Semana Santa
Sábado. Vigilia Pascual en la Noche Santa
Lecturas bíblicas:
I Lecturas del Antiguo Testamento:
1.- Gn. 1,1-31; 2,1-2 Vio Dios que todo lo que había hecho era muy bueno.
La Creación del mundo, descubierta, revela al Creador. De este descubrimiento
surge un relato de la creación en que la palabra poderosa de Dios es proclamada en
la raíz de cosmos y del hombre. Visto desde el Creador, el mundo es todo bueno:
desde la luz que domina a la tiniebla, hasta el primer hombre y la primera mujer,
fecundos y creadores de nueva vida, están en la cumbre de todo lo creado para
referirlo todo al Creador. La visión armónica del mundo ilumina el caos los
momentos oscuros de la historia humana.
2.- Gn. 22,1-18: Sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe.
El hijo del sacrificio es el que salva a Abraham. La confianza en que no lo perdería
le anima a no retenerlo. Retenerlo como propiedad hubiera disminuido la grandeza
de su de la posesión y de los poseído. Abraham recobra al hijo multiplicado en un
pueblo; en él está Dios que se lo devuelve. El Dios que prueba es el que salva por
el hijo entregado. El sacrificio de dar lo que parece ofrecería un sentido, tiene como
recompensa, que todo obtenga un sentido; es la lógica de la fe.
3.- Ex. 14,15; 15,1: Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto.
La liberación concreta de una opresión histórica, la de Israel de Egipto, se convierte
en modelo de todas las liberaciones. Tuvo un significado teológico, porque Yahvé
vino en ella como Salvador. El pueblo de Israel la contó y la cantó. El pueblo
liberado de la esclavitud, como recién nacido, de las aguas de la muerte, surge para
seguir luchando, por conquistar la tierra prometida, hasta la liberación definitiva
que las abarca todas
4.- Is. 54, 5-14: Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.
El pueblo de Israel en el destierro babilónico, se siente como madre estéril, ciudad
en ruina. El hombre de Dios, sabe que algo está pasando por dentro de su alma,
está pronto a salir fuera como palabra profética. El símbolo esponsal le sirve al
profeta para hablar de la cercanía y de la actitud de amor de Dios hacia el pueblo
que se siente abandonado a su suerte. La casa va a ser reconstruida, no como
opresión sino sobre justicia. El mensaje canta ya como viviendo lo que su voz
proclama a Israel.
5.- Is. 55,1-11: Venid a mí y viviréis; sellaré con vosotros alianza eterna.
La sed de aspiraciones no saciadas y la mortificante ineficacia del hombre tensan al
hombre hacia el infinito de Dios. Dios viene al encuentro de su pueblo en esos
precisos momentos históricos. El profeta lo sabe cercano, en la misma palabra que
anuncia. La alianza eterna y la palabra eficaz, que vuelve al cielo sin efecto, son las
categorías que le sirven para trazar un puente de luz entre la infinitud y la
inmediatez. El pueblo que oye a Dios en su palabra se hace testigo suyo entre los
pueblos.
6.- Bar. 3,9-15; 32; 4,4: Camina a la claridad del resplandor del Señor.
La humilde comunidad del pos-exilio, escucha un llamado a la conversión a la
sabiduría. La exhortación del sabio ve en ella la clave de la vida feliz, en
contrapunto, con la vida opaca del destierro en la propia patria. La sabiduría
personificada se identifica con la ley; y se muestra como camino de luz, de paz y de
vida, en cuanto que Dios mora en ella. La Sabiduría reveladora de Dios se
encuentra en el libro de la Creación y en de la historia de los hombres.
7.- Ez. 36,16-28: Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón
nuevo.
El pueblo de Dios es una promesa que se realiza en la esperanza. Querer construirlo
es signo muy pobre de lo quieren la promesa y la esperanza. El profeta del
destierro, sin embargo, sabe de una fuerza que transforma desde dentro. Es un
sentir nuevo y en un nuevo modo de vivir nuevo se está manifestando el Espíritu de
Dios, siempre creador. No se manifiesta en el corazón de piedra sino en el corazón
de carne, donde ahora había el Espíritu del Señor.
II Lecturas del Nuevo Testamento:
8.- Rm. 6,3-11: Incorporados a Cristo por el bautismo.
Por nuestra condición bautismal, compartimos con Cristo la filiación divina y la vida
eterna. La llamada del apóstol, es a reconocer que hemos pasado de una vida
caduca a otra de resucitados con Cristo. Si estamos vivos, es para que nuestra
existencia sea para Dios en Cristo Jesús.
9.- Mt. 28,1-9: Ha resucitado y va delante de vosotros a Galilea.
Las mismas mujeres que estuvieron presentes en la sepultura de Jesús vienen a
mirar el sepulcro; lo que encuentran es al mensajero divino, un ángel del Señor, y
escuchan sus palabras. El terremoto y su bajada del cielo hablan de que Dios tiene
algo muy importante que comunicar. Sus vestiduras resplandecen, como las de
Jesús en el Tabor, en su Transfiguración; los centinelas quedan reducidos al temor
ante su presencia, el ángel hizo rodar la piedra y se sentó ante ellas. El evangelista
en el fondo trata de explicar lo inexplicable: nadie fue testigo de la resurrección de
Jesús. El acontecimiento de la resurrección corresponde a los actos ocultos de Dios
o de su vida, que ningún hombre puede contemplar. Pareciera que basta la fe de
los testigos y del evangelista con afirmar que participaron el mensajero divino en
este acontecimiento trascendental. Fueron los ángeles los que anunciaron su
nacimiento en Belén, también serán ellos los que lo acompañen en su regreso
como Hijo del Hombre, Juez de vivos y muertos. Fueron ángeles los que lo
acompañaron y sirvieron luego de las tentaciones en el desierto, también son ellos
los que ahora son testigos de su resurrección del sepulcro. Cuando el huerto de los
Olivos, fue hecho prisionero, Jesús no pidió la ayuda de los ejércitos celestiales,
ahora vienen en su ayuda, luego de la entrega de su vida en la Cruz. El ángel les
dice a las mujeres el mensaje que ya el sepulcro dice por si sólo y que él dice en
nombre de Dios: Ha resucitado. Buscaban al crucificado, pero ya no está; la
muerte fue devorada por la victoria. Dios Padre no ha permitido que el Santo
conociera la corrupción, las señales de la muerte de Jesús, hablan a las claras que
ha comenzado un tiempo nuevo, la etapa final. Son los signos que anuncian la
nueva creación: la luz de la madrugada, el terremoto que abre la tierra, la muerte
vencida para siempre, el pagano centurión que ha proclamado al pie de la Cruz
que verdadera el Crucificado era el Hijo de Dios, el Justo (cfr. Mc. 15,39; Lc.
23,47). Ahora viene la confirmación de parte de Dios: Jesús ha dicho la verdad. El
nuevo tiempo es en verdad el último tiempo de la humanidad. La noche se vuele
día, es el primer día de la nueva creación. La sentencia que Dios hecho sobre el
pecado, en la muerte redentora de Jesús por la humanidad, se transforma en
sentencia de gracia y libertad, amor y unión para todos los que creen. Gracia que
los justifica, libertad de la tiranía que la muerte ejercía sobre los hombres, amor
que los santifica y la unión con Dios como meta definitiva de sus existencias. En un
segundo momento encontramos la orden que el ángel les da a las mujeres
comunicar a los discípulos: que vayan a Galilea, ahí lo verán glorificado. Los que no
lo vieron muerto, porque habían huido, ahora lo contemplarán vivo y glorioso, si
vuelven a ÉL. Las mujeres se alegran por el mensaje que Jesús está vivo, pero
también las invade el miedo ante la presencia de la gloria de Dios. La alegría o el
gozo que sienten lo transforma todo: el sepulcro ya no lugar de tristeza y de llanto
fúnebre, sino de jubilosa alegría para ellas y todos los que esperaban el
cumplimiento de las promesa que Jesús había hecho: al tercer día iba a resucitar.
Cuando las mujeres van de camino, Jesús resucitado se les presenta y las saluda:
“Salve” (v. 9). Este saludo es familiar, corriente si se quiere, no es una solemne
bendición: Con ello nos quiere enseñar el evangelista, la cercanía de Jesús son los
suyos. Las mujeres caen de rodillas y le adoran y Jesús confirma lo dicho por el
ángel: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”
(v. 10). Jesús habla en tomo mucho más coloquial que el ángel, mientras éste los
llamó “sus discípulos” (v. 7), Jesús habla de “mis hermanos” (v. 10). El hecho de la
peregrinación los unirá interiormente por la fe y el amor hasta la unión definitiva
con Él. Jesús, verdaderamente está en medio de sus hermanos, como Señor
viviente. Con toda la Iglesia digamos: Aleluya, Aleluya ¡¡¡Cristo Jesús a
Resucitado!!! Aleluya, Aleluya.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD