Solemnidad. Santísima Trinidad, Ciclo A
Construir un mundo fraterno
La Palabra: “Dios no envi￳ a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él” (evangelio).
1. La trinidad de personas en Dios es artículo central de la religión cristiana. Lo
hemos intuido viendo la conducta histórica de Jesucristo: habla de Dios como
Padre, y él mismo vive como Hijo, consciente de que ya está habitado e impulsado
por el Espíritu. En su vida y en su martirio, Jesús de Nazaret vivió de modo único
esta experiencia: “el Padre y yo somos uno”, “el Espíritu del Se￱or está en mí”.
2. Cuando confesamos esa trinidad de Dios en sí mismo, estamos diciendo que no
es un soberano monolítico que desde arriba se impone por la fuerza y justifica los
poderes dictatoriales del mundo. Dios es comunidad de amor, donde las personas
son distintas, cada una con su singularidad, pero se constituyen no dominándose
unas a otras, sino en una relación de amor, afirmándose mutuamente, lo que no
destruye la singularidad de cada uno, más bien la fortalece. A esta realidad de Dios
no se llega con razonamientos metafísicos; es el fruto de una experiencia que
tenemos los creyentes en Jesucristo.
3. Según el Concilio Vaticano II, la Iglesia es el pueblo donde se refleja la comunión
del Padre, del Hijo y del Espíritu. Una comunión donde se garantiza la pluralidad y
la singularidad de las personas, donde nadie es más que nadie, donde hay distintos
ministerios, pero todos tienen la misma dignidad como hijos de Dios: un signo e
instrumento de fraternidad para la sociedad humana. En un mundo globalizado
donde se da la exclusión de muchos por la insaciable codicia que nos ciega, es
misión tan urgente como apasionante para la Iglesia ser reflejo visible y creíble de
la comunidad trinitaria. Si los seres humanos somos imagen de Dios, la simbólica
trinitaria debe ser luz para nuestra verdadera realización.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net