DOMINGO DE PASCUA – VIGILIA PASCUAL
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
20 de abril de 2014
Gén 1, 1 - 2, 2
Queridos hermanos y hermanas, os invito a ir con el pensamiento a la primera lectura
de esta vigilia santa. Leíamos el relato de la creación, presentada como el primer acto
de la benevolencia de Dios a favor de la humanidad y como figura de una nueva
creación futura en la que todas las cosas creadas serían transfiguradas. Esta nueva
creación es la que inaugura la resurrección de Jesucristo en la plenitud de la
salvación.
En el segundo día de la creación, el autor sagrado decía que Dios separó las aguas
del cielo y las de la tierra. Haciendo oración, un monje poeta preguntaba: "Señor,
cuando separaste las aguas del cielo y de la tierra y creaste los océanos ¿hiciste
también las lágrimas?” Que es como preguntar: las lágrimas, ¿las has creadas tú,
Señor? Y el monje poeta encontró la respuesta en su corazón contemplativo: "Sí, hice
las lágrimas de alegría. Eva y Adán, después, hicieron las de dolor" (cf. manuscrito
inédito del P. Oriol Diví).
Dios hizo las lágrimas de alegría, las que nos vienen a los ojos cuando la alegría nos
empapa el corazón. En cambio, las lágrimas de dolor son fruto del primer pecado y de
todos los pecados posteriores; son, por tanto, obra humana. Dios no quería las
lágrimas de dolor, las ha provocado el espíritu del Mal al que sucumbe la debilidad
humana. Por eso Dios ha llevado a cumplimiento una nueva creación por medio del
misterio pascual de Jesucristo. Él, el Señor, ha asumido las lágrimas de dolor de Adán
y Eva unidas a las lágrimas de dolor de toda la humanidad. Cristo, en los días de su
vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y suplicas al que podía
salvarlo de la muerte , lo hemos meditado en estos días de la pasión del Señor. Y el
Padre le escuchó… y se ha convertido para todos los que le obedecen en causa de
salvación eterna . (cf. Hb 5, 7-9). Una salvación que no llegará en plenitud a toda la
humanidad hasta el final del tiempo. Entonces, Dios enjugará las lágrimas de sus
ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor (Ap 21, 4). Jesús, pues, ha asumido
todas las lágrimas de dolor del mundo para transformarlas en lágrimas de alegría en la
Pascua. Pero no es una transformación automática. Jesús, con su victoria sobre el Mal
y la muerte inicia un proceso que debe continuar cada día hasta el fin del mundo.
Nosotros nos encontramos en un estadio intermedio, entre la victoria radical de
Jesucristo sobre la causa de las lágrimas de dolor y el abrirse paso de esta victoria
hasta que llegue a toda la humanidad. Las lágrimas de dolor aún empapan la tierra, lo
vemos cada día en nuestro entorno: lágrimas de dolor a causa de la violencia, de la
guerra, los asesinatos, de las injusticias, de las desavenencias, del sufrimiento del
corazón, de las enfermedades, de la muerte. El Señor en su bondad para con toda la
humanidad quiere que los cristianos le ayudamos a ir transformando la lágrimas de
dolor en lágrimas de alegría; quiere que le ayudemos a ir haciendo llegar el fruto de su
victoria pascual a lo más íntimo de todas las personas. Y para poder hacer esta tarea
como embajadores de Cristo resucitado, debemos empezar por renovar nuestro
interior con la gracia de esta Pascua.
Las lágrimas de dolor brotan, también, de los ojos de muchos de los cristianos de
Oriente Medio a causa de la situación difícil y hasta de riesgo que viven. Pero sus ojos
no se ciegan del todo debido a la esperanza que les infunde el anuncio gozoso de la
Pascua y de la solidaridad que les llega de sus hermanos en la fe de todo el mundo.
Esta noche santa de la resurrección del Señor los tenemos bien presentes. Y os
proponemos hacerles llegar, junto con la oración, nuestra ayuda económica. Por ello,
al final de la celebración haremos una colecta para ayudar a los servicios que la Iglesia
presta en esa zona que incluye la Tierra Santa donde tuvo lugar la obra de nuestra
salvación.
Comenzaremos ahora la liturgia bautismal. El sacramento del bautismo nos hace
participar de la gracia de Pascua e inicia en el bautizado una transformación
progresiva que va pasando del pecado que causa las lágrimas de dolor a la vida nueva
que se abre a la alegría del corazón. El agua que Dios nos dio en la creación, se
convierte, gracias a la cruz de Jesucristo, en agua purificadora, en agua que lava el
pecado y renueva el interior del creyente. Y así, se convierte, también, en agua dadora
de vida, que nos hace nacer a la vida de Dios, haciéndonos hijos del Padre, hermanos
de Jesucristo, templos del Espíritu Santo, miembros del Pueblo de Dios que es la
Iglesia. A medida que el bautizado va profundizando su fe, va encontrando dentro de
él una fuente espiritual de agua viva que le lleva al Padre, que lo identifica con
Jesucristo, y le abre a la comunión con todos los hermanos en humanidad, a la
comunión con todas las cosas creadas.
En esta noche santa, llena de los dones de Jesucristo resucitado, daremos la gracia
del bautismo en el Arnau Gubern; nosotros le acompañaremos con la oración y
renovaremos las promesas bautismales para que el Señor revitalice en nuestro interior
el don que nos hizo al ser bautizados. Nos alegramos con Arnau y con sus familiares;
se alegra particularmente la Escolanía, de la que forma parte. Hecho hijo de Dios por
el agua bautismal y por el Espíritu Santo, participará después de la mesa eucarística
que Jesucristo dispone para aquellos que han sido hechos hijos del Padre del cielo.
Dejémonos llevar, pues, por el simbolismo tan rico de la liturgia de esta noche y por la
oración de la Iglesia que lo acompaña. A través de los signos sacramentales, el Señor
resucitado se hace presente entre nosotros -de una manera invisible, pero real- y
actúa con la gracia que proviene de su cruz gloriosa. Así va transformando a lo largo
de la historia humana todas las lágrimas de dolor en aliento de esperanza y en
lágrimas de alegría.