II DOMINGO PASCUA Ciclo A
La fe sólo se vive y crece en comunidad
Estamos por lo general dominados por todo lo que nos llega a través de los
sentidos. La vida es una trama de mensajes sensibles. Dicen, por eso, que para
mucha gente lo que no sale en la Tele no existe. Para muchos sólo existe lo
medible y lo cuantificable. El Principito decía que las cosas más importantes sólo
se ven con el corazón.
Tomás es un personaje interesante. Uno no sabe si tratarle de solitario, de
pesimista o de racionalista e incrédulo. Quizá fue las tres cosas a la vez, como
tanta gente. Al final será sólo Tomás el creyente.
“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino
Jesús” . Le vemos como un hombre que ha empezado a vivir su fe o su oscuridad
en solitario, por libre. La fe, la vocación, el seguimiento, es verdad, son en
último término una decisión personal; Dios no nos ama en abstracto sino en
nuestra propia individualidad. Eso es una cosa, pero otra muy diversa es el
individualismo, que tan poco le gustaba a Jesús.
Hemos vivido en nuestra Iglesia épocas de excesivo individualismo: “mi misa”,
“mis devociones”, hasta “mis pobres”. Hoy, gracias Dios, aunque nos quede
mucho camino por andar, apostamos con fuerza por lo comunitario. Mucho ha
tenido que ver en ello el Concilio Vaticano II, en el que una de las palabras
claves fue la de “comuni￳n”. Dios mismo no es soledad, sino familia trinitaria,
misterio de amor y de comunión en sí mismo. Y misterio de comunión es la
Iglesia.
Pero volvamos a Tomás, en el que otros han visto un redomado pesimista. ¿Por
qué se había alejado del grupo? ¿Fue consecuencia de la decepción, de la
desilusión? Había puestos tantas esperanza en el profeta galileo, le había visto
realizar tales signos; su anuncio del Reino despertó tantas esperanzas en el
corazón de los pobres y en el mismo corazón de Tomás que ahora, tras el
trauma del Calvario, siente como si el mundo se hubiera derrumbado a su pies,
como si ya nada tuviera sentido. “ Nosotros esperábamos… ”, decían los dos que
caminaban a Emaús, también en retirada, mientras caía la tarde. Había sido
aquello un golpe tan duro que, como todos los pesimistas, pensaba que allí ya
no había nada que hacer.
¿Quién no se ha encontrado alguna vez en una situación parecida a la de
Tomás? Recuerdo de mis años jóvenes aquella mujer de la parroquia, que había
sido tan religiosa, pero que llevaba veinte años sin querer oír hablar de Dios ni
de la Virgen, porque había perdido una hija en plena juventud. El hecho de
mentarle yo discretamente a la Virgen provoc￳ en ella un estampido tal de ira…
Creo que nunca hasta entonces me había visto en una situación tan embarazosa.
De nada valían mis súplicas de perdón, mis manifestaciones de respeto a su
conciencia herida. Pero aquel estampido la desbloqueó; la ira se fue
trasformando en un llanto cada vez más dulce, hasta acabar besando con
inmenso cariño mis manos, con una preciosa confesión de fe, como Tomás.
“Creo que llevaba a￱os esperando esta hora…”, me decía.
Pero quizás de lo que más hemos tachado a Tomas haya sido de incrédulo.
Todos le hemos bautizado alguna vez como el incrédulo, el racionalista, el
prototipo de los empiristas pragmáticos.
Los compa￱eros, exultantes de gozo, le decían: “ Hemos visto al Señor ”. Pero a
Tomás hasta le molestaba comprobar lo pronto que su compañeros se habían
subido al carro de la ilusión. Él ni siquiera se fiaba de la vista, que a veces nos
hace ver espejismos, o que, en momentos de delirios, nos hace ver fantasmas.
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el agujero
de los clavos y no meto mi mano en la llaga de su costado, no creeré ”.
“Ocho días después, estaban los discípulos dentro, y Tomás con ellos. Se
presentó Jesús en medio estando cerradas las puertas, y dijo: Paz a vosotros.
Luego dice a Tomás: -Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente ”.
Siempre en el día octavo, el día de la resurrección, el domingo, que es desde el
tiempo apostólico el día del encuentro de la comunidad cristiana. La fe sólo se
vive y crece en comunidad. Cuando nos desenganchamos, nos pasa lo que al
bueno de Tomás, no vemos al Señor y quedamos presos de nuestros prejuicios.
Tomás, el racionalista acérrimo, acaba haciendo un acto precioso de fe: “Señor
mío y Dios mío ”: Es una bellísima oraci￳n para todos aquellos que caminan con
sus dudas a cuestas o para los momento oscuros en que parece que Dios no
significa nada en nuestra vida tan materialista.
“Porque has visto has creído. Dichos los que no han visto y han creído”. Es la
última bienaventuranza del evangelio. Ahora tendremos que descubrir a Jesús
con otros ojos, los de la fe. Y cuando no veamos será bueno preguntarnos no
sólo donde esta Dios, sino dónde estamos nosotros.
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos