II Semana de Pascua
Miércoles
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 5, 17-26: Pedro es liberado de la cárcel.
La encarcelación primera de Pedro y Juan, fue por hablar de Jesús resucitado en
público (cfr. Hch. 4,3) cosa que les prohibió hacer el Sanedrín, ahora nuevamente
van a prisión por sus actividades públicas, a favor de la nueva fe. Los saduceos los
persiguen porque hablan de la resurrección de Jesús, cosa que ellos niegan y por ir
contra de los fariseos, de ahí tanto “celo” por combatir a los apóstoles. Lucas, ve la
fe en la resurrección de Jesús, como el punto de encuentro entre judíos, fariseos, y
todos aquellos que aceptan este misterio de fe. La liberación de la cárcel de los
apóstoles, habla de la protección divina de aquellos que anuncian el mensaje del
evangelio, es decir, Dios estaba con ellos, con lo cual se entiende que todo
obstáculo desaparece a su paso. El ángel del Señor les ordena seguir predicando en
el templo, todo un desafío para el judaísmo. El evangelio, se entiende, viene a
sustituir la Ley; se pone fin a todos lo privilegios judíos, del cual el templo era el
principal. Jesús, nuevo templo y nuevo sacrificio. Ellos habían hecho de la religión
un modo de vida, se servían de la religión pero quizás no todos servían a Dios en
ella. El ángel les ordena predicar ese modo de vida, esa vida nueva (v. 20). Se
trata de la vida que genera la predicación de la palabra, que es vida y salvación
para quien la acepta. Es la vida nueva inaugurada por Cristo que había enseñado
que había venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (cfr. Jn. 10,10).
La palabra engendra vida, porque ella en sí misma es vida, vida de Dios para el
hombre.
b.- Jn. 3, 16-21: Tanto amó Dios al mundo.
El evangelio nos anuncia en amor incondicional del Padre por la humanidad
manifestado en su Hijo, al cual entrega, para que los hombres tengan vida y nadie
perezca (cfr. Jn. 3,16). Dios ama al hombre, en Cristo tanto que lo hace signo de
ese amor en su misterio de la encarnación y en su misterio pascual. La Encarnación
y su muerte en cruz no se explican sino desde el amor de Dios Padre al hombre
pecador, de ahí que Jesús, no viene a condenar al mundo sino a salvar al mundo
(v.17). Todo este amor por la humanidad caída y pecadora, es porque Dios es
amor, que se entrega, se da así mismo en su Hijo siempre. La salvación de Dios,
ofrecida en Cristo, es perenne en la comunidad de fe, en la celebración de los
sacramentos, en que Dios obra hoy la salvación y redención del hombre. La
respuesta del hombre ha de tener el sello de un amor agradecido. Conociendo Dios
el corazón del hombre y el uso que hace de su libertad, se arriesga a que su
respuesta sea el desprecio, la indiferencia o la plena adhesión a su plan de
salvación. Si la opción es el pecado, hay ruptura de la alianza, si nunca el hombre
la hizo, escoge las tinieblas, una vida opuesta a Dios. El que cree, ya posee la
salvación, el que no cree, ya está condenado por no creer en el Hijo único de Dios
(v.18). Creer o no creer, anticipan el juicio definitivo del hombre por parte de Dios.
Es la escatología ya realizada, propia de Juan, del hombre y su destino respecto a
la fe en el Hijo de Dios. El evangelista nos insta a la opción personal por Jesús:
aceptación o rechazo, opción por las obras nacidas de la luz o las provocadas por
las tinieblas, por la verdad o la mentira, el amor o egoísmo, por el bien o por el mal
o el pecado contra la gracia. La causa de la condena es ésta: “que la luz vino al
mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a ella para no
verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz
para que se vea que sus obras están hechas según Dios” (Jn. 3, 19-21).
Juan de la Cruz, cuando comenta los versos de Cántico Espiritual: “¿Por qué, pues
has llagado/ aqueste corazón, no le sanaste?/ Y, pues me he has robado,/ ¿por qué
así le dejaste, y no tomas el robo que robaste?”. Conviene a saber: ¿por qué no
tomas el corazón que robaste por amor, para henchirle y hartarle y acompañarle y
sanarle, dándole asiento y reposo cumplido en ti? No puede dejar de desear el alma
enamorada, por más conformidad que tenga con el Amado, la paga y salario de su
amor, por el cual salario sirve al Amado. Y de otra manera no sería verdadero
amor, porque el salario y paga del amor no es otra cosa, ni el alma puede querer
otra, sino más amor, hasta llegar a perfección de amor; porque el amor no se paga
sino de sí mismo”(CV 9,3).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD