Séptima Semana de Pascua
Sábado
Una confrontación entre Pedro y el Discípulo amado
Juan 21, 20-25
“Tú, sígueme”
El último pasaje del evangelio de Juan le da la ocasión a Jesús para pronunciar
por última vez el imperativo de la vocación: “ Tú, sígueme ” (21,22; ver 1,43;
21,19).
El contexto del pasaje no le da a Pedro la mejor imagen, puesto que se trata de
una confrontación con el discípulo amado. Pedro le pregunta a Jesús: “ Señor, y
éste, ¿qué? ” (21,21), en el sentido de “¿qué será de él?”. El apóstol a quien
Jesús le ha dado a entender que su destino es el martirio (ver 21,18-19), quiere
saber cuál será el destino de su compañero.
La respuesta de Jesús es dura: “ Si quiero que se quede hasta que yo venga,
¿qué te importa? ” (21,22ª). ¿Cómo entender esta reacción? Ante todo como
una invitación a no compararse con los demás: Jesús tiene un camino para cada
uno y ninguno de es mejor ni peor. Pertenece a la soberana libertad de Jesús
indicarle el camino del seguimiento a cada uno. Cada discípulo es invitado a
apreciar y respetar el itinerario del otro.
El “ Tú, sígueme ” es, entonces, la norma de vida del discípulo: su mirada está
siempre puesta en el Maestro y, desde ahí, acoge también el amor y estilo de
relación que tiene con todos los discípulos.
En el “ Tú, sígueme ”, Pedro es llamado para hacer lo que Jesús le pida –como
por ejemplo, el martirio- sin importar si no se lo pide a los demás. Es aquí donde
la pureza de corazón alcanza su más alto grado.
Las palabras finales del evangelista (21,24-25), nos muestran que la obra de
Jesús es infinitamente grande, que siempre nos sobrepasa: aún cuando creamos
conocer el Evangelio, siempre hay novedades, hay sorpresas. Ni siquiera el
mismo Juan, el apóstol del Verbo Encarnado, fue capaz de agotar lo que es el
Misterio de Dios.
La profunda humildad que aprende Pedro en la última escena del evangelio es
también la profunda humildad del evangelista, quien cierra su obra sabiendo que
Jesús siempre le supera. Una actitud que lleva finalmente a la confianza, porque
sabemos que, por una parte, el “ testimonio es verdadero ” (21,24), y por otra,
que el Resucitado estará siempre ahí realizando las promesas que el evangelista
nos hizo contemplar.
Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Me comparo con otras personas? ¿Me considero en ventaja o desventaja con
relación a los demás?
2. ¿Estoy dispuesto para hacer lo que el Señor me pida, no importando que no le
pida eso mismo a otros?
3. ¿Con qué actitud termina Juan su evangelio? ¿Qué dice esto con relación a la
experiencia de Jesús Resucitado?
Padre Fidel Oñoro CJM