Ora es cuando chiles verdes, le han de dar sabor al caldo
Domingo 6º. Pascua Ciclo A
Estos domingos nos remontan con gran emoción a todo lo ocurrido en la última
cena donde Cristo se despedía de sus discípulos, sorprendiéndolos desde
principio a fin con su actitud y sus palabras. Cristo lava los pies a sus discípulos
que se quedan con el ojo cuadrado viendo a Cristo el Maestro con una toalla
atada a su cintura y de rodillas para poder lavarles los pies, luego los sorprende
al darles por primera vez lo que había anunciado, su Cuerpo y su Sangre, no sin
antes pedirles que lo hicieran presente en el mundo y precisamente en el altar
donde él se presenta como sacerdote, víctima, cordero y altar. Pero luego
sorprende Cristo con sus palabras, yendo al meollo de las cosas, sin dejar
escapatoria posible. Se siente que Cristo no había venido a dejar un sistema
filosófico, aunque sus palabras llevaban filosofía, ni había venido a fundar un
sistema moral, aunque sus palabras llevaban una fuerte moralidad e incluso no
venía a fundar ninguna religión, aunque su actitud iba dirigida a fundar una
familia donde los hombres encontraran la salvación. Y es aquí donde Cristo
aprieta las clavijas, no pide a sus gentes que recen, aunque él hablaba con su
Padre Dios a todas horas, él lo único que pide es el amor, el amor manifestado
en obras, en compromiso, definitivamente en sus mandamientos no como
imposición, sino precisamente como manifestación del amor a ese buen Padre
Dios que nos envía a su Hijo Jesucristo, pero no de cualquier manera sino en la
pobreza y entre los pobres, a los que él fue enviado primordialmente y con los
que él se identifica, recordando aquello de “en aquél día separará a los unos de
los otros, tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo…”
Luego Cristo se detiene en hacer presente al Espíritu Santo que campea en la
vida de Cristo desde su Encarnación en el seno de María hasta su Resurrección y
que tendrá una importancia definitiva en hacerlo presente entre los hombres,
siendo inspiración de la familia fundada por él para hacer que su Reino se
implante entre todos aquellos a los que él fue enviado.
Y luego vuelve Jesús a la cargada, para que no quepa dudas de lo que él quería
dejar bien caro en la mente y en el corazón de los suyos: “ El que acepta mis
mandamientos y los cumple, ese me ama. Al que me ama a mí, lo amará
mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él”. ¿ Tendría que
hablar más claro Cristo Jesús ? no será entonces el mejor cristiano el que reza
más, él que participa en muchas peregrinaciones, el que trae en el cuello más
medallas por más milagrosas que sean, sino el que ama y ama como Cristo nos
ama, hasta dar la vida por los demás. Es algo que tenemos que aprender los
cristianos, una vida de amor, de entrega, de generosidad a todos los que nos
rodean, a todos los que formamos esta gran familia humana, dando la mano,
hermanándonos con todos los que desean el bien, la paz y la cordialidad entre
todos los hombres. Pero el decidirse a amar, tiene otra implicación, por demás
está por decirlo, sumamente agradable, hacerse acreedor al amor del buen
Padre Dios que nos amará con el mismo amor con que ama a su Hijo Jesucristo.
¿No es encantador el descubrimiento de Cristo? Pero aún hay otra sorpresa,
Cristo mismo nos amará y se manifestará como Salvador y guía de todos los que
se le entregan.
Son muchas las ofertas de Cristo como para desaprovecharlas, tanto o más
que las noches en que las grandes tiendas comerciales anuncian grandes
descuentos, maravillosos descuentos. La oferta de Cristo es el amor y el destino,
el abrazo único, eterno, esperanzador del Buen Padre Dios.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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