II Semana de Pascua
Jueves
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 5, 27-33: Testigos somos nosotros y el Espíritu Santo.
Pedro y Juan, comparecen ante el Sanedrín por haber desobedecido la orden de no
predicar en el nombre de Jesús (v. 27; cfr. Hch. 4,18-19) y por acusarlos y hacerlos
responsables de la muerte de Cristo a ellos los jefes de Israel (v. 28). Era un
desafío, un desprecio a la autoridad del Sanedrín y, por lo mismo, sujetos de
castigo. Pedro, responde diciendo, que es más importante obedecer a Dios que a
los hombres y ellos obedecen, predicando aquello que Dios ha hecho en Cristo
Jesús, para la salvación de los hombres (vv. 29-30). Respecto a la segunda
acusación de hacer responsable a los judíos de la muerte de Cristo, Pedro se
detiene en el nombre que dan ellos a Jesús, “ese hombre” (v. 28). De ese hombre
habla toda Jerusalén, fruto de la predicación apostólica: “A éste lo ha exaltado Dios
con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el
perdón de los pecados” (v. 31). Es el reconocimiento y glorificación de Jesús, pero
eso también significa la condena pública de esos que se opusieron a su palabra y
obras durante su vida hasta colgarlo en la cruz, fariseos y saduceos. Los apóstoles
son testigos, sin embargo, de las maravillas que el Señor hace por medio de su
predicación y el Espíritu Santo se da a los que obedecen y aceptan la fe.
b.- Jn. 3, 31-36: El Padre ama el Hijo y todo lo puso en su mano.
El evangelio, nos presenta otra síntesis de Juan: El Padre ama al Hijo y ha puesto
todo en sus manos. El que cree en el Hijo posee vida eterna; el que resiste al Hijo,
no verá la vida sino que conocerá la ira divina (vv. 35-36). Creer y vivir están en
íntima relación en Juan, es el dilema, que presenta al hombre de ayer y de hoy. ÉL
viene de lo alto, habla de lo que ha visto y oído, sin embargo, no todos aceptan su
mensaje (cfr. Jn. 1, 11), pero quien lo acepta descubre en Dios la verdad. Los
hombres no aceptan su palabra porque aman al mundo y sus realidades (cfr. Jn.
15, 19), las palabras de Jesús, le resultan de otro mundo (cfr. Jn. 8, 43). Acoger su
palabra significa descubrir la veracidad entre el enviado y su palabra; aceptarlo a Él
significa aceptar lo que Dios quiere comunicarle al hombre; y acoger su palabra
significa testimoniar la veracidad de Dios. Hoy más que nunca necesitamos, luego
de un serio análisis, descubrir la verdad de la mentira, debemos también aceptar la
palabra de Jesús como verdadera, porque viene de Dios. Nadie acepta aquello que
es falso; si aceptamos algo, es porque lo consideramos verdadero. Quien acepta al
Hijo tiene este testimonio dentro de sí, quien lo rechaza hace a Dios un mentiroso,
porque significa que no cree en el testimonio que Dios ha dado a favor de su Hijo
unigénito (cfr. 1Jn. 5, 10-11). En la palabra de Aquel que ha sido enviado, habla
Dios mismo, lo que confirma la clara identidad entre el mensajero y el mensaje,
entre la Palabra y las palabras que anuncia. Jesús y sus palabras son una misma
realidad, sus palabras poseen valor en sí mismas porque pronunciadas por la
Palabra. El Verbo se hizo carne, sus palabras y acción reflejan el querer de Dios
Padre. El evangelista confirma esta realidad con otro dato a tener en cuenta: Dios
Padre le ha entregado al Hijo, el Espíritu sin medida, es decir, en su plenitud. La
revelación que revela Jesús, es completa, total, sin nada que añadir. Esta es la
única Palabra que posee el Padre y la comunica al hombre. Toda la existencia de
Jesús, es una revelación, no se aplica aquello de distinguir entre lo que es
revelación y no lo es, sería en cierto modo, medir, la comunicación divina. Las
verdades que encierra la Palabra no son un fin en sí mismo, sino el medio para
conocer y transmitir la verdad que salva al hombre (DV 1). Verdaderamente el
Padre ha puesto todas las cosas en las manos del Hijo, se hace presente y obra por
medio de ÉL, le comunica sus secretos, y éste lo representa, tiene su misma
autoridad. De esto se desprende que aceptar o no a Jesús como Hijo de Dios tiene
consecuencias decisivas: la aceptación supone la vida divina, el rechazo trae
consigo vivir bajo la ira de Dios. La fe lleva a la vida plena, la incredulidad a la
muerte eterna; decidir si aceptamos a Aquel que ha sido enviado por el Padre o lo
rechazamos abre un juicio donde se juega el hombre su destino definitivo. La
decisión hay que tomarla hoy, porque a lo mejor mañana puede ser muy tarde.
San Juan de la Cruz, nos ofrece un dato teológico fundamental a la hora de leer la
Biblia o hacer la lectio divina en clave orante y contemplativa: “Una palabra habló
el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha
de ser oída del alma” (D 104).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD