X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Os. 6, 3-6: Quiero misericordia y no sacrificios.
El autor de la primera lectura está pensando en una liturgia penitencial, ante el
inminente castigo divino (v. 5), el pueblo se exhorta a sí mismo a volver al Señor,
pero un regreso efímero, como rocío matinal que pasa, pero sin conversión interior
(vv. 4-6). Surge entonces el querer de Dios: “Porque yo quiero amor, no sacrificio,
conocimiento de Dios, más que holocausto” (v. 6). Esta es una idea frecuente en
los profetas que criticaron el culto vacío y la hipocresía de los que creen que por
practicar ciertos ritos y ceremonias, ayunos y purificaciones, se olvidan mientras
tanto de la justicia y del amor al prójimo y la reconciliación fraterna. Su religión es
vacía e inconsistente.
b.- Rom. 4, 18-25: Abraham creyó contra toda esperanza.
El apóstol nos exhorta a tener una fe madura, cuyo padre y prototipo es Abrahán,
el padre de todos los creyentes. El don de la fe que nos salva, lo da Dios al que
confía totalmente de él, y cree contra toda esperanza humana de ser padre, con los
años que tenía y con su mujer estéril. “No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya
sin vigor - tenía unos cien años - y el seno de Sara, igualmente estéril. Por el
contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien,
fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso
es Dios para cumplir lo prometido. (vv. 19-21). Todo le valió para ser considerado
justo, pero no sólo a él, sino también a nosotros si creemos en Aquel que resucitó a
Jesucristo para nuestra justificación, como termina afirmando el apóstol Pablo (vv.
23-25).
c.- Mt. 9, 9-13: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores.
El evangelio, hace la misma denuncia de la primera lectura, sólo que en labios de
Jesús, tiene una fuerza impresionante, respecto a la postura de los fariseos en
relación a la vocación de Mateo, un publicano, convertido en apóstol de Jesucristo.
“Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio.
Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (v. 13). El Maestro ha
llamado a sus filas a Mateo, un recaudador de impuestos para Roma, pecador
público, es la denuncia de los fariseos. Lo quiere entre los suyos, Mateo ha dejado
todo y lo ha seguido, organiza un banquete y Jesús es invitado con sus discípulos. A
Jesús, lo acusan los fariseos de varias cosas, entre esas, de comer con publicanos y
pecadores, sin embargo, su conducta tiene una explicación: “Mas él, al oírlo, dijo:
No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a
aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no
he venido a llamar a justos, sino a pecadores.” (vv. 12-14). El Dios tres veces
Santo, en Cristo, viene a por el pecador para redimirlo. Queda clara la opción de
Cristo por las ovejas perdidas de Israel, su misericordia para con los pecadores, de
ahí que se entienda que fueron los pequeños, los débiles, los pobres pecadores
quienes comprendieron la salvación que traía Jesús, mejor que todos aquellos que
se consideraban justos, sanos y sabios. Mateo, con ser un recaudador rico era, sin
embargo, un pecador público, un discriminado social, como hoy prostitutas y
alcohólicos, drogadictos etc. La llamada de Jesús, le devolvió su dignidad humana y
religiosa, como hijo de Dios, desde que escuchó ese “sígueme”. Le restituyó la
pureza verdadera, no la legal, sino la conversión al amor, a la piedad y a la
misericordia. La frase de Jesús, cita de Oseas, también da pie para reflexionar
sobre el verdadero culto, la verdadera religión. El Maestro de Galilea, no propone
abolir el culto, sino que se viva una religión autentica que comprenda al hombre
todo y al prójimo. Jesús, critica el culto vacío y ritualista, pero propone una
celebración centrada en la fraternidad, en la verdad, en la justicia. Que la
verdadera religión una con Dios y con los hombres. A donde se dé apertura al
misterio de Dios celebrado en una absoluta disponibilidad ante él, no olvidando la
justicia y misericordia, la reconciliación ante las fracturas que sufre a veces la
comunión, en pocas palabras culto en espíritu y en verdad a decir de San Juan (Jn.
4, 24). Si este culto es celebrado según el querer de Jesús, todos los pecadores
pueden entrar en el reino de los cielos. A la invitación de Jesús a seguirlo, siguió la
invitación de Mateo a su casa, del mismo modo vive Dios en el alma de todo ser
humano, más todavía si es cristiano, enseña el místico Juan de la Cruz. Vive la
unión sustancial, como criatura de Dios, pero también la unión de voluntades en el
amor, cuando el alma limpia de todo lo que repugne la santidad de Dios, hace de su
casa morada y cielo donde se gozan en la mutua contemplación.
San Juan de la Cruz: “Para entender, pues, cuál sea esta unión de que vamos
tratando, es de saber que Dios, en cualquiera alma, aunque sea la del mayor
pecador del mundo, mora y asiste sustancialmente… Y así, cuando hablamos de
unión del alma con Dios, no hablamos de esta sustancial, que siempre está hecha,
sino de la unión y transformación del alma con Dios, que no está siempre hecha,
sino sólo cuando viene a haber semejanza de amor. Y, por tanto, esta se llamará
unión de semejanza, …; la cual es cuando las dos voluntades, conviene a saber, la
del alma y la de Dios, están en uno conformes, no habiendo en la una cosa que
repugne a la otra. Y así, cuando el alma quitare de sí totalmente lo que repugna y
no conforma con la voluntad divina, quedará transformada en Dios por amor” (2S
5, 3).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD