SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 34, 4-6.8-9: Señor, Señor Dios compasivo y misericordioso.
En esta lectura encontramos la renovación de la Alianza y Yahvé se manifiesta
misericordioso con su pueblo. El pueblo ha llegado a la meta el Sinaí, luego de su
salida de Egipto. Durante la travesía Yahvé se ha mostrado solícito para con su
pueblo, defendiéndolo en los peligros y como respuesta el pueblo se ha
comprometido a cumplir con el pacto (cfr. Ex.19,4; 24,3-7). Pero sus palabras
parecen ser vacías de contenido, ya que recién concluido el primer pacto, Israel
conoce la idolatría adorando al becerro de oro. Es la intercesión de Moisés quien
logra la restauración de la Alianza, lo que consigue la historia de la salvación
continúe siendo posible (cfr. Ex.32.33.34). Esta teofanía responde a la oración de
Moisés, ver la gloria de Dios, Dios pasa revela su Nombre: Dios compasivo,
clemente, paciente, misericordioso y fiel (v.6; cfr. Ex.33, 17. 20). Fórmula
frecuente en el AT., que ha comprendido la forma de relacionarse con Dios, pero
reconociendo que ha sido un pueblo duro de cerviz, que sigue adorando becerros de
oro o ídolos muertos. Pero Israel sigue siendo la heredad de Yahvé, no por sus
méritos propios, sino por la misericordia y el perdón divino, que siempre está
presentes coronado el actuar de Yahvé (cfr. Nm.14,18; Sal. 86,5). Si bien Moisés
no ve a Dios, pero sí siente su acción gozosa, tampoco el pueblo lo vio,
comprenden su forma de actuar y la aceptan. Quizás nosotros deberíamos recitar
con mayor frecuencia esta plegaria de Moisés.
b.- 2Cor. 13,11-13: La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión
del Espíritu Santo.
El apóstol Pablo, se despide de sus amados hijos de Corintio con una exhortación a
vivir la vida cristiana con una meta la santidad, recorriendo todo el camino bajo la
amorosa mirada de Dios Trinidad. Toda una exhortación a vivir la santidad como
estado de perfección. Lo primero que invita a cultivar es la alegría, signo de los
tiempos mesiánicos, con carácter eminentemente social, es decir, la comunión
entre los miembros del Cuerpo de Cristo (vv. 11-12). Compartir con el hermano y
el congraciarse con él, serán parte del patrimonio cristiano (cfr. 1Cor.12, 26),
considerándose al mismo tiempo, como el mismo Pablo, colaborador del gozo de
sus hermanos, porque permanecen firmes en la fe (cfr. 2Cor. 1, 24). Manifestación
de esa fraternidad es el beso litúrgico, el ósculo de la paz (v.12; cfr.
Rm.16,16;1Cor.16,20; 1Ts.5,26). En este texto, encontramos además, como
tempranamente en la Iglesia, ya existían fórmulas que expresaran tan claramente
el misterio fontal de la fe cristiana. Esto supone que la comunidad comprendía lo
que se expresaba en ellas, lo proclamado, lo que habla de una vivencia trinitaria, la
reflexión sobre este misterio, es fruto temprano, y no una creación tardía. La
mención de la Trinidad, la presenta el apóstol, no como algo abstracto, sino
realidad dinámica en la vida cristiana. La gracia, el amor y la comunión se
relacionan con cada una de las Divinas Personas, lo que no las hace algo lejano o
irracional, o para que el hombre renuncie a su entendimiento, sino misterio
revelado para comunicarse con el hombre, fomentar una comunión con el hombre,
que cambia su vida. Misterio que se acomoda al lenguaje y razonamiento humano
para ser acogido y a su vez el hombre sentirse amado y unido a Dios Uno y Trino.
Ese Dios Trinidad, nos ama y se entrega a cada creyente para que el hombre
conozca y ame en plenitud. Todos podemos colaborar en el hacer de nuestras
asambleas litúrgicas, una verdadera comunidad eclesial, animada por el amor y la
paz de Dios.
c.- Jn. 3,16-18: Dios mandó a su Hijo al mundo para que se salve por ÉL.
