X Domingo del Tiempo Ordinario, A
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
PRIMERA LECTURA
Quiero misericordia, y no sacrificios
Lectura de la profecía de Oseas 6, 3-6
Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia
surge como la luz.
Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la
tierra.
«¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá?
Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se
evapora.
Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca.
Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.»
Palabra de Dios.
Salmo responsorial
Sal 49, 1 y 8. 12-13. 14-15(R.: 23b)
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente. «No
te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.» R. «Si
tuviera hambre, no te lo diría; pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo
carne de toros, beberé sangre de cabritos?» R.
«Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo e invócame el
día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria. » R.
SEGUNDA LECTURA
Se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos, 4, 18-25
Hermanos:
Abraham, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a
ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu
descendencia.
No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto -
tenía unos cien años-, y estéril el seno de Sara.
Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello
gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo
cual le valió la justificación.
Y no sólo por él está escrito: «Le valió», sino también por nosotros, a quienes nos
valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús,
que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
Palabra de Dios.
Aleluya Lc 4, 18
El Señor me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los
cautivos la libertad.
EVANGELIO
No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al
mostrador de los impuestos, y le dijo:
-«Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió.
Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que
habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
-«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? »
Jesús lo oyó y dijo:
-«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
Palabra de Dios.
D OMINGO X (ciclo “A”)
Tema de las lecturas de hoy: relación entre la dimensión externa y la
interna de la religión. Esta cuestión es medular, central para todas las
religiones...
Y Jesús, como siempre, da un giro copernicano al modo como hasta ese
momento se relacionaba la dimensión cultual con la moral-espiritual....
Planteado de otro modo, con otras palabras: estamos frente a la relación
entre la Fe y el resto de nuestra vida. Entre lo que hacen nuestras manos por
Dios, y lo que nuestro corazón vive en relación a Él...
Se trata de un argumento de enorme vigencia para nosotros, si somos
conscientes de que uno de los dramas más seriamente amenazadores de nuestro
tiempo es el divorcio entre la FE y la VIDA.
El Señor ha establecido que nuestra relación con Él en las celebraciones
cultuales sean la fuente inspiradora, la savia vital que mueva con fuerza todas las
otras dimensiones de nuestra vida. Sin embargo, esta fuente hecha para darnos
agua viva cada día no pocas veces termina siendo un sótano , al que bajamos a
buscar una bebida para alguna “ocasión espiritual solemne”, o una terraza , a la
que subimos sólo para refrescarnos un rato, recrearnos, y probar algunos “bocados
espirituales”, mientras seguimos tomando nuestro “alimento fuerte” de algún otro
lado...
Esta “esquizofrenia espiritual” no sólo desdibuja los rasgos del auténtico
creyente, sino peor aún, puede incluso empañar y ofuscar la imagen del Dios vivo y
verdadero revelado en Jesucristo...
Por eso la invitación de la Iª lect: “Esforcémonos por conocer al Señor...”
Su Amor es constante, es permanente, no cambia... con Él podemos contar
siempre.
A pesar de que nuestro amor es muy distinto, como Él mismo lo denuncia
hoy por boca del profeta Oseas (Iª lect) : “...el amor de ustedes es como nube
matinal, como el rocío que pronto se disipa...”
Nos puede pasar que tengamos mucha fe, una fe muy grande que sin
embargo tarda en tomar totalmente nuestro corazón y nuestra vida... Quisiéramos
ser mejores, suspiramos por serlo, y esa lucha nos mantiene en una auténtica
carrera por lograr la santidad cristiana.
Pero también puede ocurrirnos que todo nuestro culto al Señor, en lugar de
ser el faro de nuestra existencia, sea sólo una pequeña vela, más humeante que
encendida, y que no pocas veces representa una fe puramente “devocional”,
sentimental, de ocasión más que de convicción, por costumbre más que por opción,
y que fácilmente puede engendrar una especie de “folklore” religioso, con un
cristianismo “a mi manera” , condimentado a gusto del propio paladar, en el cual se
quitan y se ponen cosas a gusto del consumidor, y cuyo signo más preclaro es el
querer hacer por Dios cosas que Él no ha pedido, mientras se deja
olímpicamente de lado Su Voluntad , Sus enseñanzas, y lo que Él
verdaderamente nos pide y espera de nosotros...
Nuestro culto no tiene ningún sentido si no es una sincera expresión de
amor al Señor ; y de un amor que florece inequívocamente en actitudes, gestos,
criterios, decisiones, y opciones concretas, “contantes y sonantes”,
efectivas, objetivas y reales... Si no es así, entonces el culto es mera expresión
ritual y vacía de un corazón desamorado y frío: nos lo recuerda con mejores
palabras el Señor mismo a través del profeta Oseas: “Porque yo quiero amor y
no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos...”
