XIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par
Martes
Lecturas bíblicas
a.- Gn. 19, 15-29: Llovió azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra.
b.- Mt. 8, 23-27: La tempestad calmada.
El evangelio nos presenta el quinto milagro, de una serie de diez, que realiza Jesús
en Israel (cfr. Mt.8-9), donde quiere instruir a sus discípulos, probar su fe y
fidelidad, con fines catequéticos. De ahí que antes de calmar la tormenta, les
reprocha su falta de fe. El evangelista, le da un carácter vocacional al relato:
“Subi￳ Jesús a la barca y sus discípulos le siguieron” (v. 23). La intenci￳n del
evangelista es presentarnos a Jesús a sus discípulos, a la comunidad eclesial y no
que haya calmado el mar. Los discípulos siguieron a Jesús, rasgo fundamental, a la
hora de delinear el itinerario del apóstol, su íntima unión con el Maestro, participar
de su destino, entrar en el Reino de Dios, por la obediencia y la confianza. Hasta
hoy se levantan estas tempestades, fruto de las fuertes corrientes de aire que
bajan al lago rodeado de montañas. Los apóstoles experimentados pescadores
advierten el peligro, sobre todo cuando las olas entran dentro de la barca. Mientras
tanto Jesús duerme en la barca, mientras la barca se hunde. Está oculto en Dios;
s￳lo ÉL los puede librar. Los ap￳stoles gritan: “Se￱or, sálvanos, que perecemos!”
(v.25). Su actitud es de desesperación, pero también de confianza. La solución la
ven el Señor que está entre ellos, sus propias fuerzas y la propia experiencia no
sirven de nada. Pero Jesús les dice: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?»
(v.26). Se despliega el poder de Jesús, que domina las fuerzas de la naturaleza,
con lo que restituye a ella el orden establecido por el Padre Creador, amenazada
por el poder del mal. La fe en Jesucristo, es fuente de confianza, los discípulos que
estaban con ÉL, les faltó lo fundamental: la fe. La actitud de los discípulos, por lo
menos desconcertante, porque por una parte creen en Jesús, pero, por otra temen
hundirse. Reconocen que el poder de Dios está en Jesús, es su enviado, pero tienen
miedo cuando lo ejercita. A una sola palabra de increpación del Maestro y Señor, el
mar y los vientos se calman, se serenan (v.26). En ellos la fe es todavía débil, pero
es ella la que disipa el temor, la preocupación y la angustia. Así y todo tienen fe,
aunque sea poca, no se saben todavía a salvo en las manos del Padre, como les ha
enseñado Jesús (cfr. Mt. 6, 25-34). La pregunta de los discípulos es l￳gica: “﾿Quién
es este?...” (v.27). Antes la gente se había asombrado del mensaje propuesto con
autoridad, ahora la admiración se debe al dominio de la tormenta y del mar (Mt.
7,28). Los elementos de la naturaleza, le obedecen, lo mismo, que los demonios y
las enfermedades. Si Jesús tiene semejante poder: ¿no deberían los hombres
obedecerle? ¿Es realmente Señor y Maestro, como lo llaman los apóstoles? Además
de todo lo que dejaron los apóstoles por el seguimiento de Cristo, en este episodio
milagroso dejaron de lado su confianza en sus propias capacidades, para poner su
confianza en Cristo Jesús. Ahí experimentaron el auténtico seguimiento de Cristo: él
está en la barca, su centralidad, hace pensar que basta sólo ÉL. Más que una
interrogante que refleje incredulidad, es mejor pensar en toda una confesión de fe
de parte de aquellos hombres, ante las palabras de Jesucristo. También nosotros
podemos decir esas palabras, mirando la vida que llevamos, que todavía
mantengamos un puñado de fe en Dios en nuestras manos.
S. Teresa de Jesús, de este evangelio tiene experiencia, pues cuando su vida se
hundía, la oraci￳n la rescato. “ᄀOh, qué buen Dios! ᄀOh, qué buen Se￱or y qué
poderoso! No sólo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras. ¡Oh,
válgame Dios, y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor! Es así, cierto, que
muchas veces me acordaba de cuando el Señor mandó a los vientos que estuviesen
quietos en la mar, cuando se levantó la tempestad (Mt 8,26), y así decía yo; ¿Quién
es Este que así le obedecen todas mis potencias y da luz en tan gran oscuridad en
un momento y hace blando un corazón que parecía piedra, da agua de lágrimas
suaves adonde parecía había de haber mucho tiempo sequedad?; ¿quién pone estos
deseos?; ¿quién da este camino?; que me acaeció pensar: ¿de qué temo?, ¿qué es
esto? Yo deseo servir a este Señor; no pretendo otra cosa sino contentarle; no
quiero contento ni descanso ni otro bien, sino hacer su voluntad (que de esto bien
cierta estaba, a mi parecer, que lo podía afirmar)” (Vida 25,18-19).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD