Semana de la Octava de Pascua
Lunes
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 2,14. 22-33: Dios resucitó a Jesús.
En la primera lectura, nos encontramos con el segundo sermón de Pedro a los
judíos. Se ha cumplido la profecía de Joel (cfr. Jl.3, 1-5), con la Resurrección de
Jesús de entre los muertos, han llegado los últimos tiempos. Pedro expone el
kerigma de Jesús, hombre acreditado por Dios en todo lo que hacía, milagros,
prodigios y signos (vv. 22-23). Sin embargo, Jesús muere por designio divino,
anunciado por las Escrituras y cuyos responsables son ellos, los judíos. “A este
Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la
diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo
que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el
Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por
escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha
constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» (vv.
32-36). Desde antes de su Encarnación, Jesús era Mesías, y Señor, solo después de
su Misterio Pascual; se ha sentado a la diestra del Padre, siendo constituido Señor,
mejor dicho: Jesús es el Señor (cfr. Hch. 3, 36). Esta es la fórmula original de la
confesión cristiana, de los primeros testigos de origen judío. A las palabras de
Pedro, sigue el arrepentimiento de los judíos, caen en la cuenta, que han llegado
los últimos tiempos, es decir, el momento del Juicio está cerca. Estamos en los
inicios de la tarea evangelizadora de la Iglesia, con los primeros testigos del
acontecimiento Cristo Jesús, los apóstoles, que con su vida sembraron la semilla del
Evangelio en los corazones de los hombres. La Iglesia, va tomando Cuerpo,
precisamente por la Palabra y celebraci￳n de la Eucaristía; “la Iglesia hace la
Eucaristía, la Eucaristía hace a la Iglesia”, ense￱aba el P. Pablo VI.
b.- Mt. 28, 8-15: Aparición de Cristo a las mujeres. Soborno a los soldados.
En el evangelio, encontramos el anuncio de la Resurrección de Jesús por parte del
ángel bajado del cielo. Dado que el sepulcro estaba sellado y vigilado por guardias,
las piadosas mujeres sólo se acercaron para verlo. Salen las mujeres del lugar
convertidas en pregoneras de la Resurrección del Señor Jesús, y los soldados,
muertos de miedo con lo acontecido, van a los Sumos sacerdotes para comunicarles
lo ocurrido (cfr. Mt.28,4). Las mujeres no deben temer nada porque fieles al
Maestro en la hora del dolor, ahora se les anuncia que ha resucitado (Mt.28, 5-10).
Ellas buscaban al Crucificado muerto, pero encontraron, con una alegría
desbordante a Jesús Resucitado que les sale al encuentro (vv.9-10). La carrera de
las discípulas termina en Jesús, que les dice que no teman y lleven al anuncio a sus
hermanos. Es la carrera de la palabra, que suscita la fe, pero también va
acompañada de la calumnia de la incredulidad, mientras a la primera la acompaña
la alegría, a la segunda la sigue la ceguera de no descubrir la aurora de la salvación
que sube en el horizonte del corazón de los hombres de buena voluntad. A los
apóstoles se les manda ir de Jerusalén a Galilea, donde todo había comenzado, ahí
lo encontrarán glorificado. Estaban dispersos, ahora deben reunirse en torno a
Jesús, Señor glorioso, lleno de poder. Los que no lo vieron muerto, porque habían
huido, lo verán ahora resucitado. Los soldados no confesaron que se habían
dormido, como tampoco que temían a la reacción de Pilatos cuando se enterara de
esta falta. ¿Qué interés podían tener los soldados en difundir esta historia? Si los
corazones ya estaban endurecidos, por todo lo que habían vivido los judíos, muchos
creyeron esta mentira. Sin embargo, la noticia de la Resurrección de Jesucristo, el
Mesías, es como luz en medio de las tinieblas. Hizo lo que el Padre le encomendó,
descansó y al tercer día resucitó. Los soldados percibieron la intervención
sobrenatural, pero quedaron presos de la avidez, incredulidad; en cambio las
piadosas y humildes discípulas, quedaron sus corazones iluminados por la antorcha
de la fe que surgió del sepulcro vacío, que se vuelve camino de encuentro con los
hermanos. Las mujeres que acompañaron a Jesús hasta la sepultura de su palabra
sacaron la fuerza de fidelidad para servirle hasta el final. Por su perseverancia las
premia el Señor Resucitado saliendo a su encuentro, también nos espera a nosotros
en medio de la tinieblas, para conducirnos a su misterio pascual. El alba de la
Resurrección se nos hace presente nuevamente, como aurora de gracia y salvación
a cada uno de nosotros hoy.
Santa Teresa vivió el poder de Cristo Jesús cuando le devuelve la salud del cuerpo y
las fuerzas del espíritu para retomar su vida religiosa carmelitana. “Es verdad,
cierto, que me parece estoy con tan gran espanto llegando aquí y viendo cómo
parece me resucitó el Señor, que estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera
bien, oh ánima mía, que miraras del peligro que el Señor te había librado y, ya que
por amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor que pudiera otras mil
veces matarte en estado más peligroso. Creo no añado muchas en decir otras mil,
aunque me riña quien me mandó moderase el contar mis pecados, y harto
hermoseados van. Por amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se
ve más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre (24) a un alma. Sea bendito
para siempre. Plega a Su Majestad que antes me consuma que le deje yo más de
querer” (Vida 5,11).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD