SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (A)
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
1 de junio de 2014
Hch 1, 1-11; Ef 1, 17-23; Mt 28, 16-20
Os propongo, queridos hermanos y hermanas, fijarnos en tres frases de las lecturas
que acabamos de escuchar para que nos ayuden a vivir con más intensidad y con más
alegría espiritual la fiesta de la Ascensión del Señor.
En la primera lectura escuchábamos de Jesús que , lo vieron levantarse, hasta que una
nube se lo quitó de la vista. Después de haber cumplido su misión hasta dar la vida en
la cruz y compartir la suerte de todos los difuntos, el Señor resucitó. Y ahora, después
de haberse manifestado como viviente a los discípulos, retorna, con su humanidad, a
la gloria del cielo arrastrando las heridas resplandecientes de los clavos y de la lanza,
que son la prueba eterna de su ternura, de su misericordia sin límites. Es lo que
profesamos en el Credo: "resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y
está sentado a la derecha del Padre". Jesús es el Señor, el Hijo de Dios hecho
hombre, que se ha hecho solidario de todos sus hermanos en humanidad,
compartiendo sudores y lágrimas, alegrías y esperanzas de un futuro sin dolor ni
llantos. Pero, como Señor le corresponde reinar, con un reinado de paz y de justicia
ejercido desde el amor y la humildad que ha mostrado en su vida mortal. Su
humanidad entra definitivamente en la gloria divina simbolizada por la nube que lo hizo
perder de vista a los discípulos. Vuelve al Padre desde donde había descendido a las
entrañas de Santa María al hacerse hombre. Todo esto nos es motivo de alegría,
porque amamos a Jesús y sabemos cómo se ha dado a favor nuestro hasta morir; nos
alegramos por él. Y todo esto nos es motivo de alegría, además, porque nosotros,
desde el bautismo, estamos llamados a participar de esta gloria después de nuestra
muerte. Y porque, en tanto que la eucaristía es la prenda, estamos llamados a
participar de esta gloria de una manera incipiente ya en esta vida.
La segunda frase que quería subrayar es, también, de la primera lectura y está en
consonancia con la primera frase que he comentado: El mismo Jesús que os ha
dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse . Lo decimos de
modo semejante en el Credo: "volverá glorioso a juzgar a vivos y muertos, y su reino
no tendrá fin". Saber por la fe que el Señor volverá glorioso es la razón de nuestra
esperanza de cristianos y la motivación para actuar haciendo el bien y procurando
amar a todos. Porque, cuando vuelva el Señor, el juicio será sobre el amor (cf. Mt 25,
31-46), tanto para los que todavía estén en vida como para los que ya hayan
traspasado el umbral de este mundo. Por eso no nos podemos quedar mirando al
cielo, sino bien arraigados en la tierra, para vivir el Evangelio y transformar la sociedad
como la levadura en la masa (cf. Mt 13, 33). Este regreso del Señor será el final de la
historia y establecerá su reinado sobre el universo, sometiendo a todos los poderes del
mal y de la muerte. También esto nos es motivo de alegría; una alegría que proviene
de la esperanza del triunfo definitivo de Jesucristo y de nuestra incorporación a él, no
por mérito nuestro sino por su misericordia hecha perdón y hecha don de inmortalidad.
La tercera frase que quería subrayar, en cambio, está tomada del Evangelio de hoy y
parece en contradicción con las dos anteriores: yo estoy – dice- con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo Si dice que se va y que volverá, ¿cómo puede decir que
estará con nosotros todos los días? ¿Hay alguna manera de encontrar coherencia
entre las tres frases? Cuando dice que se va y que volverá, hace referencia a su
presencia visible; desde la Ascensión Jesús no se encuentra al alcance de nuestros
sentidos corporales, pero al final de la historia volverá glorioso y será visible de un
extremo a otro de la tierra (cf. Lc 21, 27-28). En este intervalo entre la primera venida
en la encarnación y la segunda, que comprende muchos siglos, él no nos ha
abandonado a nuestra suerte, ni nos mira de lejos. Por ello, tal como hemos oído en el
Evangelio de hoy, antes de dejar nuestro mundo visible, asegura a los suyos una
presencia permanente, todos los días les dice, y una asistencia eficaz. De una manera
invisible, que no captan nuestros sentidos corporales, pero que sí descubre nuestra fe,
él está entre nosotros, presente en su palabra, en los sacramentos y de manera
eminente en la Eucaristía, presente en el Iglesia, presente en nuestra asamblea,
presente en cada persona. No está, pues, pasivo a la derecha del Padre. Está
presente en el Pueblo cristiano; ejerce como Rey Mesías, salvador y sanador, para
liberar a la humanidad a medida que las personas se le van abriendo y para establecer
la paz en el mundo. Y ejerce, también, como sacerdote intercediendo a favor de los
creyentes para que seamos santos y nos santifiquemos con su gracia; y, además,
intercede a favor de toda la humanidad para que el Reino de Dios llegue a su plenitud
(cf. Hb 7, 25; Mt 25, 31) y Dios pueda ser todo en todos (1Cor 15, 28).
Que, por gracia de Dios, pues, podamos conocer -como decía el Apóstol en la
segunda lectura- la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros por razón de
esta presencia entre nosotros de Jesucristo resucitado. Y conocer cuál es la
esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos
en la casa del Padre. Esta realidad nos es un nuevo motivo de alegría porque
sabemos que mientras estamos en este mundo él camina con nosotros, nos ofrece su
palabra, nos da fuerzas con su alimento. Y, esta realidad, nos es también motivo de
esperanza cuando experimentamos las dificultades de vivir en cristiano o de trabajar
para transformar nuestra sociedad haciéndola más habitable, más justa y más fraterna
para que sea presencia ya del Reino de Dios sobre la tierra.
La solemnidad de la Ascensión no es, por tanto, una fiesta melancólica de despedida,
sino una celebración de alegría porque el Cristo resucitado inaugura una nueva
manera de estar presente en medio de nosotros sin dejar de estar a la derecha del
Padre, lleno de gloria y de ternura. La Eucaristía es el lugar por excelencia de su
presencia entre nosotros y de su encuentro fraterno con cada uno. Vivámos esta
presencia en la Eucaristía, con alegría y con aprovechamiento espiritual.