Domingo 12 ordinario Ciclo A
Si Dios dio púas al erizo, bien supo lo que hizo
El miedo es un inseparable acompañante de los hombres desde el nacimiento
hasta la muerte. El niño tiene miedo de la soledad, de quedarse solo y le asustan
los ruidos extraños; al joven le atemoriza el sexo contrario en un momento de la
vida, aunque es pasajero, pues luego quiere comerse a besos a quienes se
encuentre; el adulto tiene miedo de quedarse sin trabajo, de quedarse sin
protección, y los viejos tienen miedo de abandonar este mundo aunque sus
dolores y sus sufrimientos sean grandes. Con todo, nadie quiere irse de este
mundo. Pero ese miedo el día de hoy se ha acentuado al grado de ser la
enfermedad de nuestro siglo, que enferma a veces crónicamente y por mucho
tiempo con un miedo irracional, y contrariamente a otras épocas, hoy le
tenemos miedo a la vida, mejor a nuevas vidas, y aunque el cuidado se hace
más exquisito por el cuidado de los animales, en proporción inversa los hombres
no quieren nuevas vidas humanas, y como hienas humanas, están legislando
apresuradamente para darle a la mujer “su pleno derecho” a acabar con vida en
su propio seno, desconociendo olímpicamente que esa vida ya no le pertenece ni
es parte de su propio cuerpo, sino un ser que está ahí por permisión de Dios y
por permisión de la propia mujer que quiso someterse a su relación sexual, pero
ahí no acaban los “nuevos miedos", ahora no queremos a los ancianos porque ya
no producen, y tenemos miedo a que nuevas criaturas nazcan con enfermedades
que van a dar trabajo y dificultades a los hombres. Irracional, pero también hay
miedos en el deporte, y ahora que estamos en Campeonato mundial de Fut, hay
muchos temerosos de que pierda su equipo nacional.
En fin, el listado de miedos entre los hombres sería interminable, pero
precisamente a eso obedece la Palabra que Cristo dirige a los hombres por tres
veces en el solo texto que consideramos: “No tengan miedo”, una palabra que
campea en todo el evangelio de Jesucristo, una palabra que escuchó María la
Madre del Señor ante el anuncio de Angel de poder convertirse en la madre del
Salvador, una palabra que escuchó José cuando descubrió que su esposa estaba
encinta, una palabra que escucharon los apóstoles muchas veces, y una bendita
palabra que nosotros haremos bien es escuchar si queremos seguir por la vida
conforme lo desea el Señor: sin miedos, sin angustias, sin temores, todo por una
sola razón: DIOS NOS AMA, Y NOS AMA CON AMOR ETERNO,Y NO RETIRARÁ
NUNCA SU AMOR DE NOSOTROS.
Y Cristo vuelve a repetir que si Dios cuida a los pajarillos y les da que comer,
con mayor razón estará el Señor con nosotros, aún en las ocasiones en que a
nosotros se nos ocurra pensar que el Señor nos ha abandonado, y todavía el
Señor agrega que de tal manera cuida él de nosotros, que hasta los cabellos de
nuestra cabeza están contados. ¡Qué dichosos los calvos, que no tendrán que
hacer trabajar mucho a nuestro Señor! Esto dicho en broma, pero qué gran cosa
nos ofrece hoy el Señor, el miedo puede aniquilarnos, o puede convertirse en
una situación que haga presente la valentía, la intrepidez y la fogosidad que no
sabíamos que existían dentro de nosotros. Ese miedo lo conoció el mismo Cristo,
en huerto de los olivos, cuando experimento una angustia mortal, a la que supo
sobreponerse porque estaba en juego la salvación de todos los hombres. Es la
valentía que impulsaba a los mártires a poner la cabeza frente al verdugo,
porque sabían a ciencia cierta que Dios no los abandonaba en aquél momento
supremo de su vida. Alégrate cristiano, sin miedos tontos, pues María va con
nosotros y nos pone en sus brazos y nos acurruca como lo hizo con su Hijo
amado.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx