SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS (A)
Homilía del P. Josep M. Soler, abad de Montserrat
8 de junio de 2014
Hch 2, 1-11; 1Cor 12, 3-7.12-13; Jn 20, 19-23
Recibid el Espíritu Santo . Como fruto granado de la Pascua, Jesús comunicó el
Espíritu Santo a los apóstoles. Lo hemos escuchado, hermanos y hermanas, en el
Evangelio. Y este don del Espíritu fue espléndido en la primera comunidad cristiana,
reunida en torno a María, el día de Pentecostés, como hemos leído en la primera
lectura. Después, los apóstoles confiaron a sus sucesores el encargo de comunicar el
Espíritu Santo a los bautizados. Y la Iglesia lo sigue haciendo así hasta nuestros días.
Hoy recibirán este don a través de mi ministerio, que desempeño por delegación del
Sr. Obispo de Sant Feliu de Llobregat, un buen número de jóvenes, escolanes y
antiguos escolanes, que voluntariamente y con decisión quieren acoger al Espíritu en
su vida para que les ayude en su camino de amigos y de discípulos de Jesús. El
espacio de una homilía no es suficiente para hacer una catequesis sobre este
sacramento. Pero os invito a fijaros en la manera cómo la Iglesia comunica el don del
Espíritu en la confirmación. Lo hace con la oración, con la imposición de las manos y
con la unción con el santo crisma.
Detengámonos brevemente en cada uno de estos tres elementos. Primero de todo, la
oración. No estamos haciendo un acto de magia, ni disponemos de un poder que
condicione la voluntad de Dios. Al contrario, muy humildemente pedimos al Padre del
cielo que, por la gracia de la cruz de Jesucristo, haga descender el Espíritu sobre
estos jóvenes. Con esta oración, además, pedimos que los confirmados acojan el don
del Espíritu con corazón abierto y sean consecuentes en su vida.
El segundo elemento es la imposición de manos del que preside y los concelebrantes.
Es un gesto que viene de la Sagrada Escritura y que en la Iglesia significa la
invocación del Espíritu sobre una persona, y también sobre el pan y el vino
eucarísticos para que sean consagrados.
El tercer elemento es la unción con el crisma. El crisma es un aceite sobre el que
previamente el obispo rogó pidiendo que Dios infundiera la fuerza del Espíritu Santo
para santificar a quienes sean ungidos. Quizás ya lo habéis advertido: este aceite se
llama "crisma", una palabra que nos evoca la palabra "Cristo". Sí, Cristo, que es el
título por excelencia de Jesús, significa ungido, ungido por el Espíritu. Y por eso el
aceite que hace visible la unción espiritual se llama "crisma" y los que son ungidos se
identifican más plenamente con Jesucristo, con quien habían comenzado a
configurarse en el bautismo.
Vosotros, que ahora recibiréis el don del Espíritu Santo ante este altar que os evoca
tantos recuerdos de vuestra vida en la Escolanía, seréis, pues, ungidos en el frente
con el crisma. Esta unción externa significa la unción que el Espíritu Santo hace de
vuestro interior, de toda vuestra persona. Para comparar esta acción con una realidad
de la vida de cada día, podemos pensar en un ungüento que aplicado en la piel la
protege y penetra por los poros para aliviar y curar el interior del cuerpo. La acción del
Espíritu en vosotros tendrá por finalidad protegeros y fortaleceros para que viváis
como cristianos, discípulos de Jesús. Y, además, a medida que os vayáis abriendo, el
Espíritu hará más ferviente vuestra oración y transformará lo más íntimo de vuestra
persona para identificarla con Jesús, con su estilo de vida, con sus valores, con sus
sentimientos filiales hacia el Padre del cielo y fraternos hacia toda la humanidad. Y,
aún, otra consideración sobre el crisma. Es un aceite perfumado. Con esto se significa
que deberá esparcir el buen olor de Cristo (cf. 2Cor 2, 15); es decir, que con vuestra
vida y con vuestro trato deberéis ser testigos de Jesús en todos los ambientes donde
os mováis. A veces, puede que la vergüenza podría hacer que evitarais manifestaros
como creyentes y seguidores de Jesús, pero el Espíritu Santo que ahora recibirá os
dará fuerza par que no ocurra eso. Tened siempre el deseo de hacer conocer a
vuestros amigos y a todo el mundo la persona de Jesús que vosotros habéis
descubierto. Seréis ungidos individualmente, pero la unción os hermana, os incorpora
más profundamente a la comunidad cristiana, que es la Iglesia y, por tanto, os lleva a
estrechar los lazos de unión en el amor fraterno con todos los demás bautizados.
Aportar la vitalidad de vuestra juventud, la generosidad de vuestro servicio, haciendo
como Jesús, que no vino a ser servido sino a servir.
Hermanos y hermanas: hoy ocurre, pues, un nuevo Pentecostés para quienes serán
confirmados y para quienes ya lo estamos pedimos en la oración que el Espíritu Santo
renueve en nuestro interior el don que infundió cuando recibimos el sacramento de la
confirmación.
Vosotros que os disponéis a recibir este sacramento, conviene que antes, delante de
mí y de la Iglesia aquí reunida, renovéis vuestra profesión de fe y la decisión de
renunciar a todo aquello que aleja en el seguimiento a Jesucristo.