Pero en nuestra época no son pocos los que sucumben al extremo
contrario: hacer “cosas” buenas, y luego pegarles algo así como una “etiqueta”:
“Que Dios vea esto, y me premie” ; “no rezo ni voy a Misa, pero hago ‘cosas’ por
Dios”... como si el Señor de la historia precisara de nuestros favores, y debería
contentarse con lo que querramos darle, aunque nunca nos decidamos a darle el
corazón (que es lo que Él quiere!!).
La IIª lect. de la Misa de hoy nos dá, a este respecto, una clave valiosa:
hablando de Abraham, nuestro padre en la fe, San Pablo dice: “la fe le fue tenida
en cuenta para su justificación”.
Sin Fe, sin auténtica Fe en Jesucristo, el hijo de Dios hecho hombre, el
Salvador del mundo, tarde o temprano terminaremos escandalizándonos de la
Misericordia de Dios, porque Él no procede como lo haríamos nosotros; y al hacerlo
revelaremos cuál es la imagen de Dios que domina en nuestro corazón...
No faltan tampoco quienes se acercan al cristianismo sólo porque
encuentran en él una serie de valores con los cuales se sienten más o menos
identificados, o en los cuales ven reflejados sus propios ideales de familia, sociedad,
etc. Esta actitud, aunque no es mala, es totalmente insuficiente a la hora de valorar
los motivos y la fuerza de nuestro seguimiento del Señor. Y así podemos terminar
haciendo de Jesucristo un referente moral, un profesor de ética, un digno
interlocutor de nuestras elevadas convicciones morales, del cual nos alejaremos
escandalizados cuando veamos que la compañía que lo caracteriza no siempre son
ángeles, arcángeles y santos...
Finalmente, el Evangelio nos pone en guardia contra una plaga religiosa de
todos los tiempos: la terrible actitud interior que adoptan quienes, creyéndose
mejores que los demás, se sienten con derecho a juzgar y a condenar a su
prójimo...
Paradójicamente, se trata muchas veces de personas practicantes, y de
comprometida vida religiosa, como eran los fariseos de la época de Jesús...
Olvidando que las buenas cualidades y talentos son dones de Dios, caen en
el más grave de todos los pecados: la soberbia. Y se colocan a sí mismos como
la medida y norma de vida para poder salvarse...
A estos fariseos de ayer y de hoy, que no han entendido lo más importante
del Evangelio - el Amor, la Misericordia y el Perdón - Jesucristo les dice lo mismo
que dijo a los fariseos de su tiempo: «No son los sanos los que tienen necesidad del
médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia
y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores...»
El Evangelio nos exige , frente a las debilidades del prójimo, no condenar,
sino com-padecer , sufrir con él, recordando nuestros pecados. Jesús mismo nos
pone en guardia: “No juzguen para no ser juzgados; porque con el mismo juicio con
el que juzguen, y con la misma medida con la que midan, serán medidos también
Uds... ¿Porqué miras la brizna en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la
viga que hay en el tuyo?...”
Uno de los rasgos que se repiten una y otra vez en el accionar de Jesús de
Nazareth, y que lo sitúa a años luz de los fariseos de aquella y de todas las épocas
es que Él no sólo toleraba, sino incluso buscaba tener que ver con gente simple,
religiosamente ignorante, y de dudosa reputación... Más aún: “todos los
marginados, los rechazados por la sociedad encontraban en él un amigo y
un defensor: muchos recaudadores de impuestos, que en Israel no eran
considerados como personas, y muchas mujeres de la calle a menudo
estaban entre los que lo rodeaban. Eso era absolutamente necio para los
devotos prudentes, para los observadores que quienes gustaba ostentar la
propia piedad”. 1[1]
Es FUNDAMENTAL que comprendamos que el punto de partida del
cristianismo, su médula y esencia no es una moral, ni una intuición religiosa, ni una
idea, y mucho menos aún una ideología... Sino una PERSONA , una Persona
Divina que hace que la persona humana como tal quede puesta en el centro de la
atención y el amor del mismísimo corazón de Dios. Y que por ende, en el
cristianismo la moral del hombre JAMÁS ES CONDICIÓN PRIMERA del encuentro
con Dios (“portate bien, y Dios te va a querer” ), sino la repuesta que surge de la
lógica del amor (“´Dios, tu Padre, te ama siempre, y espera de tu parte una
respuesta semejante...” ).
“Acercándose a los pecadores Jesús quería encender en ellos el
arrepentimiento y la sed de una vida nueva, y a menudo justamente su
confianza y apertura hicieron auténticos milagros”. 2 [2]
Pidamos hoy a la Reina y Madre de Misericordia la gracia de comprender
y vivir siempre en nuestras vidas esta Palabra del señor que hoy meditamos.
1 [1] Aleksandr Men, Jésús, el Maestro de Nazareth , Ciudad Nueva, 2001, pág.111-112
2 [2] Ídem
Amén