Comentario al evangelio del miércoles, 4 de junio de 2014
Queridos amigos:
La última semana del tiempo pascual es una semana “testamentaria”. Las lecturas nos presentan el
testamento de Pablo (Hechos de los Apóstoles) y el testamento de Jesús (evangelio de Juan).
Pablo, despidiéndose de los responsables de la comunidad de Éfeso, les hace una sentida
exhortación al cuidado de la comunidad, a la alerta frente a los “lobos feroces”, y al trabajo gratuito en
favor de los necesitados. Al hablar de este último aspecto cita dos dichos de Jesús, casi dos refranes,
que han debido de llegarle por tradición oral: Más vale dar que recibir y más dichoso es el que da que
el que recibe. Es verdad que en una cultura autosuficiente como la nuestra se necesita mucha humildad
para saber recibir, pero tendríamos que seguir profundizando en la sabiduría evangélica del “dar”.
Hoy, por lo general, damos cosas. Por todas partes hay campañas a favor de las iglesias necesitadas, de
los enfermos, de los desempleados, etc. Pero pocas veces se trata del dar de la viuda, que es el modelo
favorito de Jesús. En un contexto de relativa abundancia, damos de lo que no sobra. Podemos así
tranquilizar la conciencia, pero nos quedamos sin experimentar el fruto evangélico que acompaña a
quien da lo que necesita para vivir. Nos hemos hecho tan calculadores (presupuestos, balances,
proyectos, etc.) que cualquier acción desprogramada nos parece asistencialismo. Y, sin embargo, la
donación de uno mismo se resiste a la planificación, porque no depende de lo que yo quiero hacer con
mi vida sino de lo que los demás (casi siempre de forma imprevista) necesitan.
Jesús le pide al Padre por sus discípulos , por los que me has dado: para que no se pierdan, sean uno,
tengan alegría, sean preservados del mal y santificados en la verdad. Fortalecidos por estos dones del
Padre, podrán ser enviados. Por eso, el fragmento testamentario de hoy termina con un envío: Como tú
me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Mientras medito estas palabras, pienso si
nuestros “envíos” de hoy van acompañados por los dones que Jesús pide al Padre; es decir, por la
unidad, por la alegría, por la verdad. ¿No os parece que nuestras acciones individualistas, tristes y de
mera apariencia están llamadas al fracaso?
C.R.