Comentario al evangelio del viernes, 25 de abril de 2014
Queridos amigos y amigas:
La comida es algo más que ingerir alimentos para sobrevivir. Las personas hemos hecho de las
comidas momentos de encuentro, de conversación, de comunión. En ese sentido tienen razón los
dichos sapienciales de la Biblia que dicen que vale más comida humilde con buena compañía que
grandes manjares sin amor. A comer en nuestra casa invitamos a los familiares, a los amigos, a
aquellos con los que tenemos confianza.
A Jesús se le puede conocer de muchas maneras. Una de ellas es viendo con quién comió. Y aquí
aparece, una vez más, su grandeza. Jesús se sentó a la mesa con gente muy variada –discípulos,
fariseos, pecadores…- y haciéndolo vino a decir que su familia eran todos aquellos que estaban
dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, sin importarle otras cosas (origen, clase
social… raza, color de la piel…).
Hoy el Resucitado organiza una comida con sus discípulos. La última vez que habían comido juntos
había sido en la Última Cena. Podía estar enfadado, porque en “la hora” le habían dejado solo: les
pudo el miedo a la confianza. Y sin embargo Él, que les conocía mejor que ellos mismos, les convoca
de nuevo a una comida. Ha preparado las brasas y el lugar. Sólo falta el pescado. Por eso les pide a sus
amigos que hagan lo que saben hacer: pescar. Aunque en adelante, como les había dicho, serán
“pescadores de hombres”. Su ocupación y preocupación ya no serán los peces, sino las personas.
Como hizo el Maestro…
Cada día, cada domingo, Jesús ha preparado el lugar y las brasas. Y nos invita a su mesa: a la
Eucaristía. Cada uno debe llevarse a sí mismo, con su vida, sus preocupaciones, sus logros… Él promete
darnos lo que tiene: su pan y su palabra. Y con eso podemos seguir haciendo camino.
La Pascua es el tiempo de la comunidad, el tiempo de la Eucaristía.
Señor Jesús,
gracias por invitarme a tu mesa.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, claretiano
Luis Manuel Suarez, cmf