Domingo de Pascua A
“Este es el día que hizo el Señor, alegrémonos y regocijémonos en él,
¡Aleluya!
Es el día más grande del año, porque el Señor de la vida había muerto y ahora triunfante
vuelve a la Vida. Dice el apóstol San Pablo: “Si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra
fe” (1 Cor. 15) y tiene razón, pues, ¿quién podría creer y esperar en un muerto? Pero ¡Cristo
vive! “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado – no está aquí- dijo el Ángel a las mujeres
(Mt.16,6).
El sepulcro vacío y el anuncio de la resurrección del Señor produjo en un primer momento
temor y espanto de modo que las mujeres “huían del sepulcro y a nadie dijeron nada, tal era el
miedo que tenían” (ib.8). Pero con ellas y quizá habiéndolas precedido, se encontraba María
Magdalena que viendo quitada la piedra del sepulcro, corrió en seguida a comunicar la noticia a
Pedro y a Juan: “han quitado al Se￱or del sepulcro y no sabemos donde lo han puesto” (Jn.
20.1-2) Corrieron ambos discípulos hasta el sepulcro y entrando en la tumba “ven las fajas allí
colocadas y el sudario envuelto aparte” (ib.6-7). Entonces ¡ven y creen!
Es el primer acto de fe en Jesús resucitado de la Iglesia naciente, provocado por la
constatación de la tumba vacía. Semejante piedra no podía moverse de forma alguna sino con
el esfuerzo de muchos. Los discípulos creen porque han visto, por el testimonio de una mujer,
por la visión del ángel y por las fajas mortuorias encontradas en el sepulcro vacío.
Si se hubiera tratado de un robo, ¿quien se hubiera preocupado en dejar los lienzos tan
ordenadamente colocados sobre la piedra de la tumba? Estas son cosas sencillas, pero de las
que se sirve el Espíritu de Dios para recordar en la mente de los apóstoles lo que dice la
Escritura acerca de que era preciso que él resucitase de entre los muertos” (ib 9). Tampoco
comprendían todavía los apóstoles; lo que Jesús mismo les había dicho tantas veces sobre su
resurrección. Pedro cabeza de la Iglesia y Juan el discípulo al que Jesús amaba, tuvieron el
mérito de recoger las “se￱ales” del Resucitado: la noticia traída por una mujer, la tumba vacía,
los lienzos acomodados en él.
Aunque bajo otra forma, las “se￱ales” de la Resurrecci￳n se ven todavía presentes en el
mundo: en la fe heroica, en la vida evangélica de tanta gente humilde y escondida; en la
vitalidad de la Iglesia que las persecuciones externas y las luchas internas no llegan a debilitar,
como así tampoco el pecado y la debilidad de sus miembros. Pero que ¡gran signo de la
resurrección, la vida y el testimonio de tantos santos del siglo, la vida y obra de Teresa de
Calcuta, el Padre Pio, y tantos otros!
El gran milagro de la Eucaristía es la presencia viva de Jesús resucitado, que celebrada cada
día continúa atrayendo, alimentando, aliviando el corazón de los hombres y atrayéndolos hacia
sí. Toca a cada uno de nosotros vislumbrar y aceptar estas señales, creer como creyeron los
apóstoles y hacer cada vez más firme la propia fe.
San Pedro proclama que “Dios le resucit￳ al tercer día, y le dio manifestarse…a los testigos
elegidos de antemano por él, a nosotros que comimos y bebimos con él después de resucitado
de entre los muertos” (Hech. 10, 40-41). Vibra el corazón del jefe de los apóstoles por los
grandes hechos de los que ha sido testigo, por la intimidad con Jesús resucitado, sentándose
en la misma mesa, comiendo y bebiendo con él. La Iglesia invita a todos los fieles a una mesa
común con Cristo, en la cual Él mismo es la comida y la bebida: “ha sido inmolada nuestra
víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua.
San Pablo exhorta a los cristianos a eliminar, la vieja levadura de la maldad y la malicia, para
celebrar la Pascua “con ácimos de la pureza y la verdad” (1 Cor. 5, 7-8). A la mesa del
verdadero cordero tenemos que acercarnos los hombres con un corazón limpio de todo
pecado, con el corazón renovado en la pureza y la verdad. Es decir con el corazón propio de
los que han resucitado a una vida nueva y son criaturas nuevas. La resurrección del Señor, su
“paso de la muerte a la vida” debe reflejarse en el corazón de todos los creyentes, como un
paso del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo.
El apóstol San Pablo nos dice: “si fuisteis resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba
donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, pensad en las cosas de arriba, no en las de la
tierra” (Col 3.1-2). La necesidad de ocuparse de las cosas terrenas, no debe impedir a los
“resucitados con Cristo” el tener el coraz￳n dirigido a las realidades eternas, las únicas
definitivas. Aunque tengamos la tentación de asentarnos en este mundo como si fuera nuestra
única patria, no debemos olvidarnos que la Resurrección del Señor es una fuerte llamada a
vivir con el corazón puesto en Él y hacer las cosas de la tierra, con tanto amor, de forma tal que
gocemos con él definitivamente en la gloria.
Que la Virgen, madre de Jesús y testigo de la resurrección, nos acerque a Cristo Resucitado de
entre los muertos.