Comentario al evangelio del martes, 1 de julio de 2014
Queridos amigos:
El texto de Amós que leemos hoy posee un gran vigor literario. Engarza siete preguntas que son como
siete truenos para despertar al pueblo de su modorra e invitarlo a la conversión. Casi podríamos decir
que son un anticipo de la tormenta que nos narra Mateo.
Este relato de tormenta está íntimamente conectado con el fragmento de ayer. El que quiera seguir a
Jesús debe estar dispuesto a correr su misma suerte. Ahora bien, en medio de las pruebas no debe
olvidar que Jesús está a su lado para ayudarle a no sucumbir. El relato de la tempestad calmada ha
tenido muchas interpretaciones alegóricas. A menudo la barca se ha entendido como figura de la
iglesia que navega en la historia, zarandeada por dificultades de todo tipo, pero, en último término,
confiada en la fuerza de su Señor. Hoy, sin embargo, no me he sentido atraído por esta interpretación
sino que me he detenido en dos humildes palabras del relato de Mateo. Parecen insignificantes, pero
han tirado de mí. Estas dos palabras son: "él dormía". Podemos imaginar la escena. Jesús sube a la
barca con sus discípulos y, en un momento determinado, acusa el cansancio y se duerme. Tan profundo
es su sueño que ni siquiera percibe la tempestad que se ha desatado en el lago. El texto dice que los
discípulos "se acercaron y lo despertaron". Jesús se duerme, no sólo porque está agotado, sino también
porque se fía de los suyos, los considera expertos en navegación. Es curioso este dato: Jesús se fía de
los suyos y los suyos, sin embargo, no acaban de fiarse de él.
Me parece una metáfora de nuestra situación actual. Jesús nos ha concedido su Espíritu y se fía de
nosotros. Nos ha encargado pocas cosas: "Amaos", "Haced esto en memoria mía", "Dadles vosotros de
comer". Nosotros, sin embargo, cuando experimentamos pruebas, en seguida nos ponemos nerviosos,
nos lanzamos a multiplicar los análisis, repartimos responsabilidades y, lo que es peor, comenzamos a
desconfiar: "Esto no tiene futuro", "Todos se meten contra nosotros", "El mundo va de mal en peor".
Jesús duerme porque se fía de nosotros. Pero si nosotros no nos fiamos de él no tendremos más
remedio que despertarlo y decirle con claridad: "Señor, sálvanos, que perecemos". Es probable que de
vez en cuando necesitemos comprobar que el mismo que duerme plácidamente tiene poder para
levantarse, increpar a los vientos y al lago y producir una gran calma.
Fernando González