Solemnidad. Domingo de Pentecostés
El Espíritu de la paz
El papa Francisco ha convocado en Roma en el día de Pentecostés a las
máximas autoridades de Israel y Palestina , para seguir avanzando en
el diálogo fructífero que conduzca a la paz entre ambos pueblos. Es un
evento extraordinario en el que el papa hará de anfitrión y para el cual ha
convocado a la oración a la Iglesia universal. Pidamos todos que el Espíritu
Santo ilumine a los protagonistas de ese encuentro y su dinamismo conduzca a
la auténtica paz en Oriente Medio.
La fiesta de Pentecostés señala el fin de una etapa litúrgica en la vida de la
Iglesia que cada año permite renovar la vida de los creyentes por la
participación en los misterios de la fe, que tienen su eje en la pasión, muerte y
resurrección de Jesús. La venida del Espíritu Santo sobre los discípulos y
discípulas, motivo de la fiesta de Pentecostés, es el fruto principal y
definitivo de la Pasión de Cristo y marca el comienzo de la Iglesia ,
haciendo de los discípulos una comunidad viva, dinámica, plural, evangelizadora
y misionera. Desde el comienzo de la cuaresma invocamos en la oración
del Salmo 50 : "Renuévame por dentro con Espíritu firme, no me quites tu santo
espíritu, afiánzame con espíritu generoso", para que se realizase en nosotros la
transformación de nuestra mente y de nuestro espíritu, quebrantado y
humillado. Ahora se lleva a cabo esta transformación por la comunicación del
Espíritu de Cristo muerto y resucitado en el corazón de las personas que lo
invocan. El Espíritu firme, santo y generoso de Cristo se comunica a través de la
palabra del Evangelio transmitida e interpretada en la fe de la Iglesia.
La Biblia relata el misterio de la venida del Espíritu en dos versiones . El
texto lucano de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-13) lo presenta en el día
de Pentecostés como una manifestación portentosa de Dios, con los
elementos simbólicos del viento, del ruido y del fuego , signos de la potencia
divina, que impulsa al testimonio de la fe en la diversidad de lenguas, pueblos y
culturas. Esa misma diversidad de dones que emanan de un mismo Espíritu de
amor es destacada por Pablo (1 Cor 12,1-31) poniendo de relieve el valor de la
pluralidad de los miembros y funciones de la comunidad cristiana edificada por el
amor para formar un solo cuerpo. La efusión del Espíritu según el cuarto
evangelio (Jn 20,19-23) se presenta de un modo más personal. Es el
mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales propias del crucificado en
las manos y el costado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su
Espíritu.
El relato de la aparición del Resucitado a los discípulos en el cuarto
evangelio (Jn 20,19-23 ) subraya la identidad del crucificado y resucitado,
destaca la donación del Espíritu del Resucitado a los apóstoles y resalta que
el medio adecuado para comunicar la fe en el Resucitado es el testimonio y la
palabra. La victoria sobre la muerte y sobre el mal es el comienzo de la nueva
creación. El realismo de la muerte violenta e injusta sufrida por Jesús como
víctima de los poderes de este mundo ha dejado la huella imborrable de la
limitación humana en aquel cuyo amor ha traspasado definitivamente el límite
en virtud de su apertura al Espíritu transformador de Dios. Jesús, Señor de la
muerte y la vida, sigue dando su aliento de vida, soplando su fuerza de amor e
infundiendo su Espíritu divino a la humanidad entera. Juan cuenta la
comunicación del Espíritu por parte de Jesús como un nuevo aliento, una
nueva atmósfera, un nuevo brío. La literalidad del texto original griego
resalta el énfasis cualitativo: "Recibid Espíritu santo". El Espíritu de Cristo da un
nuevo vigor al ser humano que quiera recibirlo.
Este Espíritu se hace presente en la historia de modo singular como palabra
generadora de vida nueva . La palabra es soplo, aliento, aire y espíritu
articulado, cuya potencia es vital. Pero Jesús lo sigue haciendo desde dentro de
la historia, en medio del sufrimiento y de la injusticia de la vida humana, a
través de la palabra y del testimonio de los creyentes. Creer en el resucitado es
seguir al crucificado y reconocer al Jesús de la cruz como Mesías, Señor e Hijo
de Dios. Esta fe genera un nuevo estilo de vida que supera todos los miedos
y se nutre continuamente de los dones del Espíritu: la paz verdadera y la
alegría plena. Es el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales
propias de su crucifixión en las manos y el costado, el que exhala sobre los
discípulos su aliento y su Espíritu, de modo que éstos sean receptores y, a la
vez, testigos de la paz, de la alegría y del perdón en el mundo.
El Espíritu que viene sobre nosotros, como vino sobre los primeros creyentes,
irrumpe en el mundo y lo podemos sentir como viento fuerte, como ruido
impetuoso, como fuego abrasador, que nos saca de la inercia anodina de la
pasividad, del indiferentismo, de la abulia colectiva, del miedo paralizante, de la
desidia y de la resignación ante el mal imperante. Ante la impotencia que parece
provocar en nosotros el mal en sus múltiples manifestaciones, el del narcotráfico
que aniquila a tantos jóvenes, el de la corrupción que destruye la dignidad y la
credibilidad de las personas e instituciones, el del interés meramente económico
absolutizado por las minorías pudientes del planeta, como si fuera el dios más
absoluto, el de la violencia estructural tanto del sistema social como de la
inseguridad ciudadana, el de la carencia de trabajo para tantas personas, es
posible, sin embargo, esperar al Espíritu de la vida que viene también hoy a
comunicar sus dones y ponerlos a nuestro alcance y al alcance de todos.
Esos dones del Espíritu Santo son siete, según la tradición profética (cf.
Is 11, 1-2): sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y
temor de Dios. Todos ellos pertenecen en plenitud al Mesías. Y por ello Jesús,
el Mesías crucificado y Señor de la historia, puede comunicarlos a sus hermanos
y lo hace en este día de Pentecostés. Esos dones deben producir en nosotros
los frutos que le son propios: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad,
bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia,
castidad (cf. Gá 5,22-23).
El Espíritu es también el que nos capacita para permanecer en la Nueva
Alianza con Dios. La Alianza es la que fue sellada con la Pascua y la Sangre del
Señor. Esa nueva Alianza inaugurada irreversiblemente por Cristo consiste en la
participación de todo corazón humano en la misma transformación espiritual que
Jesús llevó a cabo con la entrega de la propia vida, abriéndose al Espíritu de
Dios en medio del sufrimiento injusto de su pasión. La transformación del
corazón humano, experimentada y comunicada por Cristo a todo ser humano es
el dinamismo del amor inscrito en el interior de cada persona y mediante el cual
todos, hombres y mujeres, grandes y pequeños, judíos y cristianos, tenemos
acceso a Dios gracias a Jesús, único mediador de la Alianza Nueva (Heb 9,11-
15), que nos capacita por medio de Cristo para vivir el perdón definitivo
de Dios y para no pecar ya más. En esa radical transformación del corazón
humano anida la más profunda alegría del Espíritu.
La presencia de la Virgen María, madre de Jesús (Hch 1,14) y madre
nuestra, es muy importante en el comienzo de la Iglesia naciente, pues la
apertura al Espíritu por parte de la colmada de gracia al principio del evangelio
de Lucas (1,35) hizo posible el nacimiento del Mesías y, de la misma manera, su
presencia al principio de los Hechos de los Apóstoles, segunda parte de la obra
de Lucas, la hace partícipe del nacimiento de la Iglesia, que es la continuadora
de la misión del Espíritu del Resucitado a lo largo de la historia humana. La
compañía de María como madre de Jesús y madre de la Iglesia es como
la garantía del Espíritu transformador de los corazones y el aval de la
gracia sobreabundante en la vida humana y en la Iglesia . Se le podría
llamar, por eso, prenda del Espíritu.
En la Misión permanente de la Iglesia Latinoamericana necesitamos también un
Pentecostés permanente, para que el Espíritu impulse al testimonio de la
vida en el amor a todos los creyentes, de modo que seamos testigos
comprometidos de la verdad, de la libertad y de la justicia, que son los valores
que conducen a la verdadera paz. Damos gracias a Dios especialmente por
los dos nuevos obispos de Bolivia, recién ordenados el pasado jueves, Mons.
Aurelio y Mons. Jorge , que en la Arquidiócesis de la Paz servirán como obispos
auxiliares. Los felicitamos y rezamos por ellos para que contribuyan eficazmente
a la renovación de la Iglesia en Bolivia bajo el impulso del Espíritu.
Y pidamos también que el Espíritu infunda inteligencia y sabiduría para gobernar
a los responsables políticos y sociales de nuestros países, especialmente a
las autoridades de Israel y Palestina, convocadas en Roma por el papa
Francisco, y a todos nos de la capacidad para vivir el perdón, que es fuente de
alegría y de consuelo en la vida humana. Feliz Pascua de Pentecostés.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura