VIERNES SANTO - CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
18 de abril de 2014
Jn 18, 1 - 19, 42
¿A quién buscáis? Cuando quienes la iban a coger llegan al huerto de Getsemaní,
Jesús se adelanta, toma la iniciativa y les pregunta dos veces: ¿A quién buscáis? Esta
pregunta, hermanos y hermanas, nos recuerda otros dos momentos del Evangelio
según San Juan en los que el Señor hace una pregunta similar. Al inicio de su
actividad pública, lo pregunta a los dos discípulos de Juan Bautista que habían
empezar a seguirlo: ¿qué buscáis? , les dice (cf. Jn 1, 38). Y casi al final del Evangelio,
ya la mañana de pascua, viendo a María Magdalena que llora ante el sepulcro vacío,
le hace: ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Jesús quiere hacerse presente en la
búsqueda humana, sabe que él es la respuesta a las inquietudes del corazón y de la
inteligencia. Por eso a los primeros les invitan a ir con él y ver su manera de hacer y
de ser. Y a María Magdalena se le manifiesta como vencedor de la muerte con la
forma tierna y amistosa de pronunciar su nombre.
En Getsemaní, preguntando ¿A quién buscáis? Jesús pone a los que han venido a
detenerlo frente a su propia responsabilidad. Ellos no buscan al Maestro y Señor, que
ama entrañablemente y da la vida, que habían descubierto los dos discípulos y María
Magdalena. Ellos buscan, privados de la mirada de fe como están, al blasfemo e
impostor que se ha declarado Hijo de Dios . A pesar de la intensidad del momento y del
peligro que le supone, Jesús no huye, ni permite que los suyos le defiendan. Es él
quien se preocupa de defenderlos porque los ama: si me buscáis a mí, dejad marchar
a estos . Él quiere beber decididamente el cáliz que el Padre le ha dado . Para eso
había venido al mundo, aunque ante lo que le viene encima tiene el alma turbada (cf.
Jn 12, 27).
En este viernes santo, ante el Cristo clavado en cruz, tenemos que oír esa pregunta
dirigida a nosotros: ¿A quién buscáis? ¿Qué indagación hay en nuestro corazón y en
nuestra inteligencia? ¿Por qué estamos aquí?
Guiados por el relato de la pasión según San Juan que acabamos de escuchar e
iluminados por la fe, podemos responder a la pregunta. Buscamos a aquel que, por
amor al Padre y a la humanidad, está dispuesto a llevar a cabo su misión hasta el final
sin desfallecer; aquel que voluntariamente se enfrenta a la muerte para curar nuestras
heridas, para otorgarnos el perdón, para llevar a cabo la salvación de todos.
Buscamos aquel que, a pesar de la crueldad extrema que ha sufrido por parte de sus
adversarios y de sus verdugos, después de haber visto pisada hasta el máximo su
dignidad humana y de haber sido víctima de una gran injusticia, ha transfigurado
desde dentro todas las situaciones por dolorosas que fueran y ha hecho ofrenda al
Padre y a los hermanos en humanidad. Buscamos aquel que Poncio Pilato ha
presentado al pueblo diciendo: aquí está el hombre , aquel, por tanto, que restaura la
imagen desfigurada del hombre viejo y hace emerger el hombre nuevo, el hombre
según Dios. Buscamos aquel que nos ayuda a ser, también a nosotros, hombres y
mujeres nuevos, no centrados en nosotros mismos y en nuestros problemas, sino
abiertos a la Palabra evangélica, al amor del Padre y de los hermanos. Buscamos al
que anuncia la verdad , al que es él mismo la verdad , el criterio de autenticidad de la
existencia humana. Le buscamos para tener fuerzas para vivir nuestros momentos
difíciles, nuestros dolores y nuestra muerte; para ser, a imitación suya, solidarios de
los demás y ayudar y consolar a los que sufren. Le buscamos para agradecerle su
amor sin límites, porque escuchando la pasión intuimos, sin comprenderlo del todo, el
alcance de aquellas palabras que había dicho en la última cena: nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13).
Buscamos a Jesús de Nazaret para que por la fe descubramos que no estamos ante
una fatalidad humana, sino que detrás de los hechos de la pasión y de la muerte, hay
un misterio divino; está la Santa Trinidad que desvela su amor humilde y entregado a
la humanidad. Buscamos a Jesús de Nazaret que, de la aspereza de la cruz, ha hecho
un nuevo árbol de la vida que nos ayuda a afrontar y transformar todas nuestras
cruces y la muerte misma. Le buscamos porque con el aliento de sus labios nos
comunica el Espíritu Santo dador de vida, y de su costado abierto brota la gracia de
los sacramentos y la vitalidad fecunda de la Iglesia.
El buscamos por tantas mociones como sentimos en nuestro corazón al escuchar el
relato de la pasión que es el relato del amor loco de Dios. Le buscamos como
continuadores del discípulo amado, formando Iglesia con la presencia espiritual de
Santa María, la Madre de Jesús que, desde la cruz, él nos ha dado como madre
nuestra. Si le buscamos con sinceridad de corazón, él repite en lo más íntimo de
nosotros mismos: soy yo , "aquí me tienes con los brazos abiertos, eternamente
abiertos, para acoger-te tal como eres y hacer de ti un hombre, una mujer, nuevos”.