SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR. CICLO A.
( Mt. 28, 16-20)
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte
en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque
algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: «Me ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas
las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; y enseñándolas a cumplir todo cuanto os he mandado. Y sabed que
yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
CUENTO: LA MUERTE DE LA PARROQUIA
Una vez apareció sobre los muros y en el periódico de la ciudad un extraño
anuncio fúnebre: “Con profundo dolor comunicamos la muerte de la
parroquia de santa Eufrosia. Los funerales tendrán lugar el domingo a las
11 de la ma￱ana”.
Naturalmente que el domingo había en la iglesia de santa Eufrosia un gentío
inmenso, como nunca de había visto. No había un sitio libre, ni siquiera de
pie. Ante el altar mayor se alzaba un catafalco con un ataúd de madera
oscura. El párroco pronunció un sermón sencillo:
- Creo que nuestra parroquia no puede ni reanimarse ni resucitar; pero,
dado que casi todos estamos aquí, quiero probar una última tentativa. Para
ello me gustaría que todos pasarais ante el ataúd, a ver por última vez a la
difunta. Desfilad, por favor, uno por uno en fila india. Una vez visto el
cadáver, podéis salir por la puerta de la sacristía. Después, el que lo desee,
podrá entrar de nuevo por el portón, para la Misa.
El párroco abrió el ataúd. Todos preguntaban curiosos:
-¿Quién estará ahí dentro?¿Quién será el verdadero muerto?
Comenzó el lento desfile. Uno tras otro iba asomándose al ataúd y miraba
dentro, luego salía de la iglesia, Salían silenciosos y confundidos.
Porque todos los que deseaban ver el cadáver de santa Eufrosia y miraban
en el ataúd veían en un espejo colocado al fondo de la caja su propio rostro.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Celebramos este domingo los cristianos una festividad importante: la
ASCENSIÓN del Señor a los cielos. Con esta fiesta termina propiamente el
tiempo de la Pascua y comienza en tiempo de Pentecostés. También, este
domingo es el comienzo de la misión de los apóstoles, el tiempo de la
Iglesia, el tiempo del testimonio de los cristianos. Jesús desaparece
físicamente de la vista de los discípulos. Eso no quiere decir que nos haya
abandonado, sino que su presencia es ahora espiritual. Como nos dice el
evangelio de hoy, Él está con nosotros hasta la consumación de los tiempos.
Pero ahora será una presencia mediatizada. Ahora su presencia en el
mundo somos nosotros, los cristianos. Sus manos son nuestras manos, sus
pies son nuestros pies, sus palabras son nuestras palabras, su amor es
nuestro amor. ¡Tremenda y maravillosa responsabilidad!. No es la hora de
quedarse mirando al cielo, con la boca abierta, anhelando seguridades,
añorando tiempos pasados que creemos mejores. Cristo nos lanza hacia el
futuro. Es cierto que corren tiempos difíciles para el testimonio de la fe en el
mundo actual. Ni mejores ni peores que otros tiempos. Es un mundo muy
diferente el que nos toca vivir, es verdad. Pero el mensaje de Cristo sigue
siendo actual, vivo, más que nunca necesario para esta sociedad nuestra
aparentemente satisfecha de cosas materiales, pero vacía de ideales, de
valores, de horizontes que lleven a una felicidad plena. El problema no es
Cristo, el problema es la Iglesia, somos cada uno de los cristianos. Ya lo dijo
un cardenal en un Sínodo de Obispos: “los j￳venes hoy creen a Cristo, pero
no creen a la Iglesia”. O sea, que lo que falla es el testimonio de los
cristianos. Como nos dice el cuento de hoy, los males de nuestra Iglesia,
parroquias, comunidades, son el reflejo de nuestros propios males
personales como cristianos. Pero más que nunca, aunque parezca lo
contrario, los cristianos son observados y sin duda que en el fondo mucha
parte de la sociedad lamenta que los cristianos se cansen de vivir,
profundizar y testimoniar su fe en medio del mundo. No tengo dudas de que
si los cristianos se decidieran a poner en práctica de verdad el mensaje de
Cristo, primero el mundo cambiaría radicalmente, segundo muchos se
interesarían por saber la causa de nuestra felicidad, tercero, la Iglesia sería
realmente lo que debería ser: sal y luz del mundo, sacramento y signo de la
salvación. Cuidemos el testimonio de la vida diaria. No hace falta hacer
cosas extraordinarias, sino hacerlo todo con mucho amor y alegría, con
amabilidad, con respeto, con acogida a todos, con tolerancia, con una
inmensa solidaridad y preocupación por los más necesitados. No olvidemos
que somos observados en el trabajo, en la familia, en el colegio, en la
universidad, en el vecindario, entre los amigos. ¿Qué testimonio damos ahí
de Cristo? No tengamos miedo, no estamos solos, nuestra fe y nuestra
experiencia nos dice que Cristo nos acompaña, que El nunca nos fallará,
que en su Nombre podemos marchar tranquilos a evangelizar con valentía,
con humildad, con alegría, con amor. Buena tarea para todos los días y
para toda la vida. No olvidemos que la Iglesia, como nos dice el cuento,
somos todos y cada uno de nosotros y de nosotros depende que
organicemos con ella un funeral o una fiesta de fraternidad y de esperanza.
¡QUE SEAMOS TESTIGOS ESTA SEMANA DE LA ALEGRÍA Y DEL AMOR EN EL
MUNDO DE HOY, AL QUE CRISTO NOS ENVÍA¡