III DOMINGO PASCUA, Ciclo A
El Resucitado se hace compañero de camino
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, y conversaban
sobre todo lo que había pasado". Encontrarse con Jesús había sido para los
discípulos como estrenar una ilusión. Pero ahora, tras el fracaso del Viernes
Santo, todo se ha venido al suelo. Dos de ellos se vuelven desesperanzados,
“cariacontecidos ”, dice el texto evangélico.
Lo del Viernes Santo fue un golpe tan fuerte que, en este atardecer, la
desesperanza y el desencanto total les roen el alma. Les gustaría olvidar, pero
no logran quitar de la cabeza y del corazón el recuerdo de Jesús. Había sido una
experiencia tan honda, tan inolvidable... Por eso, tras cada silencio, vuelven a
preguntarse, una y otra vez, por lo sucedido.
¿Quién no conoce el camino de Emaús? Son todos los caminos por los que
intentamos escapar de nuestros problemas y de nuestras cruces. Son nuestros
sueños fracasados y nuestras ilusiones rotas, nuestros globos pinchados. Pueden
ser las mil formas de evasión que nos creamos para escapar de una realidad que
se nos hace insoportable.
"Nosotros esperábamos…". Los jóvenes de mayo del 68, que gritaban aquello de
"la imaginación al poder", esperaban que viniera un mundo nuevo y distinto.
Muchos cristianos esperábamos que tras el Concilio surgiera una Iglesia vigorosa
y rejuvenecida. Y soñábamos los españoles, a mediados de los años setenta, que
con la democracia vendría una sociedad más justa, más libre, más participativa.
Triunfalistas, como los de Emaús, esperábamos seguramente una salvación sin
esfuerzo y sin sacrifico, algo así como un desfile de victoria, pero sin combate ni
batalla previos.
No es que uno se niegue a reconocer que ha habido importantes avances en la
sociedad, pero también hay que reconocer que la corrupción, el paro, el
terrorismo, la droga, el deterioro ético... se han encargado de pinchar muchos
globos de colores y de extender una epidemia global de desencanto. Y algo
parecido nos ha pasado en la Iglesia: A la euforia conciliar ha sucedido un
invierno de indiferencia creciente ; tras los sueños de renovación nos
encontramos con demasiada vejez y poca juventud.
La desesperanza ha llegado hasta el corazón de las personas, ha infectado
gravemente ese recinto de ilusión que es la familia. ¡Con qué facilidad se pasa
de la luna de miel a la luna de hiel! ¡Hay tanta gente que cada día tira la toalla y
emprende su particular camino de Emaús…! Si, al menos, aceptáramos la
compañía de Jesús. Porque es bueno, en estas situaciones, dejar que el Señor
entre en nuestra vida.
Jesús, como un desconocido, salió a su encuentro y se puso a caminar con ellos.
Por el camino les fue hablando cariñosamente; les echó en cara su torpeza para
entender las Escrituras. Pero ellos no acababan de entender que en la vida hay
que contar con la cruz, que nada grande y hermoso en que ande por medio el
amor se logra sin una dosis importante de entrega y de pasión, que el
sufrimiento ayuda a madurar y a crecer, que la cruz puede ser cruz redentora.
"Unas mujeres vinieron esta mañana hablando de ángeles y de apariciones…".
¡Delirios de mujeres, pensarían; hay que ser realistas y atenerse a los hechos...!
Además de machistas son reduccionistas. El reduccionista, que no tiene en
cuentan la totalidad de lo real, acaba siendo un triunfalista frustrado.
El misterioso caminante, compañero de camino, les iba como quitando una
venda de los ojos, les iba caldeando el corazón. "¿No ardía nuestro corazón
mientas nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?", comentarían
más tarde.
Al llegar a la aldea, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le insistieron,
casi le forzaron : “Quédate con nosotros, porque el día ya va de caída”. En el
fondo sentían que le necesitaban. Y se quedó a cenar con ellos.
"Sentado a la mesa tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo di o " .
Fue como una Eucaristía; el signo inequívoco de su presencia viviente y el
memorial inequívoco de su amor entregado. "Entonces se les abrieron los ojos y
lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista". Los que habían visto sin
conocer, ahora conocen sin ver.
La tristeza se tornó alegría. Y entonces mismo, en plena noche, se pusieron a
desandar el camino para volver a Jerusalén, para compartir con los hermanos el
gozo de un encuentro que había obrado el milagro. La presencia de Jesús y su
catequesis, ayudando a incorporar la cruz como parte integrante para entender
la totalidad de lo real, convirtió, lo que era un camino hacia la noche -Emaús-,
en un camino hacia al alba -Jerusalén-.
En una sociedad hedonista como la nuestra, donde no se nos enseña la sabiduría
de la cruz, del sacrificio o del sufrimiento, van a ser cada día más los caminantes
de la desilusión. El Resucitado está siempre dispuesto a hacerse compañero de
camino. Y, por supuesto, cada domingo podemos volver a encontrarlo en la
"fracción del pan" .
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos