Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Junio 28
Vigilia de los Apóstoles Pedro y Pablo
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesús, camina
* El cielo proclama la gloria de Dios. * Quiso revelarme a su Hijo para que yo lo
anunciara entre los paganos * Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas
Textos para este día:
Hechos 3, 1-10:
En aquel tiempo, Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, hacia las
tres de la tarde. Había allí un hombre paralítico de nacimiento, a quien todos los
días llevaban y colocaban junto a la puerta Hermosa del templo para pedir limosna
a los que entraban. Al ver que Pedro y Juan iban a entrar al templo, les pidió
limosna. Pedro, acompañado de Juan, lo miró fijamente y le dijo:
«Míranos».
El los miró esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo:
«No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo
Nazareno, camina».
Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó.
Inmediatamente sus pies y sus tobillos se fortalecieron, se puso en pie y comenzó a
caminar. Luego entró con ellos en el templo caminando, saltando y alabando a
Dios. Todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios. Al darse cuenta de que era el
mismo que se sentaba junto a la puerta Hermosa para pedir limosna, se llenaron de
admiración y asombro por lo que le había sucedido.
Salmo 18:
El cielo proclama la gloria de Dios, / el firmamento pregona la obra de sus manos: /
el día al día le pasa el mensaje, / la noche a la noche se lo susurra. R.
Sin que hablen, sin que pronuncien, / sin que resuene su voz, / a toda la tierra
alcanza su pregón / y hasta los límites del orbe su lenguaje. R.
Gálatas 1,11-20:
Quiero que sepan, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es una
invención humana, pues no lo recibí ni lo aprendí de ningún hombre; Jesucristo es
quien me lo ha revelado.
Ustedes han oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo: cómo perseguía
encarnizadamente a la Iglesia de Dios tratando de destruirla, y me distinguía en el
judaísmo entre los de mi pueblo y de mi edad, porque los superaba en el celo por
las tradiciones de mis antepasados.
Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y por su gracia me
llamó, se dignó revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos,
inmediatamente, sin solicitar ningún consejo humano y sin ir a Jerusalén para ver a
los apóstoles anteriores a mí, me trasladé a Arabia, y después regresé a Damasco.
Al cabo de tres años, fui a Jerusalén para conocer a Pedro, y estuve con él quince
días. No vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Dios es
testigo de que no miento en lo que les escribo.
Juan 21, 15-19:
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos y, comiendo con ellos, preguntó a
Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Pedro le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Entonces Jesús le dijo:
«Apacienta mis corderos».
Jesús volvió a preguntarle:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Pedro respondió:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dijo:
«Cuida de mis ovejas».
Por tercera vez insistió Jesús:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si lo quería,
y le respondió:
«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».
Entonces Jesús le dijo:
«Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te vestías
e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo extenderás los brazos y será otro
quien te vestirá y te conducirá adonde no quieras ir».
Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios.
Después le dijo:
«Sígueme».
Homilía
Temas de las lecturas: Te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesús, camina
* El cielo proclama la gloria de Dios. * Quiso revelarme a su Hijo para que yo lo
anunciara entre los paganos * Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas
1. Sucesor de Pedro...
1.1 El Papa Juan Pablo I, de tan breve como gratamente recordado pontificado, nos
regaló en la Eucaristía en que iniciaba su servicio de Supremo Pastor, el 3 de
septiembre de 1978, estas palabras que bien ilustran no sólo lo que significa el
Papa sino quién es Pedro en el querer de Cristo. Entresacamos algunos textos. La
numeración es nuestra.
1.2 Venerados hermanos e hijos queridísimos. En esta celebración sagrada, con la
que damos comienzo solemne al ministerio de Sumo Pastor, que ha sido puesto
sobre nuestros hombros, el primer pensamiento de adoración y súplica se dirige a
Dios, infinito y eterno, el cual, con una decisión suya humanamente inexplicable y
por su benignísima dignación, nos ha elevado a la Cátedra de San Pedro. Brotan
espontáneamente de nuestros labios las palabras de San Pablo: “¡Oh profundidad
de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus
juicios e inescrutables sus caminos!” (Rom 11, 33).
2. Todo el Pueblo de Dios reunido en torno al Papa
2.1 Nuestro pensamiento va después, con paterno y afectuoso saludo, a toda la
Iglesia de Cristo; a esta asamblea que casi la representa en este lugar --cargado de
piedad, de religión y de arte--, que guarda celosamente la tumba del Príncipe de los
Apóstoles; y también a la Iglesia que nos está viendo y escuchando en estos
momentos a través de los modernos instrumentos de comunicación social.
2.2 Saludamos a todos los miembros del Pueblo de Dios: a los cardenales, obispos,
sacerdotes, religiosos, religiosas, misioneros, seminaristas, seglares empeñados en
el apostolado y en las diversas profesiones; a los hombres de la política, de la
cultura, del arte, de la economía; a los padres y madres de familia, a los obreros, a
los emigrantes, a los jóvenes de ambos sexos, a los niños, a los enfermos, a los
que sufren, a los pobres.
2.3 Queremos dirigir asimismo nuestro saludo respetuoso y cordial a todos los
hombres del mundo, a quienes consideramos y amamos como hermanos, porque
son hijos del mismo Padre celestial y hermanos todos en Cristo Jesús (cf. Mt. 23, 8
ss.).
3. La misión de Pedro en la Iglesia
3.1 La Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos ha presentado como en un
crescendo, ante todo a la Iglesia, prefigurada y entrevista por el profeta Isaías (cf.
Is 2, 2-5) como el nuevo Templo, hacia el que confluyen las gentes desde todas las
partes del mundo, deseosas de conocer la ley de Dios y observarla dócilmente,
mientras las terribles armas de guerra son transformadas en instrumentos de paz.
Pero este nuevo Templo misterioso, polo de atracción de la nueva humanidad --nos
recuerda San Pedro--, tiene una piedra angular, viva, escogida, preciosa (cf. 1 Pe 2,
4-9), que es Jesucristo, el cual ha fundado su Iglesia sobre los Apóstoles y la ha
edificado sobre San Pedro, Cabeza de ellos (Lumen gentium, 19).
3.2 “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia” (Mt 16,18): son las
palabras graves, importantes y solemnes que Jesús dirige a Simón, el hijo de Juan,
en Cesárea de Filipo, después de la profesión de fe que no ha sido el producto de la
lógica humana del pescador de Betsaida, o la expresión de una particular
perspicacia suya, o el efecto de una moción sicológica; sino el fruto misterioso y
singular de una auténtica revelación del Padre celestial.
3.3 Y Jesús cambia a Simón su nombre, poniéndole el de Pedro, significando con
ello la entrega de una misión especial; le promete edificar sobre él su Iglesia, sobre
la cual no prevalecerán las fuerzas del mal o de la muerte; le entrega las llaves del
Reino de Dios, nombrándolo así máximo responsable de su Iglesia, y le da el poder
de interpretar auténticamente la ley divina.
3.4 Ante estos privilegios, o mejor dicho, ante estas tareas sobrehumanas
confiadas a Pedro, San Agustín nos advierte: “Pedro, por su naturaleza, era
simplemente un hombre; por la gracia, un cristiano; por una gracia todavía más
abundante, uno y a la vez el primero de los Apóstoles” (SAN AGUSTÍN, In Ioannis
Evang. tract., 124, 5; PL 35, 1973).
3.5 Con atónita y comprensible emoción, pero también con una confianza inmensa
en la gracia omnipotente de Dios y en la oración ferviente de la Iglesia, hemos
aceptado ser el Sucesor de Pedro en la sede de Roma, tomando el “yugo” que
Cristo ha querido poner sobre nuestros frágiles hombros. Y nos parece escuchar
como dirigidas a Nos, las palabras que según San Efrén, Cristo dirige a Pedro:
“Simón, mi apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he
llamado ya desde el principio Pedro porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres
el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra;... tú eres el
manantial de la fuente, de la que mana mi doctrina;... tú eres la cabeza de mis
apóstoles;... yo te he dado las llaves de mi reino” (S. EFRÉN, Sermones in
hebdomadam sanctam, 4, 1; LAMY T. J., S. Ephraem Syri hymni et sermones,
1,412).
4. Roma, centro de la unidad y de la caridad
4.1 Desde el primer momento de nuestra elección y en los días siguientes, nos
hemos sentido profundamente impresionados y animados por las manifestaciones
de afecto de nuestros hijos de Roma y también de aquellos que, de todo el mundo,
nos hacen llegar el eco de su incontenible gozo por el hecho de que una vez más
Dios ha dado a la Iglesia su Cabeza visible. Resuenan de nuevo espontáneas en
nuestro espíritu las conmovedoras palabras que nuestro gran Predecesor, San León
Magno, dirigía a los fieles romanos: “No deja de presidir su sede San Pedro, y está
vinculado al Sacerdote eterno en una unidad que nunca falla... Y por eso todas las
demostraciones de afecto que, por complacencia fraterna o piedad filial, habéis
dirigido a Nos, reconoced con mayor devoción y verdad que las habéis dirigido
conmigo a aquel cuya sede nos gozamos no tanto en presidir, como en servir” (S.
LEÓN MAGNO, Sermo V, 4-5; PL 54, 155-156).
4.2 Sí, nuestra presidencia en la caridad es un servicio y, al afirmarlo, pensamos no
solamente en nuestros hermanos e hijos católicos, sino asimismo en todos aquellos
que quieren también ser discípulos de Jesucristo, honrar a Dios y trabajar por el
bien de la humanidad.
4.3 En este sentido, dirigimos un saludo afectuoso y agradecido a las Delegaciones
de las otras Iglesias y comunidades eclesiales, aquí presentes. Hermanos todavía
no en plena comunión, dirijámonos juntos hacia Cristo Salvador, avanzando unos y
otros en la santidad que él quiere para nosotros y, juntos en el recíproco amor sin
el cual no existe cristianismo, preparando los caminos de la unidad en la fe, en el
respeto de su verdad y del ministerio que él ha confiado, para su Iglesia, a sus
Apóstoles y a sus Sucesores.
4.4 Rodeado de vuestro amor y sostenido por vuestra oración, comenzamos
nuestro servicio apostólico invocando, cual espléndida estrella de nuestro camino, a
la Madre de Dios, María, Salus populi romani y Mater Ecclesiae, que la liturgia
venera de manera particular en este mes de septiembre.
4.5 La Virgen, que ha guiado con delicada ternura nuestra vida de niño, de
seminarista, de sacerdote y de obispo, continúe iluminando y dirigiendo nuestros
pasos, para que, convertidos en voz de Pedro, con los ojos y la mente fijos en su
Hijo, Jesús, proclamemos al mundo con alegre firmeza, nuestra profesión de fe: “Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Amén.