Solemnidad. San Pedro y San Pablo, apóstoles
Pedro y Pablo
La Iglesia celebra hoy la fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo, como grandes
pilares de la fe en el comienzo de la Iglesia primitiva. Ambos tuvieron que
asumir los desafíos del inicio de la expansión y difusión del Evangelio de
Jesucristo. Fue una fase crucial de la Iglesia, que impulsada por el Espíritu
Santo, se abría al mundo entero para comunicar la buena noticia de la salvación
a todos los seres humanos. Ambos, apasionados por Jesucristo y su Evangelio,
dieron testimonio con su sangre del mensaje de la salvación. Por caminos muy
diferentes, pero con el mismo amor a Jesucristo, los dos proclamaron con su
vida y su palabra la alegría de la fe. La Iglesia los venera juntos, en el mismo
día, haciendo memoria creyente de estos apóstoles y mártires, cuyos sepulcros
se encuentran en Roma en sus respectivas basílicas.
Pablo era un judío fariseo de la diáspora, profundamente convencido y orgulloso
de su fe en la religión de Moisés, que, tras el encuentro personal con el Señor
Jesús, recibió el impulso del Espíritu para ser el testigo más convincente del
Evangelio de Cristo en las vastas regiones de Asia Menor y la Europa de la
cultura clásica grecolatina. Su testimonio y su pensamiento, su experiencia
religiosa y su pasión misionera han quedado reflejados en los Hechos de los
Apóstoles y en las trece cartas atribuidas a Pablo en el Nuevo Testamento,
haciendo de él el testigo primero y más amplio de la vida cristiana.
Pablo fue un entusiasta apasionado del Evangelio, es decir, del mensaje de
salvación que para el género humano supone el anuncio de Jesús, el Mesías, y
éste crucificado y resucitado. Esta palabra potente de salvación cautivó su vida y
se convirtió en el sentido de su existencia. Su ejemplo puede servirnos en
nuestra espiritualidad profunda para transformar nuestras capacidades
personales y concentrar toda la vida en el amor a Cristo. El Evangelio de Cristo
es el fundamento de la fe, el sostén de la esperanza y la palabra más potente
para transformar el mundo. Pablo fue también el primero que propició la
apertura y el encuentro del evangelio con la cultura del mundo grecolatino.
Desde su primer escrito, la primera carta a los Tesalonicenses, hasta el último
original, la Carta a los Romanos, todas sus cartas, son cartas amistosas que
responden puntualmente a los problemas de las comunidades eclesiales de vida
urbana que en su mayor parte él mismo fundó. Sin embargo, reflejan también la
fuerza del Evangelio en su vida como potencia del Espíritu para dar respuesta a
los grandes interrogantes de la existencia humana. La trascendencia de las
grandes cartas, a los Gálatas, las dos a los Corintios, y sobre todo la Carta a Los
Romanos, ha marcado la historia de la cultura occidental. Pablo, como gran
teólogo del cristianismo, realiza la primera síntesis del encuentro del Evangelio
con su cultura en todas las ciudades de su misión por la cuenca mediterránea,
en Tesalónica, Filipos, Corinto, Éfeso y Roma. Él es el paradigma del encuentro
del Evangelio con las culturas. En un mundo multicultural como el nuestro,
particularmente en Latinoamérica y África, nuestra Iglesia debe seguir
profundizando los valores y los antivalores, las creencias y las tradiciones, los
interrogantes abiertos y las deficiencias de las culturas para propiciar el
encuentro profundo con los valores del Evangelio y contribuir así a la Nueva
Evangelización del mundo contemporáneo, que mira al continente
latinoamericano como el continente del amor y de la esperanza. La entrega de
Pablo a la causa del Señor en la misión evangelizadora y en medio de no pocas
tribulaciones queda patente en el testamento final de su vida, que escrito por él
o por algún discípulo suyo, está recogido en la Segunda carta a Timoteo que hoy
leemos (2 Tim 4,6-18).