El evangelio nos presenta la entrevista de Nicodemo con Jesús y la necesidad de
nacer de nuevo y de lo alto (cfr. Jn.3,3-8). Nacer de arriba es sinónimo de nacer
del Espíritu. En estos breves, pero densos versículos, Jesús va revelando su propio
misterio desde su Padre Dios, en su diálogo con Nicodemo. Hasta ahora Jesús ha
dicho, que nadie ha subido al cielo, sino el que bajó de él, por lo tanto, es el
revelador de Dios, porque antes que ÉL nadie ha subido al cielo: patriarcas y
profetas, incluido Moisés, recibieron de Dios parte de la revelación; sólo Jesús, el
Hijo del Hombre, ha estado en el cielo, en el seno de Dios, ha contemplado su
rostro (cfr. Jn.3,9-18). Hay una clara alusión a la elevación en la Cruz, y a la
Ascensión de Jesús a los cielos. Esta única Ascensión tiene como razón, que sólo
Jesús ha bajado del cielo (cfr. Jn. 3, 14-15). Él no sólo escuchó a Dios, sino que es
su única Palabra, es más, es la Palabra, ha visto a Dios, tiene una experiencia
única. El evangelista en el fondo, quiere decir, que Jesús es la máxima experiencia
de Dios, la palabra de Dios, la revelación, más que visiones y audiciones, apunta a
la revelación que comunica Jesús con su palabra y obras (cfr. Jn.1.1-18). Este es el
Hijo del Hombre, del que nos habló Daniel (cfr. Dn. 7,13-14), el Dios ha constituido
Señor de la historia. Pero aquí viene lo paradojal: ese Señor lleno de poder y
gloria, debe pasar por la humillación de la Cruz, realidad que la Ley consideraba
una maldición de Dios (cfr. Dt. 21,22). Nicodemo representa la teología de los
fariseos, concepción religiosa que consideraba que Dios se había manifestado
definitivamente sólo por la Ley de Moisés. Por lo tanto, también la relación del
hombre con Dios pasa por la obediencia a la Ley. Jesús le hace una propuesta
completamente distinta: Dios ya no se manifiesta sólo por la Ley, sino por su Hijo.
No se revela como Supremo legislador, sino como Padre, el Hijo no enjuicia desde
lo exterior, leyes, normas preceptos por cumplir, sino que quiere que creamos en
ÉL y aceptemos, a Aquel que lo envío. Lo que seremos en el futuro dependerá de la
actitud que tengamos con respecto a su Hijo. Dios Padre entrega al Hijo, para que
el hombre sea salvo, y no perezca en la muerte eterna. He aquí la máxima
expresión del amor de Dios al hombre: entrega al Hijo a la muerte. Ese Hijo es
Jesús, sólo es el enviado del Padre, es además su Hijo. Todo lo cual se había
anunciado en el pasado: la serpiente levantada en el desierto, anunciaba al Mesías
alzado en la Cruz del Calvario (cfr. Nm. 21, 4-9), y más atrás en el tiempo, cuando
Dios pidió la vida de Isaac a Abraham, se anunciaba la pérdida del propio Hijo
entregado a la muerte (cfr. Gn.22). Comprender esto un judío fariseo como
Nicodemo, exige un cambio de mentalidad, una nueva fe, un nuevo nacimiento.
Dios ha enviado al Hijo, para salvar al mundo, todo obra de la Trinidad: el Espíritu
es del que se debe nacer, Jesús nos prepara recibir su Espíritu, el Padre, fuente de
todo, envía a su Hijo al mundo, Luz del mundo, pero que el hombre, si prefiere las
obras de las tinieblas, puede rechazar ese luz porque no rompe su relación con
ellas. El que se deja traspasar por la luz de Jesucristo, vivará este nuevo
nacimiento por el bautismo y la salvación será la fuente de su nuevo obrar. Porque
cree en Jesús, el enviado del Padre, ya posee la vida eterna, no conocerá el juicio,
porque sus obras son según Dios. Gloria y honor a la Santísima Trinidad: Padre,
Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Es San Juan de la Cruz, quien no describe esa misma vida de amor y gozo que vive
la Santísima Trinidad. La comenzamos a vivir en lo interior, si somos conscientes
de nuestra condición bautismal, es decir, saber que somos auténticos hijos de Dios
y como tales debemos vivir. “En ti solo me he agradado, ¡Oh vida de vida mía!.
Eres lumbre de mi lumbre, eres mi sabiduría, figura de mi sustancia, en quien bien
me complacía. Al que a ti te amare, Hijo, a mí mismo le daría, y el amor que yo en
ti tengo ese mismo en él pondría, en razón de haber amado a quien yo tanto
quería” (Romance sobre el evangelio de Juan. “In principio erat Verbum” acerca de
la Santísima Trinidad).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD