“LA ALEGRÍA DEL ESPÍRITU”
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
Solemnidad de Pentecostés (08 de junio 2014)
En este domingo estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio de San
Juan (20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado, enviando a sus Apóstoles, a aquellos que
fueron elegidos entre los discípulos: “Como el Padre me envi￳ a mí, yo también los envío a
ustedes” (Jn. 20,21). Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los
pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesi￳n: “Al decirles esto, sopl￳
sobre ellos y a￱adi￳: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes
se los perdones, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn. 20,22-23). Es bueno
recordar que estos hombres eran como nosotros. Ellos estaban orando “junto a María”, en el
cenáculo, en la mañana de Pentecostés, cuando el Paráclito prometido, el Espíritu Santo descendió
sobre ellos (Hch. 2). En esa mañana de hace casi 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo
prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.
En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos
por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un lado tiene una
dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una dimensión comunitaria-
eclesial.
Es importante subrayar que difícilmente la fe de un cristiano pueda madurar sin esta relación a la
comunidad eclesial, a la formación permanente, a la necesidad de recurrir a los sacramentos, a la
Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia, que nos permite iluminar los acontecimientos que
vivimos y nos fortalecen a realizar opciones a veces difíciles que ayuden a humanizar y
evangelizar nuestra cultura. Al respecto quiero citar un texto clave para profundizar en la necesaria
eclesialidad en la espiritualidad de un cristiano, sobre todo en este inicio del siglo XXI
caracterizado por un excesivo individualismo y subjetivismo. En Evangelii Nuntiandi el Papa
Pablo VI nos dice: “Existe, por tanto un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la Evangelización.
Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una
tarea que no se cumple sin ella ni mucho menos contra ella. En verdad, es conveniente recordar
esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que
queremos juzgar bien intencionadas, pero que en realidad, están desorientadas en su espíritu, las
cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo, pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo,
pero no a la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se muestra con toda claridad en estas palabras
del Evangelio: “El que a vosotros desecha, a mí me desecha” (Lc.10,16). ¿C￳mo va a ser posible
amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado a favor de
Cristo es de San Pablo: “Am￳ a la Iglesia y se entreg￳ por ella?” (Ef. 5,25).
Durante estos años como Iglesia diocesana vamos asumiendo nuestro primer Sínodo Diocesano,
así como el documento de Aparecida, algo vivido con intensidad en el año 2007. Tanto en el
ámbito del laicado, la familia y los jóvenes encontramos espacios que nos implican a profundizar
la dimensión discipular y misionera. En nuestras distintas comunidades ya sean parroquiales,
educativas, movimientos y asociaciones estos temas nos desafían a encontrar respuestas adecuadas
a las nuevas situaciones que nos plantea este inicio del siglo XXI.
En esta reflexión quiero señalar la alegría de tantas comunidades que celebran con gozo y de
diversas maneras la Solemnidad de Pentecostés. En la Iglesia Catedral hemos vivido una vigilia de
oración intensa, animado por los movimientos y nuevas comunidades de la Diócesis y fieles en
general, organizado por la comisión de laicos. El Espíritu Santo nos da el don de la comunión en
la diversidad de dones y carismas, y nos impulsa en la tarea evangelizadora que es la razón de ser
de la Iglesia
En el documento de Aparecida se vuelve a señalar que la Misión de la Iglesia es Evangelizar. En
este nuevo Pentecostés quiero terminar esta reflexión con un texto que expresa el gozo que tiene la
Iglesia sobre el amor de Dios: “Anunciamos a nuestro pueblo que Dios nos ama, que su existencia
no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino,
que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de
todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no
profetas de desventuras” (30).
Con la alegría de celebrar la venida del Espíritu Santo sobre su Iglesia, en este Pentecostés, les
envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas