XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Jer. 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos.
La primera lectura nos habla de las crisis interiores, y las que provienen del
ambiente, por las que pasa un hombre de fe, como la persecución y el odio que
sufrió Jeremías. Por dentro se revela contra Dios, pero al contrario, cuando las
amenazas vienen de lo exterior, Yahvé es su fuerte refugio, sabe que Yahvé está
con él, como fuerte soldado. Se juntan en el alma del profeta la desesperación más
angustiante y la confianza más absoluta. Se sabe víctima de una conspiración que
ataca de varios frentes, buscan acabar con su vida, pero lo sostiene la palabra de
Yahvé, cuando lo llamó a esta misión; es omnipotente y justo, conoce lo íntimo de
su alma por ello espera ver la derrota de sus enemigos. En el trasfondo
encontramos el tema de la retribución en esta vida. El texto termina con una
alabanza a Yahvé para que todos reconozcan la acción salvadora que está
realizando en él. El profeta es testigo de la acción salvífica y de la glorificación que
en esta vida le dará, puesto que su causa y justicia la ha puesto en manos de
Yahvé. Nunca abandona Yahvé, a quien sufre en su nombre y por predicar su
palabra, sobre todo quien a Dios confía su causa.
b.- Rom. 5,12-15: Adán y Jesucristo.
Pablo ha comenzado hablando que por el sacrificio de Cristo somos liberados de la
ira de Dios. Donde hay justicia, la que proviene de Dios, hay salvación y vida
eterna, gracias a la fe en Jesucristo. El temor a la ira de Dios, ha sido superada por
la justificación que nos consiguió Jesucristo (cfr. Rom.5,1-11). El apóstol, nos
presenta una visión algo sombría desde la interpretación que hacían los rabinos
acerca de los orígenes de la humanidad. No se da una explicación del origen del
pecado, sino más bien de su alcance universal, que afecto a toda la humanidad. La
figura de Adán concentra toda la atención, como el primer hombre (vv.12-14).
Pablo, sin embargo, nos presenta el contrapunto: un luminoso panorama histórico
de los efectos de la gracia, es decir, la obra salvífica de Dios manifiesta en
Jesucristo, su decidida voluntad de mostrarnos el camino de la salvación desde su
origen hasta hoy (vv.15-19). Lo que al comienzo es una antítesis entre Cristo y
Adán y el efecto de sus obras, la analogía se hace trizas en un momento, porque la
gracia de Dios se desborda superando la acción del pecado. La iniciativa de Dios
supera con creces, la culpa del primer Adán y sus fatales consecuencias en el resto
de la humanidad y el poder del mal y de la muerte introducido por el hombre.
Rompiendo apariencias, la economía salvífica de Dios, es mucho más efectiva que
la realidad del pecado. Jesús es el nuevo Adán, iniciador de la nueva humanidad,
contrapunto del primer Adán, inicio de la humanidad caída (v.15). El punto de
partida para el apóstol y para los cristianos, es Jesucristo, y no Adán y éste, sólo se
comprende desde Jesús, fuente de vida y de gracia. Nos recuerda el texto que el
pecado destruyó la vida, en Cristo, en cambio hay vida, nueva creación. Si por sólo
pecado entró la muerte, por un solo sacrificio, el de Cristo en la cruz, entró la vida
para todos los que creen en ÉL. De ahí que si bien nacemos pecadores, por
Jesucristo y su sacrificio en la cruz, renacemos al mundo de la salvación y de la
gracia.
c.- Mt. 10, 26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.
El evangelio nos enseña a no temer a los hombres, sólo a Dios podemos temer
entendiendo por ello respeto, reverencia. Muchas veces el Señor advierte:
Guardaos, es decir, tengan cuidado (cfr. Mt. 7, 15; 10,17), en cambio, aquí dice:
“No tengáis miedo” (v. 26). Se nos exhorta a la prudencia de valorar el
conocimiento del adversario, el juicio que podamos hacer de él y por otro, la
resistencia en la tribulación. La fe expulsa al temor, saber que sufrimos el mismo
destino de Jesús, es fuerza y valor con el que debemos contar. Los principios del
Reino son humildes, lo oculto se revelará gloriosamente; Jesús es el humilde Siervo
de Yahvé, hasta convertirse en el Hijo del hombre y hacerse fuerte como la
esperanza de las naciones (cfr. Mt. 12, 17-21). En este momento, Jesús habla en la
oscuridad, a un pueblo humilde, los apóstoles en el futuro hablarán a plena luz, a
todas las naciones. Es más, deberán pregonar a todos los pueblos lo que ahora
reciben en la intimidad del hogar, al oído, lejos de la gente. La Buena Nueva es
anunciada por el testimonio de los apóstoles, e incluso, si los rechazan a ellos igual
brillará en el futuro. No tengáis miedo, palabras que se repiten (cfr. 10, 26. 28.
31). El poder humano sólo puede afectar esta vida, no hay poder terreno que
pueda destruir el valor que encierra la esperanza de alcanzar la vida eterna.
Acabar con la vida del ser humano no significa destruir su vida eterna, con el
infierno o perdición eterna. Sólo Dios, tiene poder para decidir sobre la vida y la
muerte, la gloria o la perdición eterna. Sólo desde su omnipotencia, se advierte su
paternidad. Temer a Dios es entregarle todos nuestros temores a Él, lo que fecunda
libertad en quien se descubre criatura e hijo de Dios. Si ese temor queda en el
hombre se cubre de miedo que puede terminar por expulsar el don de la fe y la
confianza. Sólo ésta, no corroe el alma, sino que al contrario, la sana y hace del
amor una realidad fuerte e invencible. Si Dios, en su providencia admirable, se
preocupa de todas sus criaturas, como las aves del cielo, cuánto más se preocupara
de sus hijos los hombres. En todo momento el cristiano debe confesar su fe en
Cristo Jesús, en tiempos de paz, pero también, ante el tribunal, cuando acecha la
persecución, con lo que se asegura un juicio benigno al final de sus días, porque el
mismo Jesús estará presente, intercediendo por él ante el Padre como abogado y
defensor. Distinta suerte tendrá el hombre que niega a Cristo en la tierra, porque
no será defendido por este Abogado y podrá escuchar las palabras terribles: “Jamás
os conocí; apartaos de mí agentes de iniquidad” (Mt. 7, 23). Lo más importante, es
la tarea que nos encomienda el Señor Jesús a cada uno es responsabilizarnos de la
actitud que tengamos con ÉL, y sólo con Él, en esta porque nos juzgamos nuestro
destino eterno.
Santa Teresa de Jesús, aprendió a ser mujer cristiana desde la Humanidad de
Jesucristo, es decir desde que tuvo contacto con el Cristo del evangelio. De ahí
aprendió a descubrir la gran dignidad de la persona y su capacidad de relacionarse
con Dios por medio de la oraci￳n y contemplaci￳n. “Es muy buen amigo Cristo,
porque le miramos hombre, y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compa￱ía”
(Vida 22,10).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD