V Semana de Pascua.
Viernes.
a.- Hch. 15, 22-31: Carta apostólica de Jerusalén.
De la reunión conciliar sale una resolución respecto a la obligatoriedad o no de la
Ley mosaica para los gentiles que se incorporaban a la Iglesia. Nombran dos
delegados, Judas y Silas, además de Pablo y Bernabé que fueron los portavoces
de la Iglesia de Antioquia, que llevan por escrito lo acordado. Esta decisión pone de
relieve la importancia, la autoridad, que tiene la Iglesia de Jerusalén. La carta en
cuestión comienza quitando autoridad a los judaizantes, diciendo que han actuado
por propia iniciativa. La decisión de abrir el Evangelio a los gentiles fue tomada por
el Espíritu Santo y los miembros de la comunidad. Santiago, movido por el Espíritu
Santo, habla basado en la Escritura (cfr. Am. 9,11-12), pero también supo exponer
el pensar de la comunidad. Vemos la convicción de los Hechos de los Apóstoles, que
el Espíritu Santo obra en la Iglesia, no sólo en los momentos de conflicto o crisis, o
cuando hay que tomar una decisión, sino siempre. El Espíritu Santo y la comunidad
representada por sus dirigentes, son los dos testimonios autorizados para tomar
una decisión trascendental para la Iglesia y su futuro. Las cuatro prohibiciones
están tomadas del libro del Levítico (17,8): la carne ofrecida a los ídolos antes de
ser vendida en el mercado y que luego podía ser consumida en los ritos paganos; la
abstinencia de la impureza o fornicación (Lev. 18, 6-18); la prohibición de comer
animales con su sangre, es decir, animales que no habían sido desangrados y
prohibido consumir su misma sangre (cfr. Lv. 17, 10ss). La sangre es vida y por lo
mismo pertenece a Dios. Las prohibiciones se resumen a evitar la idolatría y la
inmoralidad sexual, ideas que rechazaba la Ley de Moisés y los propios judíos.
b.- Jn. 15, 12-17: Esto os mando: que os améis unos a otros como yo os he
amado.
El evangelio nos habla del amor de Cristo, fuente de todo amor en la comunidad
eclesial y en la vida del creyente. Son dos realidades las que involucra este
mandato: el amor de Jesucristo para con sus discípulos y el fruto de esta amistad,
el amor fraterno en el grupo. El mandato se podrá cumplir y adquirirá su pleno
significado, una vez, que comprendamos que para amar al prójimo primero hay que
comprender que ÉL nos ha amado primero. Sólo así se entiende que nos podamos
amar entre nosotros. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (v. 12).
Entregar su vida por sus amigos, sus discípulos, es la máxima expresión de su
amor por ellos (v. 13). Un amor crucificado, una vida hecha entrega, una sangre
derramada por su salvación, para darles vida nueva de hijos de Dios. “A vosotros os
llamo amigos, si hacéis lo que yo os mando” (v. 14). Es Jesús, quien inicia esta
amistad, los escoge para ser sus amigos, sus discípulos, continuadores de su
misión. Depositarios de todo cuanto el Padre le ha confiado a su Hijo, de todos sus
secretos. Porque ÉL los ha escogido, cuanto pidan al Padre en su Nombre, les será
concedido. Resumiendo: Amor, obediencia y amistad son un ramillete de criterios y
actitudes básicas que el discípulo debe manejar a la hora de establecer contacto
con Cristo y dejarse guiar por la mano del Padre hacia su Hijo. El amor al prójimo,
al grupo, a la comunidad, tiene su modelo en el amor de Jesucristo: la entrega de
la propia vida. Amor crucificado que viene a significar olvido de sí a la hora de
entregar tiempo y amor al necesitado, triste, acongojado etc., amor auténtico que
sabe a caridad divina.
El Doctor del amor, como también se conoce San Juan de la Cruz, nos invita a
entregarnos al amor auténtico, verdadero, que deja la vida en las obras y empresas
que emprende y no se cansa ni cansa, por que ha encontrado la fuente del amor en
Cristo y sabe que todos los trabajos se pasan porque sabe que la obra no es suya
es de ÉL. Vive para contentar y glorificar a Dios con sus obras, frutos de un amor
maduro y fecundo, entrenado y recio. c.- San Juan de la Cruz: “El alma que anda
en amor ni cansa ni se cansa” (D 96).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD