DOMINGO DE PENTECOSTÉS
(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3-7.12-13; Juan 20:19-23)
“Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso….Creo en un solo Se￱or,
Jesucristo….Creo en el Espíritu Santo, Se￱or y dador de vida….Creo en la Iglesia,
que es una, santa, cat￳lica, y apost￳lica”. Todos nosotros reconocemos estas
palabras del Credo. El orden dado no es por nada. Se pone la creencia en la
Iglesia inmediatamente después del Espíritu Santo porque se considera la Iglesia
como la obra particularmente del Espíritu Santo. De hecho, algunos hablan de la
Pentecostés, cuando celebramos la venida del Espíritu Santo, como “el
cumplea￱os” de la Iglesia. Ahora que examinemos los cuatro atributos de la
Iglesia nombrados aquí como signos del Espíritu Santo y auxilios en nuestros
caminos de fe.
La segunda lectura del capítulo doce de la Primera Carta de San Pablo a los
Corintios cuenta de los dones del Espíritu Santo. Anticipa la descripción del don
más grande que todos: el amor. El amor hace la Iglesia una con “el mismo
sentir y el mismo pensar”. Por el amor la comunidad sirve como un recinto de
salud durante las tormentas de la vida. A veces los muchachos sienten
rechazados por sus pares de modo que quieran hacer daño a sus propios
cuerpos. Ya no es insólito que intentan a tomar sus propias vidas. ¿Por qué?
Porque ninguno les dice que son “cool”. Esta palabra inglés quiere decir que “yo
importo a todos pero nada me importa a mí mucho”. Pero en la comunidad de la
fe aprenderán que tienen una dignidad transcendente. No es necesario que sean
delgados, guapos, deportivos, o “cool”. En la Iglesia simplemente porque
somos, somos apreciados.
Pero queremos hacer algo valioso de nuestras vidas. Se nos han regalado a
nosotros mentes y manos para formarnos en testimonios de la bondad de
nuestras familias y de Dios. El Espíritu Santo nos santifica para llevar a cabo la
tarea. Él nos aparta de las trampas del mundo: el placer, el prestigio, y la plata.
Nos advierte cuando hemos llegado a nuestro límite de alcohol y cuando
estamos siendo seducidos a ver la pornografía en el Internet. Y si caemos, el
Espíritu Santo a través de los sucesores de los apóstoles nos perdona como el
evangelio hoy nos cuenta. Sí, a veces no queremos considerarnos como santos.
Pues, también nosotros estamos influenciados por el deseo de ser conocidos
como “cool”. Pero el Espíritu nos abre la vista a nuestro destino en el Reino de
Dios y la necesidad de seguirlo con todo corazón.
Por hablar de la catolicidad de la Iglesia no tenemos en cuenta, en primer lugar,
que no es protestante u ortodoxa. La Iglesia es católica porque es arraigada en
todas partes. Ser católica significa ser universal. En la primera lectura de los
Hechos de los Apóstoles el Espíritu capacita a los discípulos a hablar en
diferentes lenguas para que se conozca el nombre de Jesús a través del globo.
La lectura indica que cualquiera cultura en el mundo es amena a recibir el
evangelio. Es cierto que todas culturas, porque son formadas por los hombres
con sus tendencias a pecar, necesitan la purificación. Sin embargo, todas
culturas por el Espíritu precediendo el evangelio tienen aspectos facilitando su
mensaje.
Finalmente, el Espíritu Santo mantiene la Iglesia como apostólica en dos
sentidos. En primer lugar, por obra del Espíritu las creencias de la Iglesia actual
no difieren de aquellas de la Iglesia antigua. Tenemos el mismo concepto de
Cristo y su herencia para nosotros como los doce proclamándolo a Jesucristo al
día de la primera Pentecostés cristiana. En segundo lugar, el mismo Espíritu nos
impulsa a todos nosotros al apostolado. Somos para dar testimonio de las
gracias que hemos recibido por conocer a Jesús. Esto es el propósito de la
Nueva Evangelización.
¿Cómo sería la Iglesia sin el Espíritu Santo? Sería dura como una corporación
con agentes que vienen y van sin formando relaciones que importen. Sería
mundana como la conversación de jóvenes a los cuales nada es sacra; todo es
del placer y de la plata. Sería estrecha como el sistema legal: amena a los ricos
y desafiante a los pobres. Y sería desarraigada como los vientos que cambian la
dirección de un día al otro. Pero ya estamos agradecidos que tenemos al
Espíritu Santo. Nos forma en la Iglesia que trabaja por el Reino a través del
mundo. Y nos asegura de un destino eterno.
Padre Carmelo Mele, O.P.