamaban “el Campo de la verdad”. Era el lugar
en que, en épocas de persecución, vivieron los mártires su hora de la
verdad: el martirio.
Jesús vivió siempre en la hora de la verdad. Pero hubo en su vida una hora
reiteradamente subrayada por los evangelistas: “ He aquí que llega la
hora. ”. Es la hora que va a coronar la fase suprema de su actividad, que
Jesús compara con la hora de la mujer, cuyos dolores de parto marcan la
aparición de una nueva vida. Es una hora de sufrimiento, porque
desencadena un rudo combate interior al ser también la hora del enemigo y
del triunfo aparente de las tinieblas. Es la hora de Dios , fijada por Él, que
Jesús ha de vivir según la voluntad del Padre.
Según el evangelista san Juan, hay una hora - “mi hora ”, dice Jesús- que ni
siquiera su Madre la puede adelantar: “ Mujer, todavía no ha llegado mi
hora” . Cuando llegue su hora - “ se acerca la hora..., esta es la hora ”- Jesús
va a vivirla, como si hubiera venido sólo para “esta hora”: la hora del amor
llevado hasta el extremo, una hora que va a vivir libremente, como si
dominara los acontecimientos.
El domingo de Ramos nos presenta dos fragmentos evangélicos. Uno, la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Otro, cinco días después, su pasión y
su muerte. Uno, la aclamación alborozada del pueblo que, alfombrando el
camino con ramos, gritaba: “ Bendito el que viene en nombre del Señor ”.
Otro, la hora de la verdad: cuando la misma gente que ayer le aclamaba,
grita hoy desaforadamente: “¡Crucifícale ”!, sabiendo que no tenía delito
alguno.
El domingo de Ramos tiene, pues, su cara y su cruz. Por una parte, la
exultación, que parecía sincera. Por otra, el incomprensible rechazo de
alguien que, “ pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos”.
Ante estas terribles paradojas, al comentarista le surgen preguntas que
comparte:
¿En qué cimientos se apoya mi opción cristiana, que tan fácilmente paso,
como los coetáneos de Jesús, “del infinito al cero”, del entusiasmo al olvido,
a la traición? ¿Por qué este balanceo entre mis domingos de ramos y mis
viernes no santos? ¿Qué es éste tejer y destejer de mi vida, pasando tan
fácilmente de las palmas a los pitos, del aplauso al vituperio?
¡Qué vergüenza tan grande comparar esta volubilidad mía en mis
decisiones, con la fidelidad alarmante del amor de Dios! Porque, es verdad,
Dios nunca me ha vuelto la espalda. Al contrario, me ha recordado que
aunque una madre abandonara al hijo de sus entrañas, Él jamás me
abandonará. En las palmas de su mano me tiene tatuado ” (Isaías).
Al hombre, a todo hombre, tarde o temprano, nos llega nuestra “hora de la
verdad”. El sufrimiento, la tristeza, la soledad, la incomprensión, la
enfermedad, la muerte, nos van siguiendo como lobos hambrientos desde
la cuna. Con esto no digo que el hombre este hecho sólo para sufrir. Pero
prepararse para esa “hora de la verdad” no es masoquismo. Aprender a
cargar con la cruz y seguir a Jesús es entender que nuestro “viernes santo ”,
vivido en comunión con Él, se hace liberación y redención para uno mismo y
para todos los hombres; es creer que “ por la cruz se va a la Luz, que por la
muerte se va a la Vida” . La cruz es el árbol florecido en victoria.
¡Buena y fructuosa Semana Santa! ¡Feliz Pascua de Resurrección!
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos