SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI (A)
Homilía del P. Josep M. Soler, abad de Montserrat
22 de junio de 2014
Dt 8, 2-3.14-16; 1Cor 10, 16-17; Jn 6, 51-58
Queridos hermanos y hermanas que celebráis la solemnidad de Corpus en Montserrat
o que desde lejos os unís a esta liturgia de la Casa de la Virgen:
Todos, en un momento u otro de la vida, hemos experimentado o experimentamos
dificultades. Todos nos hemos encontrado, nos encontramos o nos encontraremos con
el sufrimiento físico o espiritual: con la enfermedad, con la oscuridad interior, con la
soledad, y finalmente con la muerte. No somos diferentes del Pueblo de la Primera
Alianza del que nos hablaba la primera lectura. La experiencia del sufrimiento no es
ahorrada a nadie. A veces es también un sufrimiento colectivo, como es el caso de los
miembros más vulnerables de la sociedad que a menudo son víctimas de las
injusticias de los poderosos y de sus estrategias, lo cual conlleva marginación y
pobreza, desnutrición de muchos, particularmente niños, mientras se tiran alimentos
por exceso de producción en algunos casos o para mantener los precios; a veces el
sufrimiento es fruto de la injusticia, de la opresión, de la violencia. O, aún, fruto de los
intereses económicos de unos pocos faltos de ética, como ha ocurrido en la crisis que
ha empobrecido a tanta gente y ha dañado muchos avances sociales que se habían
conseguido. Como decía hace poco el Papa Francisco, "estamos en un sistema
económico mundial que no es bueno" y alimenta "una cultura que descarta", que
margina (cf. LV 16.06.14, p. 4). Vivir estas situaciones y hasta el solo hecho de
constatar y de darse cuenta de la dificultad ingente que supone poder cambiarlas,
puede llevar al pesimismo, a la falta de esperanza y, por tanto, a la desesperación.
Pero, desde la fe cristiana, sabemos que no debemos perder la esperanza en el Dios
que salva porque ama a todos, y con una predilección particular para con los pobres y
los pequeños. Como el Pueblo de la Primera Alianza del que nos hablaba la primera
lectura, Dios no nos deja abandonados en medio de las adversidades y tribulaciones.
Nos ofrece la luz y la compañía de su palabra y nos nutre espiritualmente con el maná ,
como decía Moisés al pueblo.
En nuestra situación de precariedad, individual o colectiva, la Palabra divina nos cura,
nos conforta y nos alienta, porque nos hace entender que la vida es un proceso
continuo de liberación interior por medio del trabajo de afrontar pruebas y dificultades
mientras vamos avanzado hacia la plenitud y, al mismo tiempo, nos enseña a crear
unos vínculos de solidaridad con los que sufren o pasan necesidad. Y, además, como
el pueblo que peregrinaba en el desierto, también recibimos un maná que nos
alimenta, que nos hace fuertes ante las dificultades y nos infunde esperanza. Es el
maná de la nueva alianza, que no consiste simplemente en un producto vegetal que
sacia el hambre del cuerpo, sino en un alimento espiritual que fortalece el interior de
los creyentes. Este maná de la nueva alianza es la eucaristía, el sacramento del
Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Dios nos sale al encuentro en nuestra debilidad y en
nuestro sufrimiento y nos ofrece su palabra iluminadora de la experiencia humana y el
pan que sacia el hambre existencial. Él nos otorga estos dones cuando celebramos la
Eucaristía y participamos de ella sacramentalmente.
La Eucaristía es, también, la presencia de Cristo resucitado en medio de la Iglesia, la
presencia del Señor entregado por amor y puesto a disposición de todos para acoger
nuestras oraciones. Y, además de ser un don para cada uno, la Eucaristía es, también,
un vínculo de unión entre todos los que participamos. La Eucaristía nos une en un solo
cuerpo por el hecho de participar del mismo pan , tal como enseñaba San Pablo en la
segunda lectura. Crea, pues, unos lazos de comunión fraterna entre todos los
bautizados que tenemos que hacer efectivos en la vida de cada día, prestando
atención a los demás, servicio generoso, comprensión, perdón y reconciliación, amor
sincero. Debido a esta dimensión de unidad que crea la Eucaristía, el día de Corpus
está muy vinculado al servicio de la caridad, y concretamente al servicio que hace
Cáritas. El sacramento del altar es inseparable del sacramento del hermano. La
participación en la Eucaristía y la adoración del Cuerpo y la Sangre sacramentales del
Señor, son inseparables de la atención a las personas necesitadas tanto para
ofrecerles la ayuda que necesitan como para construir espacios de esperanza (cf. el
lema de Cáritas de este año) en nuestra sociedad desde el compromiso evangélico.
Es una tarea urgente, porque como dice un informe reciente de esta institución de la
Iglesia, a pesar de los indicios de una mejora de los datos de la gran economía, la
pobreza es cada vez más extensa, más intensa, más crónica y más profunda; de
hecho, en los últimos siete años se han tenido que duplicar las ayudas. Por eso os
agradeceremos que colaboréis en la colecta que haremos al final de la celebración a
favor de la obra asistencial que la Iglesia hace a través de Cáritas.
Y hay todavía una tercera dimensión de la Eucaristía; la remarcaba el evangelio. La
Eucaristía nos es prenda de vida eterna . Tal como decía Jesús, El que come mi carne
y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día . Es decir, el que
se nutre con este sacramento, encontrará la vida para siempre después de traspasar
el umbral de la muerte. Es más, la Eucaristía nos anticipa la experiencia espiritual de
la vida eterna , que es la relación íntima con Jesucristo. Decía, también, el Señor: El
que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. No es un estar inmóvil y
pasivo; es una relación de intimidad y de compenetración, que marca y transfigura
toda la existencia.
La Eucaristía cura nuestras heridas, nos da fuerzas espiritualmente, nos abre a una
relación íntima y amistosa con Jesús posibilidad de compartir todas las cosas de
nuestra vida con él. Y, al mismo tiempo, la Eucaristía establece unos vínculos
fraternos con los otros, que debemos procurar vivir con generosidad, con voluntad de
perdón y de reconciliación, con el compromiso de colaborar en hacer una sociedad
más justa y solidaria. Pero, además, la Eucaristía nos abre la puerta de la vida más
allá de la muerte, en la comunión gozosa con Dios y con todos los redimidos por la
sangre de Jesucristo. Por ello, en esta solemnidad de Corpus, agradecemos el don de
la Eucaristía y adoramos el designio divino que ha querido que Jesucristo resucitado
continuara presente entre nosotros en la celebración de la Eucaristía y en la presencia
fiel y silenciosa del tabernáculo.