IV Semana de Pascua
Viernes
a.- Hch.13,26-33: Pablo en Antioquia de Pisidia.
En Cristo Jesús, Dios Padre ha cumplido todas las promesas del AT, es lo que
enseña Pablo a los judíos en la sinagoga de Antioquia de Pisidia. En este primer
viaje, Pablo y Bernabé, acuden al culto de la sinagoga los sábados y si les dan la
oportunidad de intervenir lo hacen, anunciando la palabra del Señor Jesús. Las
promesas hechas a David de parte de Yahvé se han cumplido en Cristo: su padecer
muerte de cruz y resurrección estaban anunciadas y ahora Dios las cumplen en su
Hijo. Ese que ha muerto ahora está resucitado y se ha aparecido a sus discípulos y
éstos ahora son sus testigos (v. 30). No podía conocer la corrupción del sepulcro
Aquel de quien se había dicho: “No permitirás que tu santo experimente la
corrupción” (Sal.16, 10). El discurso de Pablo es una catequesis, donde el mensaje
de la resurrección de Cristo, se vive desde la experiencia, pero sin olvidar las
Escrituras, fuente perenne de cercanía con Dios y su designio salvador (v. 27).
b.- Jn. 14, 1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
En el evangelio, Jesús declara ser el Camino, la Verdad y la Vida que conduce a
Dios (v.6). Sus primeras palabras son una invitación a creer en Dios y en su
Enviado: “No se turbe vuestro corazón” (v.1). ¿Cómo se llega a ese temblor del
corazón? Por el ataque del mundo, por ser contrario a la fe, por la ausencia de
Jesús. Si esa actitud del mundo es violenta hasta llegar al corazón y éste cede a
ella, el creyente puede hasta perder la fe. La fuerte conmoción proviene no de la
debilidad humana como del enfrentamiento entre el mundo y la revelación (cfr. Dt.
1,19-33; 13,1; 13,27; 16,33; Is.7,2; Hb.6,19-20; 2Cor.5,1). La ausencia de Jesús
contribuye a esa turbación, en cuanto que la fe no puede mostrar su objeto y
fundamento, por ello hay que reconstruirla siempre. Turbación y precariedad a los
ojos del mundo, se debe conjugar con creer en Dios. Creer es el hecho fundamental
que responde las exigencias de la revelación tal como la predica Jesús. Se trata de
una confianza firme, contraria a la turbación de corazón, una paz que inunda el
espíritu del creyente. Para el hombre bíblico la fe es un apoyarse en Dios, principio
vital que le confiere vida, entrega sin reservas, confiado en la bondad de Dios. Sólo
que ahora en la nueva economía la fe también se dirige a Jesucristo, cuando Juan
escribe, esta realidad ya tiene historia, puesto que Jesús es objeto de la fe, fiador
de la fe. Y la fe en Dios se ha hecho fundamento de la fe en Jesús, de tal modo que
en Juan, forman unidad. “En casa de mi Padre hay muchas mansiones” (v. 2). Más
que doctrina sobre el cielo, se trata del camino de Jesús hacia el Padre, con un
conjunto de promesas, que la separación no será duradera (v.3). Su camino como
Hijo del Hombre, va de este mundo, pasa por la cruz y resurrección, para llegar al
Padre. Ese mismo itinerario deberá recorrer ahora sus discípulos que en comunidad
de fe y amor coronan con ese su destino (cfr. Jn. 12, 26). Las moradas aluden a
que en Dios el hombre encontrará la plenitud de amor y felicidad eterna: Jesús va a
prepararnos ese lugar, lo que conlleva la idea que para llegar a Dios, no hay otro
camino que Jesús, que nos lo revela (cfr. Lc.16,9; 2Cor.5,1; Jn.12,26; 17,24). El
retorno de Jesús es para volver a buscar a sus discípulos, para vivir una comunión
imperecedera con ÉL. La fe que comunica la salvación, le segura al hombre el gozo
de la vida eterna, por el camino abierto por Jesús. La casa del Padre, equivale a
reino de Dios, porque para juan es más importante que la venida del reino, el paso
del mundo terreno al celestial. En el fondo, la idea de Juan es que Jesús viene a la
muerte de cada discípulo para conducirlo a la casa del Padre. La promesa de venir
por nosotros es para todos los discípulos; estar con ÉL, es el objetivo de la
consumación de la salvación (v.3; 1Ts.4,16; 1 Cor.4,5; 11,26; 16,22; Ap.22,17.20;
1 Jn.2,28). La pregunta de Tomás acerca del camino recto, para no errar, alude al
camino de la vida (v.5). Para el piadoso judío, la Ley era la instrucción de Dios para
el hombre, sentido y meta de su existencia (cfr. Sal.119). El Camino, La Verdad y la
Vida, para Juan, designan los distintos aspectos de la revelación de Jesús. El
camino recto, la verdad con validez permanente y la vida de calidad, que no
depende de los bienes materiales sino que aceptamos como inmejorablemente
buena y colmada de promesas, porque su plenitud está más allá de la muerte, es
vida eterna. Todo esto lo encuentra el hombre en Jesús de Nazaret, que le abre el
camino hacia la comunión plena con Dios.
San Juan de la Cruz, maestro eximio en el conocimiento de los caminos de la tierra
y al cielo, nos exhorta a la comunión con Dios por medio del Hijo. “Es, pues, de
notar que el amor es la inclinación del alma y la fuerza y virtud que tiene para ir a
Dios, porque mediante el amor se une el alma con Dios; y así, cuantos más grados
de amor tuviere, tanto más profundamente entra en Dios y se concentra con él. De
donde podemos decir que cuantos grados de amor de Dios el alma puede tener,
tantos centros puede tener en Dios, uno más adentro que otro; porque el amor más
fuerte es más unitivo, y de esta manera podemos entender las muchas mansiones
que dijo el Hijo de Dios (Jn 14, 2) haber en la casa de su Padre” (LB 1,13).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD