Cuarta semana de Pascua
SÁBADO
Una Escuela de Padres
Juan 14,7-14
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”
En el itinerario bíblico para el ejercicio de la Lectio Divina, hasta ahora nos
hemos dedicado a dar “pistas” para que cada lector aborde el evangelio con
buenos elementos. En esta ocasión vamos a concedernos un reposo sabático y
probaremos otro estilo más aplicativo: haremos una “Escuela de Padres” con la
frase central del pasaje de hoy, es decir, vamos a masticar un poco más el texto
en función de la vivencia familiar según el evangelio.
1. Una súplica intensa: Ver el rostro de un “Padre”
“ᄀMuéstranos al Padre y nos basta! ”, le dice el discípulo Felipe a Jesús, justo
en el corazón de los discursos de adiós del evangelio de Juan (14,8). Es como
decir: “ya está bueno de signos, de misterios, no nos aplaces más el desenlace
de tu revelación. Lo que queremos es llegar a la verdad completa enseguida,
llegar a lo definitivo que no deja atrás ninguna duda ni oscuridad”.
Aquel Padre que Felipe desea conocer con todo su ser, es lo máximo de la
felicidad, de la protección, de la ternura, del cumplimiento. Eso lo ha captado en
la manera como Jesús se refiere a su Padre: lo llama Abbá en la oración, con un
gran sentimiento de intimidad y de ternura.
Pero infelizmente, muchos hijos –adultos- oran este “ Muéstranos al Padre ”,
pero tratando de pasar por alto cualquier mediación.
Son hijos que cargan con fuertes desilusiones con sus papás y sus mamás
terrenas. Muchos incluso arrastran grandes heridas de sucesos del pasado en la
familia: marcas dolorosas que les han generado inconsistencias y serios
problemas en sus vivencias afectivas ya en la edad adulta.
Es por eso algunas personas incluso tienen dificultad para recitar un “Padre
Nuestro”. El término “Padre” les sabe amargo. A propósito, no olvidemos que la
figura de Dios Padre en la Biblia, que es el generador de vida por excelencia,
contiene tanto el aspecto materno como paterno. Según la Biblia, Dios “Padre”
no es una proyección de las paternidades terrenas, es al revés: la paternidad de
Dios es una revelación que viene de lo alto y que purifica las malas experiencias
terrenas.
Hay una tentación en la vida espiritual: pasar por alto los signos inciertos y poco
descifrables de la carta que Dios Padre nos dirige a través de nuestros propios
padres; nos habría gustado más bien que nos hubiera llegado una mensaje
completo, perfecto, revelación total de la paternidad divina.
2. La respuesta de Jesús
¿Qué responde Jesús frente a este punto? ¿Cómo responde frente al deseo
profundo y legítimo de sus discípulos de verle la cara a ese Padre de quien Jesús
habla tanto y a quien le ora con tanto amor?
Jesús les responde con algo de tristeza: “ ¿Tanto tiempo que estoy con
vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre. ﾿Cómo dices tú: ‘Muestranos al Padre? ” (14,9) .
Hay que dejarse sorprender: ver a Jesús significa ver al Padre. Es claro, en el
evangelio de Juan, que no es tanto un ver físico sino intuir el misterio de la
persona de Jesús que nos muestra al Padre.
Pero Jesús dice todavía más. Aterriza al discípulo para que no se pierda en
abstracciones: “ El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago,
y hará mayores aún, porque yo voy al Padre ” (14,12).
Jesús acababa de decir: “ Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí
(14,11). Y la prueba eran las obras: “ El Padre que permanece en mí es el
que realiza las obras ” (14,10b). Pues bien, el mismo esquema vale también
para el discípulo: quien ve las obras de un discípulo de Jesús ve a Jesús que
muestra al Padre a través de la cotidianidad de cualquiera de nosotros.
Todo esto es posible gracias a una ausencia: al hecho de que Jesús ya esté
habitando junto al Padre, que no es sino otro modo de su presencia. Una
presencia que hay que captar aceptando su misterio a través de los signos. Así
los cristianos tenemos una responsabilidad seria que es la de mostrarnos unos a
los otros el rostro de Dios Padre a través de nuestro “hacer”, a través de las
obras que realizamos todos los días.
3. Palabras que le da una nueva visión a la vida de familia
El deseo de ver al Padre que manifestó Felipe lo podemos encontrar a través de
nuestros padres terrenos: hay que saber reconocerlo a través de ellos, no
importa que haya alguna que otra sombra que todavía no hayamos comprendido
en la historia de nuestras relaciones familiares.
Es importante que dejemos que nuestros padres sean signo de la paternidad de
Dios, para lo cual hay verlos por encima de nuestras expectativas y dejando de
lado nuestros juicios.
Antes de juzgar diciendo quizás que no fuimos suficiente amados como hijos,
que no recibimos lo que creíamos merecer, lo primero que hay que hacer es
hacer una aproximación a los papás con un respeto infinito y valorar más sus
esfuerzos. Para entrar en ése ámbito, primero hay que renunciar a la
agresividad y a los reclamos.
Entonces se verá que a través de ellos se me ha manifestado el Padre. Es como
si se repitieran las palabras de Jesús: “ Quien me ha visto a mí ha visto al
Padre ”. Veremos los destellos, no siempre evidentes, del rostro del Padre en
ellos.
¿Qué tal si nos explicamos con una historia?
“Le sucedi￳ a un hijo que hasta los 40 a￱os le había repetido a sus familiares y
amigos, e incluso se la había contado a su primer hijo pequeñito, la triste
historia de su papá con cierto resentimiento. A todos les hacía sentir que no
había sido amado. Pero un día cayó en cuenta de un recuerdo lejano que se le
había quedado guardado en el corazón. Su papá, quien paraba poco en casa y
que, cuando llegaba, lo hacía borracho, un día bendito, un día de lluvia, lo cargo
y puso sus piecitos sobre sus propios zapatos -enormes para el niño- para
ayudarlo a atravesar el charco de fango helado y así cruzar la calle. Y fue el
calor de aquella mano que le acariciaba la nuca que se convirtió para él en signo
de la presencia de Dios”.
Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué provoca en mí la oraci￳n de Felipe: “ Señor, muéstranos al Padre y
nos basta ”?
2. ¿La revisión de las relaciones con Jesús –en el ámbito de la última cena- qué
otras relaciones fundamentales de mi historia personal me pide también que
examine?
3. ¿C￳mo se es “Papá” y “Mamá” en la escuela de Jesús?
“Mi espejo ha de ser María.
Puesto que soy su hija, debo parecerme a ella
y así me pareceré a Jesús”
(Santa Teresa de los Andes)
Padre Fidel Oñoro CJM