DOMINGO VI DE PASCUA (A)
Homilía del P. Joan M. Mayol, monje de Montserrat
25 de mayo de 2014
Ac 8, 5-8. 14-17; 1 P 3, 15-18; Jn 14, 15-21
El amor y la oración de Jesús por sus discípulos encabeza sus palabras de despedida. Son
frases _queridos hermanos_ que, expresadas en la intimidad religiosa de la cena pascual, y
dichas en la inmediatez de su muerte, le dan un valor transparente de autenticidad. Son palabras
que reclaman, a quien las escucha como dirigidas a él, una actitud semejante. "Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos." Son palabras que transmiten serenidad y confianza. "Yo pediré al
Padre y os dará otro Paráclito; el Espíritu de la Verdad " , y también:" ... será amado de mi Padre;
y yo también lo amaré y me manifestaré a él plenamente. " Son palabras que envuelven el núcleo
de la revelación de Jesús que aún no puede ser comprendido de verdad por los discípulos hasta
que Él no termine su obra en este mundo. Misterio que incluirá no sólo la plena revelación del
amor de Dios sino también la revelación del misterio del hombre predestinado a la plenitud de la
vida en Él. "Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en
vosotros. "
La revelación del amor de Dios se manifiesta en las palabras y en las obras de Jesús. Pero su
plenitud no llega hasta que Jesús es glorificado. Y los discípulos, a pesar de las palabras y los
signos del Señor que así lo anuncian, no lo pueden entender. No pueden creer que Jesús haya
de pasar de este mundo al Padre por medio de una muerte tan cruel como injusta. ¿Qué será de
ellos sin el Maestro? Se dispersarán cada uno por las suyas. Y sin embargo es por medio del
testimonio de la verdad, de la autenticidad que hay en la vida y en la muerte de Jesús, que Él
reunirá a los hijos de Dios dispersos. Por eso el don de su vida no puede ser otro que el Espíritu
de la Verdad, porque es a través de vivir en ella a pesar de las dificultades, los sufrimientos y la
muerte de cruz que se realiza la redención humana.
El que está junto a la cruz lo ha visto da testimonio. Ha visto su gloria que consiste en la plenitud
de su amor incomparable, y ha recibido a la vez de esta plenitud la capacidad de dar él mismo
también la vida. En la medida que el discípulo cumple el mandato del Señor _ " como yo os he
amado " _ entra en la dinámica del amor de Dios participando de la vida que Jesús resucitado
plenamente posee _porque yo vivo y también vosotros viviréis, les ha dicho_ Así, gracias al
Espíritu de la Verdad, se va conociendo al Señor de una manera más verdadera y se participa de
su amistad de una forma más auténtica.
Para nosotros es una experiencia que se realiza a partir del encuentro sincero con la Palabra del
Señor leída desde el amor con que ha sido escrita, acogida desde la veracidad con que ha sido
inspirada, para que sea capaz de conectar en nosotros en ese punto interior de autenticidad
deseado que uno mismo no puede controlar. Sólo en la soledad se siente esa la sed de verdad.
Por eso es importante tener un tiempo gratuito, sin prisas ni simultaneidades, un tiempo sólo para
el hombre interior, porque como dice San Agustín: " No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En el
hombre interior habita la verdad "
En este espacio de oración sentimos resonar las palabras del apóstol Pedro: " Glorificad en
vuestro corazón a Cristo Señor y estad siempre preparados para dar razón de vuestra esperanza
a todo el que os lo pidiera" dice literalmente el texto. Glorificad a Cristo Señor en vuestros
corazones, es decir: que en lo mejor de nosotros mismos se asiente cada día más la verdad que
da sentido global a la vida, que la purifica, que la ilumina y la hace vivificante para la convivencia
humana. El Espíritu de la Verdad urge a vivir en autenticidad, desde lo que realmente somos:
Hijos de Dios. Se vive con más autenticidad, en la medida que se van eliminando las
contradicciones entre lo que profesan nuestros labios y lo que dicen nuestras acciones concretas,
a medida que nuestro obrar transparenta más el ser de Dios en nosotros, ser que nos es origen y
sentido. Este es el camino que el Hijo de Dios ha rehecho en sí mismo para nosotros, y el
Espíritu de la Verdad nos ayuda a llevarlo a cabo, no como un camino de perfeccionismo
personal, sino un camino de comunión con Dios y con los hermanos.
El Espíritu Santo, como el diácono Felipe, nos lleva a anunciar el Evangelio allí donde su
esperanza y su alegría están ausentes debido a la ignorancia o del pecado, para llevar la alegría
fundamental del Evangelio: Dios cree en ti; tu amor en el suyo es imparable. Levántate, resucita,
y Cristo será te iluminará. Y es que el evangelio de Jesús lleva fundamentalmente curación y
alegría a nuestras vidas. Curación de tantas heridas que no se ven pero que se hacen sentir y
dañan la alegría de ser y el gozo de la convivencia.
La oración y el gesto de la imposición de manos de los apóstoles para comunicar el Espíritu que
recogía el fragmento de los Hechos de los Apóstoles que hoy hemos leído, es un icono también
de este estar cerca, desde la oración y des del silencio del que da no sólo lo que tiene sino lo que
es, comunicando así el Espíritu de la Verdad que anima a los hombres a buscar de vivir no sólo
con dignidad sino con autenticidad, y lo hace mostrando el hombre verdadero que es Jesús.
Desconocen hoy el Espíritu de la Verdad quienes, como los sacerdotes y los maestros de la ley
de ayer, no reconocen la verdad interpelante de las palabras del Evangelio y tienen por necedad
las obras de vida y de consuelo que suscita, quienes como Pilato, aun reconociéndolas, no
quieren comprometer su bienestar, y se desentienden de los inocentes que son llevados a la
miseria ya la muerte. Pero cuidado, porque aquí nos podemos encontrar todos: creyentes,
agnósticos o ateos. Porque la vida misma pide autenticidad a todos, y no se puede vivir a fondo
la propia vida sin tener en gran estima la de los demás.
Como creyentes, el Espíritu de la Verdad nos empuja a buscar Verdad en nuestras vidas a partir
de la revelación del amor del Padre en el Misterio Pascual del Señor. Busquemos pues, como la
Samaritana, las verdades genuinas y puras como el agua. Comprometámonos, como el ciego de
nacimiento, por las verdades claras como la luz. Dejémonos llamar, como Lázaro, por las
verdades poderosas como la vida. Sin embargo, la verdad en nuestras manos es frágil como el
agua; cualquiera la puede contaminar. Es frágil, como la luz; basta de cerrar los ojos para no
verla. Es delicada, como la vida; la podemos acabar con ella en un instante.
Pero la verdadera agua viva no se puede contaminar. El Espíritu Santo es la fuente. Sigue
brotando para nosotros y para todos los hombres.
La luz verdadera no podemos obviarla. Es Jesús, historia de nuestra historia. Y él sigue creyendo
en nosotros y en todos los hombres.
La vida verdadera la podemos perder, pero no la podemos destruir. El Padre es el autor, y sigue
recreándola para nosotros y para todos los hombres.
Es aquello que cantábamos en el salmo responsorial: " Venid a ver las obras de Dios, sus
temibles proezas en favor de los hombres."