III Semana de Pascua
Miércoles
a.- Hch. 8,1-8: Diáspora y evangelización.
La muerte de Esteban, le sirve a Lucas para presentar a Saulo, que aprobó la
muerte del diácono, sino que producto de ello la comunidad se dispersó y este
celoso fariseo hacía estragos en la Iglesia metiendo en la cárcel a hombres y
mujeres que habían adherido a la nueva fe. Sin embargo, no todo fue tan malo ya
que la persecución produjo la expansión de la fe, porque los discípulos predicaron la
palabra en esos lugares. Se puede afirmar que la persecución provocada por el
martirio de Esteba, abrió el Evangelio a los paganos. Sólo lo apóstoles
permanecieron en Jerusalén para asegurar la continuidad de la comunidad. Felipe,
uno de los siete diáconos, es presentado como evangelista (cfr. Hch. 21,8), predica
y obra prodigios. Evangeliza Samaría, muy cercanos a los judíos, por lengua y
religión, aunque considerados por éstos como cismáticos y fuera de la salvación.
Termina este pasaje, destacando la alegría del pueblo, fruto de la eficaz predicación
de Felipe. Esta es una de las características de Lucas: la alegría, el gozo, como
consecuencia de la fe recibida, los prodigios que obra en los hombres, la acción
fecunda del Espíritu Santo de Dios en ellos.
b.- Jn. 6, 35-40: El que cree tiene vida eterna.
El evangelio nos habla de algo definitivo: el Pan de vida, que irrumpe en el mundo,
da la vida eterna. No es el maná del pasado, sino la persona misma de Jesús. Con
el término Pan se señala el carácter de don y de donación, la comunicación que
Dios hace de sí mismo al hombre. En Jesucristo, Dios está a favor del hombre, en
ÉL se abre su comunión y comunicación total, su amor salvífico se hace presente
sin reservas. Hablamos entonces de la comunión de Cristo y el creyente: sólo desde
Jesucristo es verdadera la vida eterna prometida. Esa vida sólo se obtiene desde la
fe, con lo que se calma la sed y el hambre del hombre, es decir, la superación de la
mortalidad humana, contenida en la fe. Dicha realidad se funda en Jesucristo, Hijo
del Hombre, donador de vida, Pan de vida escatológico (cfr. Jn.1,1;7,27-
29;8.14.19; Mt.11,19; Lc.11,3; Pr.9,1). Jesús denota la incredulidad de quienes
han visto pero no creen; han visto las señales, pero no creen en Jesús como
enviado de Dios (v.36). Encontramos una definición de fe, como un ir a Jesús, en
esa fe se cumple la voluntad de Dios, porque Jesús, su Enviado la cumple en este
mundo (cfr. Jn. 3, 14. 21. 31-36). En la fe, como en el proceso de creer, no se
encuentra obra humana alguna, sino la obra de Dios. Creer en Aquél que el Padre
ha enviado no depende de una elección que cada uno haga libremente, sino antes
que el hombre venga a Dios, Dios debe venir a Él, para que así la acción del
hombre sea una respuesta. Jesús, viene del cielo, cumple la voluntad del Padre.
Todos los que el Padre le entregue vendrán a ÉL, y aquellos que vengan recibirán la
vida eterna y resucitarán en el último día (v.37; cfr. Jn.17, 2). Los que vengan a
ÉL, no los echará fuera, no los repudiará ni entregará a la condenación eterna, sino
que entregados por el Padre, serán conducidos a la salvación (v.38; cfr. Jn.3, 35;
5,21.27; 13,3). Jesús es el Hijo del Hombre que hace la voluntad en lo que se
refiere a la salvación de los hombres confiados por el Padre a Jesús. Encontramos
los datos fundamentales de la obra salvadora y escatológica de Dios: su origen está
en Dios Padre, su presente en Jesús el Enviado, y su meta la fe de los hombres. La
voluntad de Dios consiste en creer y salvarse en el Hijo. Sin embargo, existe el
hecho de la incredulidad, se expone al juicio y a la condenación, pero eso sucede
precisamente en contra de la voluntad divina. Posibilidad no querida por Dios, sino
que es el misterio del hombre establecido en libertad; hombre cuya condición es de
criatura y no de Creador. En cada Eucaristía vivimos el aquí y el ahora de la vida
nueva de los creen en ÉL, lo contemplan y lo comen como Pan de vida, Pan vivo
que da vida eterna. Desde que comienza a creer por medio de la fe, la semilla de la
vida eterna comienza a germinar en toda existencia del cristiano a nivel familiar y
laboral, personal y comunitariamente. Se convierte el cristiano en amante de la
vida de Dios que nos comunica diariamente hasta la muerte.
El místico Juan de la Cruz es quien habla de la entrega en fe, como respuesta que
por medio de la misma fe, escala invisible me hace Dios entrega del misterio de
salvación en Cristo y su Espíritu Santo. La comunidad eclesial es la fuente, la casa,
el espacio donde encuentro la salvación, porque la he buscado, la hallo y la nutro y
la gozo para compartirla. “El alma que quiere que Dios se le entregue todo, se ha
de entregar toda, sin dejar nada para sí” (D 132)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD