Comentario al evangelio del sábado, 5 de julio de 2014
Queridos amigos:
¡Menos mal que la semana termina con un poco de esperanza! Amós, cansado ya de meter tanto el
dedo en la llaga, adopta hoy un tono positivo que nos ayuda a afrontar el futuro de otra manera: "Haré
volver a los cautivos de Israel". El guión profético es siempre el mismo. Primero se mete miedo en el
cuerpo, se ponen los motores al máximo, y, cuando el personal está hecho polvo, entonces vienen las
promesas y los halagos. No soy nadie para enfadarme con Amós, pero uno acaba un poco harto de este
recurso teatral. Y, sin embargo, la vida nos muestra que toda patria es un exilio superado, que toda
alegría es una tristeza vencida, que toda paz es una guerra terminada. A esto, en lenguaje cristiano, lo
llamamos "misterio pascual". Cuesta hacerse a la idea de que así es como avanza la vida verdadera.
En el evangelio también se respira aire de novedad. Los "amigos del novio" no guardan luto sino que
se alegran con el vino nuevo de la fiesta. El novio representa la irrupción de lo nuevo.
¿Cuántas veces habéis tenido la impresión de que todo lo que tiene que ver con nuestra fe parece, más
bien, viejo, ajado, como fuera de este tiempo? Es quizá el peso de una tradición multisecular. Pero lo
mejor es que siempre, siempre, bajo las cenizas de muchas cosas envejecidas, están siempre las brasas
de la novedad. Cada vez que un hombre o una mujer se estremecen ante las palabras de Jesús, es como
si naciera un mundo nuevo.
Fernando González