Sobre Pedro, el texto evangélico de su fiesta está en el centro del evangelio de
Mateo (Mt 16,13-20). En él Jesús plantea abiertamente la cuestión de su
identidad, pero reclama, sobre todo, la respuesta personal de sus discípulos.
Destaca sobremanera la confesión de fe de Pedro, profundamente creyente, que
reconoce en él al Mesías y al Hijo de Dios vivo. A esa confesión de fe de Pedro
corresponde Jesús con una triple indicación: la felicitación por haber recibido de
Dios la revelación que le ha llevado a profesar su fe, la elección particular de
Jesús para que Pedro desde su fe constituya el fundamento sólido de la única
Iglesia de Cristo y la concesión de toda la autoridad, mediante la entrega de las
llaves del Reino, para ejercer su misión al servicio del mismo con la potestad de
atar y desatar.
Especialmente resuena la correspondencia entre las palabras de Pedro: “Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo” y las de Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia”. La confesión de Pedro, decidida y audaz, impulsa a
Jesús a conferir a Pedro una misión y un estatuto especial en el interior de su
Iglesia. Una bienaventuranza tan personalizada y singular no es habitual en los
textos bíblicos, los cuales dirigen este tipo de felicitaciones a grupos o categorías
de personas. Lo extraordinario de la expresión atrae la atención sobre la figura y
la misión de la persona de Pedro, cuya primacía entre los discípulos queda
patente a lo largo de todo el Evangelio. La bienaventuranza dirigida a Pedro
muestra que el origen de su conocimiento es el resultado de una verdadera
revelación del Padre.
Mediante el juego de palabras, Pedro y Piedra, Mateo justifica el cambio de
nombre de Simón, pues, al llamarlo así, Jesús transforma su identidad personal
apuntando a la misión específica que va a tener en la construcción de su Iglesia.
La piedra es símbolo de la estabilidad, de la solidez y de la durabilidad. En el
Antiguo Testamento se aplica a Dios (Sal 18,2) y al Mesías (Sal 118,22-23; Is
28,16-17), y a Abraham en cuanto cabeza del pueblo Israel (Is 51,1-2) y en el
Nuevo Testamento a Jesús (Rom 9,33; 1 Cor 3,11; 1 Pe 2,4-8). De este modo el
nombre de “Pedro” refleja su misión y su función en la Iglesia. Con este
fundamento, el Señor Jesús fundará y construirá la Iglesia. Es una acción futura
que realizará Jesús en persona consolidando una comunidad mesiánica, no
reducida ya al grupo histórico de sus discípulos sino abierta a todas las gentes
(Mt 28,16-20). La Iglesia es la comunidad y la asamblea de los llamados y
convocados por Dios para vivir en su Alianza de amor. Esa comunidad mesiánica
trasciende las fronteras nacionales, étnicas, culturales y lingüísticas y constituye
el nuevo Pueblo de Dios de carácter universal. De esa Iglesia Pedro es el
fundamento sobre el que Jesús erige una comunidad viva, que anclada en la fe
petrina confiesa a Jesús como Mesías e Hijo de Dios vivo y participará de su
victoria definitiva sobre el mal y sobre la muerte.
Con la entrega de las llaves del Reino a Pedro se subraya la autoridad recibida
por parte de Jesús en el servicio al Reino con la tarea eclesial de atar y desatar,
es decir, de interpretar y llevar a cabo el proyecto de Dios sobre la humanidad,
revelado en el Evangelio. Esta misión de atar y desatar pertenece también a la
Iglesia (Mt 18,18) pero tiene en la figura del apóstol Pedro su primacía. La figura
del actual sucesor de “Pedro”, el papa Francisco, está comunicando un mensaje
de renovación de la Iglesia y del mundo, y es un motivo de inmensa alegría pues
a través de él, de su palabra sabia e iluminadora, sigue consolidándose la fe
entusiasta y comprometida de la Iglesia en torno a Jesús, Mesías, el Hijo de
Dios. Oremos por el Papa en este día para que siga transmitiendo al mundo el
Evangelio de la Alegría.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura