XII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Sábado
Lecturas bíblicas
a.- Gn. 18,1-15: Sara tendrá un hijo.
b.- Mt. 8, 5-17: Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con
Abraham, Isaac y Jacob.
El evangelio nos presenta la curación del criado del centurión. Por dos veces llama a
Jesús, Señor (v. 5 y 8), es decir, lo reconoce como Mesías, le presenta la situación
del enfermo, pero sin pedirle su intervención. Jesús comprende lo que desea y
decide ir a curarlo (v.7). La reacción del centurión: ¿cómo un judío iba a entrar en
casa de un pagano, quedaría impuro si ingresaba en su casa? El centurión reacciona
y se considera indigno de recibirlo en su hogar; es la actitud del hombre que con
humildad se reconoce pecador ante Dios. “Se￱or, yo no soy digno de que entres
bajo mi techo, basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano” (v.8). Cree
que Jesús tiene autoridad y poder para sanar, sin que tenga que ir personalmente.
Basta que diga una sola palabra para superar la enfermedad. Establece una
comparación entre su autoridad sobre sus soldados, y la de Jesús sobre los poderes
de la enfermedad; él manda y se le obedece, basta su palabra y a distancia se
cumple lo ordenado, pero ante la palabra de Jesús, la suya no es nada, ya que a su
sola palabra, sin tocar al enfermo, a distancia, sin verlo siquiera, lo podría sanar
completamente. El centurión se ha formado una gran idea de Jesús. Ante estas
palabras Jesús queda maravillado, admirado: “En Israel, en nadie he encontrado
una fe tan grande” (v.10). Jesús reconoce y alaba la fe del centuri￳n, la confianza
en la palabra y presencia de Dios en su vida. Jesús llama fe a la idea que tiene de
Dios y la confianza que tiene en ÉL. Es la actitud de quien presenta su necesidad, y
la respuesta la deja en las manos de Dios. Es la actitud de fe necesaria del hombre
frente a Dios, lo que Yahvé quiso encontrar en el AT, y que Jesús desea ahora en
quien le escucha y sigue o le pide un milagro. Muchos de los que vendrán de los
cuatro confines del mundo, no serán judíos, y se sentarán en el banquete del Reino
junto a los grandes Patriarcas (v.11). Lo que anuncia que Israel no logrará tener
ese grado de fe y por ello será juzgado. Ellos eran los destinatarios por sangre y
descendencia, los destinatarios naturales para participar en dicho banquete, y por
ello, creían que al final de los tiempos sería los primeros partícipes por ser parte de
la familia de los Patriarcas. Juan, el Bautista y Jesús echan por tierra dicha
hipótesis, el primero destruyó la confianza en dicha filiación sanguínea, puesto que
hasta de las piedras Dios puede sacar hijos de Abraham y Jesús va más allá
todavía, los verdaderos hijos de Dios serán los que tengan una fe como la del
centurión (cfr. Mt.3,9). Los profetas lo habían anunciado: la peregrinación de los
pueblos paganos que buscan a Dios. Con ellos se cumple la promesa mejor
cumplida: la participación en el Reino de Dios. Los hijos del Reino, son los israelitas
según la carne, herederos nativos del reino; pero precisamente ellos no serán
admitidos en el banquete celestial, es más, serán arrojados fuera, a las tinieblas,
donde de pura impotencia, por no poder ingresar, habrá llanto y rechinar de
dientes por no haberse convertido (v.12). Lo que decide nuestra suerte es una fe
grande, como la del centurión, que recibe lo que pide de Jesús de Nazaret.
Teresa de Jesús, como el centurión romano, con fe en su alma, sabe que puede
despertar en Jesús, su poder sanador. “Pues si cuando andaba en el mundo, de s￳lo
tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros
estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está
en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen
hospedaje.” (Camino 34, 8).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD