Cuarta semana de Pascua
MARTES
En las manos seguras del Pastor
Jn 10,22-30
“Nadie las arrebatará de mi mano… Nadie puede arrebatar nada de la mano del
Padre”
La figura del Pastor sigue presente en el Evangelio que leemos este día, su
manera de cuidar el rebaño es revelador de su identidad mesiánica y divina.
Una pregunta decisiva
Los que han escuchado la enseñanza de Jesús (Jn 10,1-18) no han quedado
tranquilos, por eso abordan a Jesús en el pórtico del Templo de Jerusalén para
exigirle que declare abiertamente cuál es su identidad: “Si tú eres el Mesías,
dínoslo abiertamente” (Jn 10,24). Jesús les responde apelando de nuevo a lo le
han visto hacer en medio de la gente y que es similar a lo que un Pastor hace
con su rebaño, ahí deben buscar la respuesta y aceptarla. Hay que observar lo
que Jesús “hace” para que podamos hacernos una idea correcta acerca de él: las
obras que realiza en nombre del Padre testimonian su identidad mesiánica.
El criterio distintivo
Como se vio en la alegoría del Buen Pastor, uno de los rasgos distintivos del
pastor es su sintonía con las ovejas; ahora Jesús la recalca. El impostor puede
tratar de imitarlo pero las ovejas no se dejan engañar. El verdadero pastor logra
ser escuchado, las ovejas lo siguen y confían en él: “Mis ovejas escuchan mi
voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27). Este “mis ovejas”, tan
entrañable, es importante; no se trata de una posesión avara sino sentido de
pertenencia que proviene de una mutua entrega en el amor tal como la evoca la
alianza de Dios con su pueblo. La oveja es acogida, recibida, apropiada por
Jesús, quien se hace responsable de la vida que es confiada a su mano: “Yo les
doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano”
(10,28).
El conocer debe llevar al creer
Pero no es suficiente con esta revelación de parte de Jesús, se necesita un
elemento esencial: que nosotros le creamos. Esta respuesta está reservada a
quien pertenece al Buen Pastor: aquellos que se han dejado conocer por él
también son capaces de conocer su identidad más profunda y dar el paso de la
fe.
Precisamente porque es en la libertad, que es el ambiente propio en que puede
darse el amor, se puede creer o no creer. Los judíos (aquí el término indica los
líderes religiosos) aquí aparecen como los que no creen en Jesús porque no
logran captar su identidad divina (Jn 10,25: “No me creéis”), más bien lo
declaran un rival de Dios y, como era de esperarse, también de ellos. Los líderes
judíos pueden valerse de la persuasión o de la persecución para ser escuchados,
pero no lograrán atraer hacia ellos a los discípulos de Jesús.
La frase Jesús genera un grave conflicto. Por una parte los Judíos encuentran
una razón para justificar su deseo de destruir a Jesús y dispersar a sus
seguidores. Desde su punto de vista se trata de un asunto grave: ¿Jesús es de
verdad el Hijo de Dios? Los judíos lo acusan de auto proclamarse divinidad. Pero
por otra parte, la verdad resulta ser otra, la verdad es que en Jesús Dios se hace
hombre y en todas las acciones de Jesús, Dios Padre extiende su mano sobre
todos las personas para cuidar de ellas.
El creer nos lleva a conocer la gran revelación
¿Cuál es el fundamento de este certeza? Es sencillo: el Padre. El Padre es más
grande que todos (10,29). La frase que Jesús usa una expresión muy
significativa: “Yo y el Padre”, para indicar que actúan como si fueran una única
persona (Jn 10,30). Decir esto ante las autoridades religiosas de Israel suena
para ello gravísimo, ellos lo considran una blasfemia u ofensa a Dios. En cambio
para los discípulos de Jesús se trata de una certeza que resume bien toda la
enseñanza del Maestro.
Volviendo a la cuestión inicial “Eres tú el Mesías” (10,24), podemos apreciar la
fuerza de las palabras: “es que no me creéis” (10,25). Para creer se necesita de
voluntad, lo mismo que para amar. Las evidencias están expuestas ante los ojos
en todo lo que Jesús hace por nosotros. Pero los líderes judíos, que representan
aquí a los que no quieren creer, no aceptan en Jesús al guía prometido por Dios
para conducirnos a los pastos de la vida eterna; no quieren aceptar sus obras
obras buenas hechas a favor de los más desafortunados y débiles; no quieren
escuchar su voz y, por tanto, conocerlo; pero aún, ciegos por los celos porque
ven a Jesús a uno que atrae a la gente más que ellos, acuden a las
persecuciones para tratar de arrancar de sus manos a aquellos que le han dado
atención a su enseñanza y se han abadonado en él.
Seguros y confiados en las manos de Jesús
La otra cara de la moneda está en la conclusión: nadie podrá arrancar de las
manos del Buen Pastor quien confiesa la fe en el único Dios, quien le ha
entregado su vida, quien está dispuesto para anunciar y testimoniar su
presencia viva y benéfica en el terreno concreto de su cotidianidad. “Nadie las
arrebatará de mi mano… Nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre”
(10,28.29).
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
1. ¿En qué nos apoyamos para saber con certeza que Jesús es el Mesías?
2. Según la enseñanza de Jesús, ¿por qué unos creen y otros no?
3. ¿Qué me inspiran las palabra de Jesús “nadie las arrebatará de mi mano”? Si
Jesús se refiere a los creyentes como “mis ovejas”, ¿cómo puedo corresponderle
al sentido de responsabilidad que él declara sobre mi vida?
A veces nos cansamos cuando no vemos en las otras personas las reacciones de
fe que esperamos, ¿verdad? Al respecto San Francisco de Sales nos da una
enseñanza:
“Sólo continuemos cultivando bien,
porque no hay tierra que sea tan ingrata
que el amor del cultivador no fecunde”
Padre Fidel Oñoro CJM