VII Domingo de Pascua, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Hch. 1,1-11: Jesús se elevó a la vista de ellos.
La primera lectura, nos narra la exaltación de Cristo glorioso a la diestra del Padre
en el cielo. Subyace, sin embargo, un doble plano de realidades, mientras Jesús les
habla de la promesa del Padre, la venida del Espíritu Santo (v. 4), los apóstoles
están pensando en el reino mesiánico, como una restauración del reino de David (v.
6; cfr. Mt.4,17). Late siempre en ellos, la visión temporal de las cosas de Dios:
poder político y religioso. Jesús les manda esperar en Jerusalén (v.4), para ser
bautizados con Espíritu Santo, y lo define en cierto modo, como una fuerza que
viene de lo Alto, de la cual, ellos serán revestidos, para ser sus testigos, partiendo
de Jerusalén hasta los todos confines de la tierra (v. 8). La nube, representa la
presencia de lo divino, que está presente en las grandes teofanías del AT (v.9; cfr.
Ex. 13, 22; Dn.7, 13), y también del NT (cfr. Lc. 9, 34-35; Mt. 24, 30; 1 Tes. 4, 17;
Ap. 1,7; 14,14-16). Jesús, fue levantado, arrebatado al cielo, para sentarse a la
diestra del Padre, e interceder ante el Padre por todos nosotros y ejercer su poder
sobre el cielo y la tierra. Los ángeles, anuncian su regreso, en la parusía final (v.
11). Mientras tanto, los discípulos tienen la misión de anunciar el Evangelio, la
Buena Nueva hasta los confines de la tierra.
b.- Ef. 1,17-23: El Padre lo sentó a su derecha.
El apóstol Pablo, explica en este texto, el triunfo, la supremacía de Cristo, y la
participación de la Iglesia como Cuerpo y Plenitud de Cristo, que participa de su
señorío. Es un contexto de acción de gracias a Dios que el apóstol pide al Padre que
conceda a los efesios, sabiduría y revelación, para que lo conozcan como el “Padre
de la gloria” (v.17), origen de la salvación llevada a cabo por Cristo y luz que se
necesita para conocerlo progresivamente mejor. No hay una petición de dones
abstractos, intelectuales, sino conocimiento y aceptación de los designios amorosos
de la voluntad de Dios; conocimiento que también es amor y fe en el corazón que
ve a través de la luz de la fe. El apóstol quiere que los efesios tengan un claro
conocimiento de la esperanza a l que fueron llamados, la herencia que todavía
esperan y el poder manifestado por Dios en la resurrección de Jesús y ahora
también se manifiesta en los creyentes hasta que resuciten como lo anunció Jesús.
La vida cristiana se mueve en su dinamismo salvífico entre la acción de gracias por
lo ya recibido y lo se espera recibir. Contrarrestando la creencia del mundo
helenista acerca del dominio de los poderes cósmicos que dominaban los destinos
del hombre, Pablo deja claro que Cristo con su Ascensión es Señor en el cielo y en
la tierra, sin límite de espacio y tiempo por sobre los poderes celestiales y fuerzas
del cosmos (v.21). A la comunidad eclesial, le ha sido dada como cabeza a
Jesucristo, el Señor del universo, lo que la convierte en cuerpo. Así como la cabeza
es parte de un cuerpo, así Cristo es Cabeza que da vida y unidad a la Iglesia, reúne
a los fieles en un solo cuerpo y les da vida nueva. Una segunda afirmación sobre la
Iglesia se refiere a que ella es plenitud de Cristo. Es en Cristo Jesús, quien da
plenitud a la Iglesia y no al revés, puesto que en Él encuentra su origen. ÉL es el
que lo acaba todo en todos. La Iglesia es plenitud de Cristo, en el sentido que
participa de la nueva vida del resucitado, de la regeneración universal, que produce
el bautismo, en medio de la humanidad, bajo la autoridad de Cristo Señor y Cabeza
(v. 23; cfr.1Cor.12,12; Ef.3,19; 4,13; Col.1,15-20; 1Cor.12,6; 15,28; Col.3,11). La
Iglesia es ese espacio, que vive del amor de Cristo en el mundo, y sirve al mundo;
obra con el mismo amor que lo llevó hasta la entrega de cruz (cfr. Ef. 3,18). Su
señorío, su poder de amor, lo quiere ejercer a través de la comunidad eclesia,l
llamada a ser el vínculo vigoroso de amor que se entrega al prójimo hasta llevarlo a
la plenitud de la unión con Dios.
c.- Mt. 28,16-20: Se me ha dado pleno poder en el cielo y la tierra.
El evangelio nos da a conocer las últimas instrucciones de Jesús a sus discípulos. Es
en Galilea donde fueron citados por el ángel y luego por el mismo Resucitado (cfr.
Mt. 28, 7. 10). El monte es lugar del encuentro de Dios con el hombre, espacio de
grandes revelaciones y proclamaciones, como la Ley de Moisés y las
Bienaventuranzas (Mt.5,1). Ahora Jesús, desde un monte manda hacer discípulos a
todos los hombres y mujeres, enseñándoles su palabra y bautizarles en nombre de
la Santísima Trinidad. Hay que destacar esta nueva reunión, el Maestro y sus
discípulos, menos el que lo traicionó (cfr. Mt. 26,32); el pequeño rebaño con su
Pastor. Se postran y adoran al Señor de cielo y tierra, y de todo el universo (cfr.
Mt.14,33). Posee todo poder en el cielo y en la tierra, porque ahora el Padre
recompensa su obediencia concediéndole, no sólo el perdonar los pecados
(cfr.Mt.9,6), enseñar (cfr.Mt.21,23), dar la salud y expulsar los demonios, sino un
poder sin límites como Hijo de Dios y Juez de vivos y muertos que regresará al final
de los tiempos. Este es el mesianismo que Dios le otorgó y que manifestó en el
ministerio de Cristo Jesús que pasó por este mundo haciendo el bien. Las palabras
de Jesús, hay que entenderlas como un traspaso de mando, es decir, les confía su
poder para realizar su misión en el tiempo de la Iglesia: hacer discípulos suyos a
todos los pueblos de la tierra. El método será por medio de la enseñanza y el
Bautismo, pero esto no basta, hay que prolongar esta realidad doctrinal y
sacramental a la vida de cada día con la aceptación continua de la enseñanza del
Maestro. El bautismo será en nombre de la Trinidad, no tendrá un carácter
penitencial, como el bautismo de Juan, para el perdón de los pecados, tampoco
será un bautismo de muerte como el de Cristo en la Cruz (cfr. Mt. 3,6.11; Mc. 10,
38); el bautismo suyo será para la vida abundante que nos prometió (cfr. Jn.
10,10). Los hombres serán bautizados en el nombre del Padre, lo que significa que
reciben el don de la filiación divina; serán hijos de Dios, pero para mantener tan
alta dignidad, deben vivir como hijos, a imitación del Hijo, hasta alcanzar la
perfección, don y meta de ser santos como el Padre es Santo (cfr. Mt. 5,45.48; Rm.
8,29). Pero también será bautizados las gentes en el nombre del Hijo, se establece
una comunión con su misterio pascual con su vida y salvación. Todos los bautizados
serán hermanos de Jesús y toda obra buena que se haga al prójimo tiene el sello de
amistad con ÉL, es como si esa obra se la hubiésemos hecho al mismo Jesús (cfr.
Mt. 10,40). Cada obra referida al prójimo tiene repercusiones en el día del Juicio
final, porque Jesús se declarará a favor sólo de quien lo reconociera en su prójimo
necesitado. Negará a quien lo haya negado, así como quien hizo una obra caritativa
con el prójimo tendrá el gozo de descubrir que lo hizo al propio Jesús (cfr. Mt.
10,32; Mt. 25,40). Jesucristo es hermano de todos, porque hizo a todos partícipes
de su filiación divina (cfr. Gál. 4, 6ss). El Espíritu Santo es invocado sobre el
bautizado y se establece la unidad de vida con ÉL. Es el Espíritu quien lo hizo
hombre en el seno de María Virgen, lo entronizó en su misión de Mesías en su
bautismo en el Jordán y lo condujo al desierto para pasar la primera prueba como
Mesías probado en lo que afecta a la vida de todo hombre mortal: la seducción del
mal (cfr. Mt. 4,1). Con esa misma fuerza del Espíritu Santo, trajo el Reino de Dios,
expulsó a los demonios, resucitó a los muertos, dio la salud a los enfermos y sobre
todo predicó la Buena Nueva al pueblo (cfr. Mt. 12,28). Si deben dar testimonio
ante los tribunales, no deben temer qué van a decir, porque el Espíritu de vuestro
Padre hablará en vosotros” (Mt. 10, 20). Con este Espíritu los creyentes podrán no
sólo seguir a Cristo sino imitarlo, configurar su existencia con la suya, aunque ello
incluya la entrega de la vida en el martirio. Poseen el testimonio de Cristo que se
ha ofrecido a sí mismo en sacrificio redentor por la humanidad (cfr. Hb. 9,14). La
instrucción que nutrirá la vida de los cristianos debe consistir en todo lo que Jesús
les ha encargado, o sea, el evangelio, en especial los grandes discursos, diálogos
íntimos donde deja claro quién es el verdadero discípulo y se inicia el camino del
evangelio de la gracia que conduce a Dios. Se trata del “camino de la justicia” (Mt.
21, 32), su palabra permanece pura, inalterable, que ahora el Resucitado, el Señor,
Kyrios, confirma para siempre. Llevar el mensaje del evangelio a todos los pueblos
no es una empresa humana, no están abandonados a sus fuerzas, cuentan con la
presencia de su Espíritu Santo, su palabra, su Eucaristía y sobre todo la comunidad.
Todos son espacios donde están presentes los discípulos convocados por el
Resucitado. Donde se dan todos estos elementos Jesús asegura su presencia en
medio de ellos para siempre. La Eucaristía reúne, de alguna forma, todos estos
elementos, pero con una clave misionera o evangelizadora. Si escuchamos y
celebramos la Palabra de Dios y el evangelio, si recibimos a Jesús en la comunión,
luego que abandonamos la reunión, estamos suficiente capacitados para anunciar el
mensaje salvador de Cristo a todos.
San Juan de la Cruz, nos recuerda en clave mística, que en el Bautismo recibimos la
pureza original, la misma de Adán, pero que luego del pecado podemos recuperar a
partir de nuestro Bautismo pero ahora fruto del misterio pascual de Cristo que
sana, purifica y une en amor divino al hombre con Dios. Cuando comenta los
versos: “Y luego me darías/ allí, tú, vida mía, / aquello que me diste el otro día”,
comenta: “Llamando a el otro día al estado de la justicia original, en que Dios le dio
a Adán gracia e inocencia, o el día del bautismo, en que el alma recibió pureza y
limpieza total, la cual dice el alma en estos versos que luego se la daría en la
misma unión de amor” (CA 37,5).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD