XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- 2Re. 4,8-11.14-16: Ese hombre de Dios es un santo; se quedará aquí.
La primera lectura, nos habla de la intervención de Eliseo, que hace honor a su
nombre, que significa “Dios salva”. Junto con Elías, su discípulo Eliseo, conforman
este binomio, que lucha con el creciente culto a Baal, defendiendo los derechos de
Dios en Israel, el yahvismo. Los milagros de Eliseo, demuestran el poder de Dios y
el cambio de destino que experimentan los beneficiados por ellos. El nacimiento
milagroso del hijo de la sunamita, semejante a otros nacimientos portentosos como
el de Isaac. También la sumanita era estéril y el marido entrado en años; en ambos
casos el nacimiento es un premio a la hospitalidad (cfr. Gn. 18,1-15). En el fondo,
todo este tipo de prodigios deja de manifiesto la omnipotencia de Yahvé que la
persona pasa de la muerte a la vida, o pasar de la nada al ser. En este caso
concreto, este nacimiento además de demostrar el poder taumatúrgico de Eliseo, es
manifestación divina contra el culto a los Baales. El milagro en sí, querría decir, no
es Baal quien da la vida, sino Yahvé, el único Señor.
b.- Rm. 6, 3-4.8-11: Por el bautismo andamos en vida nueva.
El apóstol Pablo descubre el misterio del Bautismo, al enseñar que la incorporación
a Cristo nos une a su muerte y a su resurrección, es decir, el cristiano morirá, pero
con un resultado como en el caso de Cristo, que terminará en vida eterna. Sin
embargo, se da una tensión existencial en el hombre: pecado y Dios, mientras la
muerte lo une al viejo Adán, la vida nueva lo encamina hacia la vida de Dios. Si
opta por el pecado, lo juzgará la ley, si opta por Cristo, vive en la más absoluta
gratuidad, todo es gracia: la vida, la fe, la esperanza y la caridad, el bautismo, el
evangelio, la comunidad, etc. Si el hombre se abandona a la muerte cosechará
muerte eterna al final de sus días, en cambio, quien vive su bautismo, alcanza vida
eterna, la vida de resucitado, que Jesucristo comparte con todos los que le
pertenecen por el bautismo. Es que lo que no se sabe que el remedio contra el
pecado está en el mismo bautismo, ahí radica la fuerza de la gracia que capacita
todo cristiano para estar firme a la hora de la batalla que hay que dar por nuestra
fe.
c.- Mt. 10,37-42: Renuncia por seguir a Jesús.
El evangelio nos enseña a amar y querer a nuestra familia, desde el amor que
tenemos a Jesucristo. Este amor pleno y total que pide Jesús a su persona es
posible sólo en la medida que comprendemos que desde su amor podemos querer a
todas las personas que se nos ha confiado. Con esto queda claro que este amor
queda por sobre todo otro querer. Este mensaje va muy unido al cumplimiento del
cuarto mandamiento (cfr. Mc. 7, 10-13). Pero este amor sano y sereno, se puede
convertir en óbice para amar a Cristo y sus exigencias, sobre en tiempos difíciles de
persecución para la fe. Debe prevalecer el amor supremo a Jesucristo. Acepta el
discipulado de Cristo, siempre va a significar cargar la cruz, el discípulo no es más
que el Maestro, por lo tanto, debe estar dispuesto a tomar su cruz y seguirlo.
Entregar la vida para encontrarla. Se debe entender como entregar o perder la vida
en el discipulado, pero también, puede ser en el martirio. El discípulo no se
pertenece, es de la familia de Jesús, le ha entregado la vida a ÉL. Es la entrega de
la vida, al autor de la vida, la misma vida de Dios en él (cfr. Jn. 15,5), a Aquel que
vino para que tengamos vida en abundancia (cfr. Jn. 10,10). La vida de todos los
días alcanza cota de plenitud sólo en la vida de ÉL, a quien e la hemos entregado.
Aferrarse a la vida, lejos de la Vida que es Cristo, es entrar en la muerte. Quien a
vosotros recibe, a mí me recibe… todo servicio prestado a favor del prójimo será
premiado, lo mismo realizado por el Reino de Dios, ya sea a los apóstoles o
profetas de la comunidad o a cualquier hermano, hasta un vaso de agua fresca
también será recompensado (cfr. Mt. 25,33). Toda esta reflexión presenta lo que
encierra el querer seguir a Cristo Jesús, desde el amor exclusivo y preferencial
amor que se extiende a todo prójimo comenzando por la familia y que se extiende a
la comunidad eclesial, pero no se detiene ahí por desde esa plataforma se expande
en multiplicidad de servicios a todo ser humano.
Santa Teresa de Jesús, una amante de su vocación cristiana y carmelitana agradece
la vida que Dios le regaló. Vida exigente como ninguna, pero asumida con la fuerza
de quien cuenta en todo con la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús. “Sí,
que no matáis a nadie, ¡Vida de todas las vidas!, de los que se fían de Vos, y de los
que os quieren por amigo; sino que sustentáis la vida del cuerpo con más salud y le
dais vida al alma (Vida 8, 6).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD