Comentario al evangelio del lunes, 16 de junio de 2014
A lo largo de su vida terrena, Jesús fue desgranando muchos principios de vida. Algunos de ellos
resultaban llamativos, extraños y... hasta absurdos. Esa puede ser la primera impresión de quien se
acerca a este trozo de evangelio que la Liturgia de hoy nos ofrece. Muestra un brevísimo vademécum
de lecciones prácticas para saber afrontar inteligentemente nuestras relaciones con los demás, cuando
aquéllas se tornan difíciles. Estas sentencias marcaron la existencia de Jesús y, si conseguimos
entenderle bien, deberían marcar también la nuestra:
Su primera enseñanza sustituye de un plumazo el antiguo mandamiento “ojo por ojo, diente por
diente”. Es verdad que la ley llamada del talión, establecida en Ex 21,23-25, quería poner freno a la
venganza, esa fuerza negra que sigue haciéndose sentir terriblemente, incluso entre quienes se dicen
cristianos. Los verdaderos discípulos, sin embargo, somos urgidos a elegir la via de la no-violencia. La
fuerza de la argumentación la pone Jesús en evitar enfrentarse al malvado con sus mismas armas. De
esta manera, descubre que hay algo más allá de la justicia equitativa. Y deja así abierta la ventana a la
suave brisa de la misericordia. ¿Acaso no destruimos a nuestros enemigos cuando los hacemos amigos
nuestros?
La segunda enseñanza, con frecuencia tan desacreditada, se sitúa en la misma línea de la anterior. “Si
alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra”. ¿Pretende Jesús que nos
expongamos impunemente a las manos del malvado? Así parece sugerirlo. Sin embargo una lectura
más a fondo, desvela su sentido: el único remedio para destrozar el mal es devolver el bien. El mal sólo
puede ser vencido con el bien. El mal con el mal se multiplica. El mal es, además de violento,
contagioso. Sólo con la bondad, la dulzura y la humildad es absorvido y desactivado. Con esta fórmula
genial Jesús nos recomienda hacer el bien. Siempre. Devolver el mal, a la corta y a la larga, no es buen
negocio. Para convencernos de ello bastaría repasar la historia... o acaso también nuestra propia
autobiografía.
La tercera enseñanza pone de relieve la generosidad del compartir. “A quien te pide, dale”. Jesús nos
exhorta a no negar nuestros bienes a quien nos pida ayuda. Nos recuerda que dando no perdemos nada;
por el contrario, ganaremos para la eternidad, cuando escuchemos la misma voz de Cristo: “Siempre
que lo hicísteis con alguno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicísteis” (Mt 25,40). Nuestro
mundo debería ser como una gran escuela, donde estuviésemos todos sentados en viejos pupitres y
Dios, como paciente maestro, escribiera en la pizarra el verbo “amar” y nos enseñase sin descanso a
conjugarlo en todas sus formas y tiempos.
Juan Carlos Martos
( martoscmf@claret.org )
Juan Carlos Martos, cmf