DOMINGO DE RAMOS (A)
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
13 de abril de 2014
Mt 26, 14-27, 66
Queridos hermanos y hermanas:
La primera parte de la celebración ha tenido un clima festivo, centrada como estaba en
la entrada de Jesús en Jerusalén y en la aclamación jubilosa al
Hijo de David
. La
segunda parte, la de la liturgia de la Palabra, es seria, llena de densidad, dramática
por el rechazo que sufre Jesús, por sus sufrimientos y por su muerte. No son, sin
embargo, dos partes desconectadas, ni carentes de relación; como si la entrada
triunfal del Señor en Jerusalén quedara abocada al fracaso de la pasión. Porque, en la
segunda parte, la pasión y la muerte de Jesús se abren a la Pascua. Y, por tanto, a la
esperanza y la alegría. El
hosanna al Hijo de David
que cantaba la gente de Jerusalén
y que nosotros hemos repetido, llega a su plenitud cuando se convierte en una
aclamación al Cristo resucitado.
En el relato de la pasión que acabamos de escuchar, hay una frase impresionante,
densa en su significado literal y aún más densa en su dimensión profética. Ante la
actitud de Pilato de lavarse
las manos
como signo de que no es responsable de la
condena de Jesús, sino que lo son los que lo habían traído y lo acusaban,
todo el
pueblo respondió:
que
¡su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
Diciendo esto se hacen responsables de la condena a muerte de aquel que consideran
un blasfemo. Esta frase, sin embargo, no significa que el pueblo judío en su conjunto
sea responsable de la muerte de Jesús y por eso no puede ser causa de
antisemitismo, como en el pasado ha sido para algunos. Más allá de expresar el hecho
de que aquellos que estaban allí, influenciados por los
grandes sacerdotes y los
ancianos
, asumen la responsabilidad de la condena a morir crucificado, la frase a los
ojos de los cristianos se convierte en una profecía. Ellos dicen: que
¡su sangre caiga
sobre nosotros y sobre nuestros hijos
! Se trata de la sangre que Jesús derramará en la
cruz. Y este Jesús es el Hijo de Dios, tal como él había reconocido ante el gran
sacerdote y todo el sanedrín (cf. Mt 26, 63-64), y como lo reconocerá después de la
ejecución el centurión que mandaba la guardia:
Realmente éste era Hijo de Dios
(Mt.
27, 54). Lo era y lo es! Por eso la sangre derramada en la muerte del
Hijo de Dios
es
fuente de salvación para todos y cae sobre la humanidad como un rocío beneficioso,
sólo hay que acoge-lar con fe.
Siguiendo todo lo que hemos escuchado en la pasión de Jesús, comprendemos como,
por amor nuestro y por nuestra salvación, el
Hijo de Dios
ha querido compartir la
semejanza con nosotros con el sufrimiento y la muerte hasta la soledad del sepulcro,
cerrado con
la piedra
grande
que
hicieron rodar
. Para comprender el amor de Dios que
se abaja hasta hacerse suya nuestra realidad, hay que acercarse espiritualmente -
como dice un autor contemporáneo- el cuerpo muerto del
Hijo de Dios
y conmoverse
ante su experiencia humana vivida hasta al límite (cf. Innos Biffi: :
L’O.R.
, 7.4.2012, p.
4). El
Hijo
, después de derramar la
sangre
de una manera cruel se convierte en un
muerto como todos los otros muertos, un muerto más como tantos hay en nuestros
cementerios. De esta manera ha llevado su igualdad con nosotros hasta el extremo
donde llega todo ser humano, cuando parece que se acaba toda esperanza. Así lo
significaba la
piedra
grande
que hicieron
rodar para cerrar la entrada del sepulcro
.
Jesús, sin embargo, a pesar de bajar hasta el fondo de la aniquilación de la muerte, no
fue abandonado en el sepulcro, la muerte no podía retenerlo cautivo (cf. Hch 2, 24).
Por ello, la mañana de pascua,
el ángel del Señor
volvió a hacer
rodar la piedra
(Mt
28, 2), pero esta vez para abrir
el sepulcro
para siempre. Y, porque Jesús venció la
muerte, es causa de liberación y de salvación. Porque venció la muerte, su sangre cae
beneficiosamente sobre la humanidad. Este hecho nutre nuestra esperanza de que
Dios no nos abandonará, tampoco, en la muerte. Jesús, el
Hijo de Dios
, es compañero
de toda persona que experimenta el sufrimiento y la muerte, de toda persona que es
llevada a la tumba. Y si es compañero hasta la muerte, hará
rodar
todos los cierres de
los sepulcros y será compañero hasta la Pascua eterna, basta vivir la fe en él y en su
palabra, basta vivir la fidelidad a la conciencia recta. Porque la inmortalidad ha
comenzado a existir en Jesucristo y es ofrecida a todos.
Que ¡su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos
! La sangre salvadora de
Jesús llena el cáliz eucarístico para traernos vida y salvación, para ofrecernos la
bebida de la inmortalidad. En nuestra condición de discípulos, y tal como oíamos al
inicio del relato de la pasión y repetiremos al hacer el memorial de la cena del Señor,
somos invitados por Jesús mismo:
Bebed todos, que esto es mi sangre, la sangre de
la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados
.