II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, Ciclo A.
La resurrección de Cristo y nuestra regeneración
En estas fiestas de Pascua la gran alegría de la Iglesia por la resurrección
de Jesucristo se ve potenciada un poco más si cabe, por la canonización de
dos grandes papas, de Juan XXIII, el papa bueno que lideró el gran cambio
de la Iglesia actual al convocar el Concilio Vaticano II y Juan Pablo II, el
sucesor de Pedro que confirmó con audacia la fe por todas las iglesias del mundo
entero. Las dos figuras son emblemas de la Iglesia contemporánea y en ellos,
como pastores espléndidos de la Iglesia, brilló el testimonio de la fe y de la
alegría por el Resucitado. Los dos experimentaron con apenas dos décadas de
diferencia entre sí el Espíritu regenerador de la Iglesia, que es el de Jesucristo
crucificado y resucitado. Por eso la Iglesia se viste de fiesta de gala para exaltar
hoy a los dos papas elevándolos a la gloria de los santos, cuyas vidas son dignas
de imitación para todos los cristianos. Hoy doy gracias a Dios por haberme
concedido estar cerca de Juan Pablo II en mis años de estudio en Roma.
El evangelio de Juan en la liturgia dominical anuncia la presencia de Cristo
Resucitado en la vida humana y el mensaje se centra en la doble aparición
del resucitado a los discípulos y a Tomás y su repercusión en la vida de los
cristianos de todas las épocas (Jn 20,14-31). A ello contribuye la segunda
parte del relato que muestra la incredulidad de Tomás y exalta la fe de los
creyentes a lo largo de toda la historia. El relato se sitúa en el atardecer del
mismo día de la resurrección, el primer día de la semana, el "día del Señor". En
este texto se pueden destacar tres elementos teológicos fundamentales: la
presencia de Jesús que muestra la identidad del crucificado y resucitado,
la donación del Espíritu del Resucitado a los discípulos para hacerlos
partícipes de la misma misión de Jesús, comunicando paz, alegría y perdón, y
la gran dicha de la nueva vida por la fe en el Resucitado comunicada por la
Iglesia mediante el testimonio y la palabra.
Jesús comunica la paz al mundo como primera palabra de su mensaje pascual.
Una paz que nace del Espíritu de amor que le llevó hasta el sacrificio de la cruz y
ahora puede cambiar el rumbo de la historia humana. En nuestro mundo hoy la
paz está muy amenazada y violentada, desde la violencia imperante en la vida
familiar y en la inseguridad ciudadana, particularmente en las periferias de
marginación de nuestras sociedades, hasta la violencia estructural y silenciosa,
pero verdaderamente mortífera, que genera, desde la desigualdad y la injusticia,
carestías, hambrunas y todas las consecuencias de la gran crisis económica. En
medio de estos miedos del mundo y de la Iglesia Jesús resucitado se hace
presente en medio de nosotros para reiterarnos su mensaje de paz, que nace del
Espíritu que él tiene y que comunica. La paz se construye con Su Espíritu, de
sacrificio, de perdón, de entrega , de fidelidad a la verdad, de solidaridad con
los últimos, de servicio a todos y de liberación de los pobres y marginados. Ese
Espíritu es el que Jesús comunica.
La resurrección de Cristo es el acontecimiento decisivo de transformación del ser
humano en su proceso evolutivo filogenético, pues el Espíritu de Cristo da un
nuevo vigor al ser humano que quiera recibirlo. La victoria sobre la muerte y
sobre el mal es el comienzo de la nueva creación. Jesús, Señor de la muerte y la
vida, sigue dando su aliento de vida, soplando su fuerza de amor e infundiendo
su Espíritu divino a la humanidad entera. Juan cuenta la comunicación del
Espíritu Santo por parte de Jesús de manera mucho más personal que Lucas en
pentecostés, pues Jesus transmite como un nuevo aliento y un nuevo
brío: "Reciban Espíritu Santo". La ausencia del artículo determinado ante la
palabra "Espíritu" acentúa el carácter cristocéntrico. Lo que reciben los discípulos
es el mismo Espíritu de Cristo .
En el segundo relato de la creación del libro del Génesis (Gn 2, 4-25) se cuenta
que el hombre recibió el aliento de Dios y se convirtió en ser vivo. De modo
semejante, en la nueva creación el ser humano recibe el aliento de Jesús y se
convierte en Hombre Nuevo. Este cambio cualitativo en el hombre es un
fenómeno del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que ha
convulsionado la tierra entera difundiendo por doquier la potencia de su
amor. Este Espíritu se hace presente en la historia de modo singular
como palabra generadora de vida nueva . La palabra es soplo, aliento, aire y
espíritu articulado, cuya potencia es vital. Pero Jesús lo sigue haciendo desde
dentro de la historia, en medio del sufrimiento y de la injusticia de la vida
humana, a través de la palabra y del testimonio de los creyentes.
El primer fruto del Espíritu Santo es la capacidad para perdonar y para
hacerlo en nombre de Dios. El perdón de Dios es el gran don del Resucitado a su
Iglesia para que ésta lleve a cabo la evangelización en el mundo y para ser en el
mundo instrumento de la paz. Al conferir a sus apóstoles el poder de remitir los
pecados, el Señor no instituye tan solo el sacramento de penitencia sino que
comparte su triunfo sobre el mal y su autoridad sobre el pecado. Actualizando el
mensaje podríamos decir que generar una cultura de Perdón, donde se sepa
pedir perdón y perdonar , es una gran tarea de la nueva evangelización,
especialmente en nuestro contexto de Bolivia, donde la palabra "perdón" apenas
forma parte de nuestro lenguaje habitual y cotidiano.
La falta de fe de Tomás revela dos aspectos que pueden servirnos a nosotros
para revisar nuestra propia fe. Tomás no cree en la comunidad de la Iglesia que
transmite claramente la fe: "Hemos visto al Señor". Tampoco cree en Jesús
hasta que lo ve físicamente con las marcas indiscutibles de su identidad como
crucificado. El evangelista repite todos los datos de la primera aparición, y
reorientando la atención hacia la grandeza de la fe, que consiste en la acogida
del mensaje de los apóstoles y en la superación de la percepción de los meros
sentidos para experimentar la presencia del Resucitado en la Iglesia. Con la
fórmula de un macarismo de estilo sapiencial concluye Jesús sus palabras a
Tomás: "Dichosos los que creen sin haber visto" y felicita así a los
creyentes de toda la historia. Creer en Jesús requiere la mediación de la palabra
y el testimonio de la Iglesia y reconocer en el Crucificado la Vida Nueva
comunicada por Dios al mundo, mediante la resurrección de su Hijo, el Mesías.
Las señales corporales de Jesús, las huellas de su crucifixión en las manos y el
costado muestran la continuidad entre el Jesús de la historia y el
resucitado . Sin embargo el resucitado marca una ruptura con la historia ya que
la novedad de vida que él tiene y que comunica a los humanos ya no está
sometida a la muerte y es eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de
amor y de entrega que vivió Jesús en su vida mortal, su mensaje de
verdad y de justicia, de perdón y de paz no podía quedar retenido en la
tumba de la muerte. Por eso Dios Padre lo resucitó de entre los muertos y a
través de él sigue generando y comunicando vida, alegría, paz y fraternidad
entre los hombres. Son grandes dones del resucitado a través de su Espíritu que
desde el principio de la iglesia va suscitando comunidades cristianas vivas
caracterizadas por la comunión fraterna, la escucha del mensaje apostólico, la
celebración eucarística, la oración y la solidaridad en el compartir los
bienes (Hech 2,42-47). Con el Espíritu del Crucificado y Resucitado los
Apóstoles y los hermanos daban testimonio de de la alegría del Señor Jesús,
realizando signos y prodigios y generando ese nuevo estilo de vida que sirve
como patrón de referencia de la Iglesia de todos los tiempos: la comunión de
bienes, las relaciones de gratuidad y de servicio, la vida agradecida, el
espíritu permanente de perdón, la atención solícita a las necesidades de
los otros, especialmente de los pobres, la acción de gracias a Dios y la
Eucaristía . Este estilo de vida es eminentemente misionero y comunica tanta
vida y alegría que muchos otros se adherían a la fe y se incorporaban a la
Iglesia.
La primera carta de Pedro (1 Pe 1,3-9 ) expresa la significación de la
resurrección de Cristo en la vida humana con una palabra genuina y única en el
Nuevo Testamento: la regeneración. La acción de regenerar es llevada a cabo
por Dios en los creyentes en virtud de su gran misericordia y es como una nueva
creación de Dios que infunde nuevos genes a los seres humanos para recrear al
hombre desde el Resucitado. Con ese nuevo código genético injertado en la
humanidad, ésta puede vivir siempre en la esperanza. La esperanza es el don
divino que capacita para vivir la alegría permanente en la actividad cotidiana,
especialmente en medio del sufrimiento inherente a la vida humana y con la
perspectiva de un horizonte último de amor de Dios. La regeneración empieza
con la vivencia del perdón misericordioso de parte de Dios que infunde
nueva vida . Y con la esperanza va la alegría. La fe en Jesucristo suscita una
alegría inefable que ni siquiera las condiciones adversas de la vida humana
pueden arrebatar. Es la alegría en medio de la prueba del sufrimiento, aspecto
paradójico del testimonio cristiano. En 1 Pe 1,7-8 esa realidad se refiere a la
vinculación amorosa del creyente con la persona de Jesucristo. En el amor
personal a Cristo y en la adhesión firme a su pasión como manifestación
extrema del amor radica la autenticidad de la fe. Para los cristianos de la
segunda generación y para nosotros, que tampoco hemos visto al Jesús
histórico, la fe significa no sólo creer en aquél a quien no hemos visto y
amarlo, sino también creer que lo que Jesús hizo y vivió, sobre todo a
través de su pasión hasta la muerte, es fuente de vida y de alegría.
Con la imagen del aquilatamiento del oro, el más precioso de los metales, se
pone de relieve lo más genuino de la fe cristiana, pues la prueba de fuego de la
fe es el sufrimiento y el dolor. En los diversos sufrimientos de la vida humana se
acrisolan las actitudes y los valores más dignos de la existencia verdaderamente
humana, tales como el amor a fondo perdido a los enfermos, la solidaridad con
los excluidos de la tierra y la lucha incansable a favor de los más pobres, pues
todos estos son, en realidad, los crucificados del presente. En la confrontación
con tanto dolor y tantas penas de la vida se puede mostrar la excelencia
incomparable de la fe auténtica, la cual es portadora de una alegría
inefable y de una resistencia incombustible.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura