SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
El Espíritu abre a la universalidad y hace posible la unidad
En Pentecostés —el día en que los hebreos recordaban los acontecimientos del
Sinaí y la entrega de la Ley— descendió el Espíritu sobre el grupo de los
discípulos, reunidos en oración, y los trasformó en una comunidad universal y
misionera. La Iglesia nace del soplo del Espíritu. En la versión de san Juan la
venida del Espíritu empieza en la tarde misma de Pascua.
“Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos” . Los
sucesos vividos el Viernes Santo dieron lugar a que se cerraran las puertas de la
casa y a que se echaran cerrojos en el alma de los discípulos. La irrupción del
Jesús resucitado y el don del Espíritu hicieron que unos hombres muertos de
miedo y a la defensiva se llenaran de coraje, se olvidaran de sí y se entregaran
en cuerpo y alma a anunciar a Cristo al mundo entero.
“Les mostr￳ las manos llagadas y el costado traspasado” : En nuestra vida y en
la de la Iglesia la irrupción pascual se produce, sobre todo, allí donde más vivas
están las heridas y más señalados los estigmas de la crucifixión. Allí es posible
descubrir la presencia del Espíritu y experimentar el milagro de pasar del temor
a la alegría: “Se llenaron de alegría al ver al Se￱or”.
Los que estaban cerrados y asustados se convierten en “enviados”: “Como el
Padre me envi￳, así os envío yo” . No se trata de una empresa de publicidad bien
montada. En el fondo sólo hay una misión, la que arranca del Padre, que es la de
Jesús, que se convierte en la misión de la Iglesia.
“Dicho esto, alent￳ sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo...”. ¡El aliento
vital! Es admirable que se describa la presencia del Espíritu y su acción en el
mundo mediante aquello que es expresión de vida, con lo más común y
fundamental: la respiración, el aliento. El Espíritu es aliento en el desaliento,
sentido en el sin-sentido, fortaleza frente al miedo.
Pentecostés es la gran fiesta de la Iglesia. Es el día en que ésta toma el relevo
de Jesús y sale a las calles y plazas a seguir anunciando la Buena Nueva. Lo que
no quiere decir que Jesús sea un ausente. Es precisamente en Pentecostés
cuando Él inaugura una nueva forma de presencia: “Yo estaré siempre con
vosotros” .
En la narración de Pentecostés, que nos cuento el libro de los Hechos de los
Apóstoles, el Espíritu abre a la universalidad y, en la diversidad de lenguas y
culturas, hace posible la unidad. “La Iglesia no ha llegado a ser universal y
multicultural en el curso de su historia, lo es por su origen de comunidad de
creyentes abierta al mundo entero. La Buena Nueva se dirige a toda la creación,
no está restringida a un grupo cultural o ciertas razas. Nunca es una Iglesia
nacional, siempre es universal.... Tenemos que estar siempre listos para
rechazar la tentación de Babel, para poder buscar los caminos que nos permitan
vivir Pentecostés. La unidad que buscamos no es la de la uniformidad. Nos
inspiramos en la unidad del Dios trino, a la vez uno y distinto, religado
esencialmente por el amor” (Kurt Koch).
En Pentecostés se celebra el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica.
Aunque es verdad que existen demasiados cristianos nominales u ocasionales,
no es menos cierto que cada vez son más los miembros de nuestra Iglesia que
se sienten corresponsables de la misión confiada por Cristo tanto en las tareas
intraeclesiales como en el servicio al mundo.
Las distintas asociaciones y movimientos del Apostolado Seglar son un cauce
eficaz y acreditado para la formación, para la experiencia cristiana y para la
acción. En tales asociaciones y movimientos se concentra ciertamente lo más
granado, lo más consciente y lo más vivo de nuestra Iglesia. El apostolado
asociado, en general, y la Acción Católica en particular son formas eficaces de
participación en la vida y misión de la Iglesia. Los cristianos, asociados, como las
gotas de agua que se juntan, se convierten en corrientes vivas de participación y
de misión.
Necesitamos más cristianos, niños-jóvenes-adultos, que, en grupos o en
pequeñas comunidades vivas, sean levadura y sal para un mundo nuevo. Como
lo fueron los discípulos, que, encendida el alma por el fuego de Pentecostés,
alumbraron formas nuevas de vivir en medio dela sociedad judía o pagana de su
tiempo.
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos