Comentario al evangelio del jueves, 12 de junio de 2014
Todos los cristianos, por el hecho de estar bautizados, gozan y participan de la consagración sacerdotal
de Cristo, tal como nos dice el Ritual del Bautismo. Sin embargo Jesús fue un laico, no formó parte de
la casta sacerdotal, con la que, por otra parte, chocó abiertamente, tanto, que ella misma le condenó a
muerte. Es verdad que acudió en diversas ocasiones al Templo de Jerusalem, pero también lanzó contra
él severas críticas y realizó aquel gesto profético derribando todas las mesas y quejándose de que
habían convertido la casa de su Padre en un mercado. En su bello diálogo con la samaritana anuncia
que llegará la hora en que los que den culto auténtico al Padre, lo harán en espíritu y verdad.
Precisamente, cuando llegó su hora en la cruz, el velo del templo (símbolo de su sacralidad y de la
Alianza con el culto que conllevaba) se rasgó en dos, es decir, perdió su sentido.Algo nuevo había sido
estrenado, un nuevo modo de relacionarse con Dios y darle culto.
¿Por qué hablamos de Jesús como Sumo y Eterno Sacerdote Jesús fue un laico, no formó parte de la
casta sacerdotal, con la que, por otra parte, chocó abiertamente, tanto, que ella misma le condenó a
muerte? La Carta a los Hebreos, tratando de responder a los que añoraban las viejas ceremonias judías,
y el culto sacerdotal del templo en el que todos los judíos habían sido educados, nos presenta a Jesús
como un Nuevo Sacerdote. Pero su sacerdocio es radicalmente diferente al del Antiguo Testamento.
Por su muerte y resurrección el velo del viejo templo que separaba lo sagrado y lo profano se ha
rasgado, ha perdido su sentido, para dar comienzo a un nuevo modo de relacionarnos con Dios.
Resaltemos algunos aspectos de este nuevo sacerdocio en el que todos participamos (aunque lo
hagamos de distintas maneras, según nuestra vocación y estado de vida).
- Jesús hizo de su existencia una continua ofrenda , un permanente acto de culto al Padre. De manera
que al estar pendiente de hacer en todo momento la voluntad del Padre, la vida cotidiana se convierte
en espacio sagrado donde encontrar al Padre y hacerle presente. Así pues, cuando acogemos al
hermano, le escuchamos, le ayudamos, le amamos... cuando luchamos por la justicia, cuando hacemos
bien nuestro trabajo, cuando creamos fraternidad, cuando liberamos a alguien de sus demonios...
estamos dando culto a Dios, estamos siendo sacerdotes.
- Jesús, desde su Bautismo, fue un "consagrado por el Espíritu", de modo que cada una de sus
palabras, opciones, gestos y actitudes se convierten en transparencia y revelación del Padre. También
los bautizados somos templos del Espíritu, somos sagrados, pertenecemos a Dios que nos ha elegido y
nos envía. Y esto significa que continuamente podemos y debemos hacer presente a Dios en medio de
todas nuestras cosas, consagrando el mundo, haciendo posible que se abra paso el bien, sobre todo allí
donde hay más marginación, sufrimiento e injusticia.
- En la última noche con sus discípulos, Jesús hizo un Gesto que resumía toda su vida y daba
sentido a su muerte: Una vida entregada, amante, servidora, agradecida, reconciliadora, fraternal,
sacrificada, continuamente pendiente de lo que el Padre le pedía... y encomendó a sus discípulos que le
tomaran el relevo, que vivieran y entregaran su vida como él, que hicieran "aquello mismo" en
memoria suya, en su nombre. De modo que estamos llamados a convertir nuestra vida en una continua
celebración eucarística... que haga posible que, cuando nos reunamos en su nombre, el partir el pan sea
expresión de que continuamente nos partimos, compartimos, repartimos y entregamos a los hermanos.
Cada uno de su situación existencial, desde su propia vocación y opción de vida, desde su propio
sacerdocio/ministerio comunitario.
C.R.