XI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- 2Re.11,1-4. 9- 18.20: Ungió a Joás, y todos aclamaron. ¡Viva el rey!
b.- Mt. 6, 19-23: El tesoro en el cielo y la luz de los ojos.
Este evangelio nos habla de no acumular tesoros en la tierra (vv.19-21), y de la luz
de los ojos que es lámpara de los ojos (vv.22-23). Una lectura superficial de este
evangelio, da la impresión que Jesús condena la posesión de bienes. El afán de
poseer es propio de la naturaleza humana; su pensamiento se dirige a producir y
aumentar bienes adquirirlos y aumentarlos. Aquí se trata más que de bienes, de
poseer tesoros, acumulación de dinero, casas, tierras, ornamentos etc. La polilla
roe el vestido, la herrumbre corroe y los ladrones, perforan las paredes y roban,
tantos esfuerzos, para bienes inciertos e inestables… Jesús enseña un objetivo que
sea digno de todo afán y cuyo valor permanece para siempre: “Atesorad tesoros en
el cielo” (v.20), es decir, ahí los valores están en lugar seguro. Ese cielo, es Dios.
¿Cuáles son esos tesoros? Primero el corazón, las buenas obras, la justicia hasta
amar al enemigo, los ejercicios de piedad, la vida teologal, la oración, el servicio al
prójimo, fruto de la caridad, etc. El mismo evangelio, paradojalmente, nos señala
otra cosa, ya que es el mismo Jesús, quien permite tener casa y campos a sus
discípulos (cfr. Mc. 10, 29-30); Leví y Zaqueo, tenían bienes abundantes (cfr. Mc.
2, 15; Lc. 19, 8), las mujeres que le seguían, precisamente con sus bienes le
socorrían a ÉL y los apóstoles (cfr. Lc. 3, 8; 10, 38). Hay que tener en cuenta la
mentalidad de la época quien era justo, daba limosnas, poseía un tesoro en el
cielo. Jesús propone algo mucho más profundo: todos los bienes de este mundo,
son pasajeros e inciertos. El corazón, no es sólo sede de la afectividad, sino de ahí
nacen los deseos más íntimos y profundos del hombre. Cuando el corazón está
orientado hacia el cielo, es decir, está orientado hacia Dios, único tesoro seguro y
cierto (cfr. Mc.7,21-23). La segunda parte de este evangelio, se refiere a que el ojo
es la luz del cuerpo (vv.22-23), porque nos permite ver. El ojo sano ve bien; el ojo
enfermo ve poco o nada, es como si estuviera en tinieblas. En otra clave el ojo
sano, del corazón, es el bueno; el ojo enfermo, es el ojo perverso. El ojo también
se entiende como el corazón, refleja todo el hombre, pensamientos y reflexiones,
la pureza o corrupción de su vida. El ojo es el espejo del alma, si esta lámpara es
luminosa y nítida también el cuerpo lo es, todo el hombre. Si el ojo es malo,
corrompido y perverso, entonces todo el cuerpo está en tinieblas. Jesús termina
con unas palabras significativas, pero enigmáticas: “Y si la luz que hay en ti son
tinieblas, ¡qué densas serán las tinieblas!” (v.23). El corazón del discípulo debe
estar orientado hacia Dios, vivir de los tesoros del Reino, entonces el hombre está
sano. En cambio, si se ha disipado u orientado a los bienes de la tierra, se ha vuelto
ciego para los bienes del Reino, todo el hombre está en tinieblas. El hombre, limpio
de corazón es reflejo de la luz divina. A su tiempo verá con sus ojos iluminado de
amor pureza a Dios (cfr. Mt.5,8). Para el cristiano Jesucristo sigue siendo la luz del
mundo, quien camina en sus sendas, es decir, hace su voluntad no conoce la
oscuridad jamás, porque su palabra y presencia es luz.
La Santa Madre Teresa nos pide poner los ojos en Jesús y este Crucificado: “Poned
los ojos en el Crucificado, y se os hará todo poco” (7M 4, 8). O bien: “Este
verdadero amor de Dios, trae consigo todos los bienes” (Vida 11,1).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD