SAN PEDRO Y SAN PABLO
Pedro nos confirma en la fe y Pablo en la misión
Llama la atención que esta fiesta, netamente eclesial, fuera adoptada en la
liturgia romana antes incluso que la misma fiesta de Navidad, pero así es. Los
textos que se proclaman en la liturgia giran en torno a estas dos columnas de la
Iglesia. A Pedro se refieren la primera y la tercera lectura. Pablo nos ofrece un
precioso retrato biográfico en su carta a Timoteo. De estos textos emergen las
líneas fundamentales que marcan el diseño del verdadero apóstol de Cristo y de
su Iglesia.
El discípulo es, ante todo, alguien que ha sido llamado por Cristo: “ El Señor me
llamó y me dio fuerzas” , escribe Pablo considerando retrospectivamente su
aventura apostólica. También aparece la primacía de la llamada de Cristo a
Pedro: “ Yo te lo digo: Tu eres Pedro ”. El nombre, en el mundo semítico es como
la definición de la persona misma. El nombre “Pedro” ( piedra ) expresa el rol que
Pedro realizará en el proyecto mesiánico de Jesús: Él será la base sobre la que
se erguirá bien compacta la comunidad mesiánica. La llamada no es fruto de una
herencia biológica o de otros motivos (“ de la carne o de la sangre” ) sino elección
gratuita de Dios Padre. La llamada y la elección son, pues, pura gracia. Es gracia
participar en la misma misión del Cristo, que es la verdadera “roca ”, el
“basamento ”, “ piedra angula r”.
El discípulo, al igual que el Maestro, tendrá que experimentar la oscura travesía
del rechazo y de la persecución. En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos
a Pedro arrojado en prisión, entre cadenas, vigilado por cuatro piquetes de
soldados, mientras otro discípulo, Santiago, es pasado a espada. La vida de
Pablo ha sido casi toda ella una batalla permanente, una navegación
tempestuosa hasta que su sangre fuera derramada como ofrenda sacrificial.
Sin embargo, Pedro recibe la promesa de que “ las puertas del infierno no
prevalecerán ”. Es una metáfora para indicar que no prevalecerá el reino de la
muerte o las fuerzas del mal que desafían al esplendor de la creación y a la
acción de Dios y de su Cristo. A Pedro, encarcelado por Herodes y bien vigilado,
se le cayeron las cadenas de las mano s”.
“Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba
insistentemente a Dios por él”. Viendo cómo la narración gira alrededor de la
figura de Pedro se adivina su relevancia ante la comunidad: Es una Iglesia
pequeña y pobre, pero vigorosa y orante; una Iglesia que tiene su fundamento
en Pedro-roca, signo visible de la roca que es Cristo; una Iglesia en la historia,
envuelta en la tempestad de la persecución y del odio de las fuerzas del mal y
de los poderes de este mundo; una Iglesia con la facultad del perdón y del juicio
(“ atar y desatar ”); una Iglesia profundamente humana con Pedro a la cabeza, el
que fue traidor y apóstol, hecho también de carne y sangre, pero una Iglesia a la
que se le han confiado las llaves , es decir, la misión de introducir a los hombres
en el Reino de Dios, enseñándoles a observar todo lo que ha recibido de Cristo.
La Iglesia es una realidad organizada, en comunión: San Pablo la presentará
como Cuerpo de Cristo, que, como nos dice la teología, no es una definición
puramente analógica o simbólica, sino expresión de su verdadera naturaleza,
porque en ella se revelan y actualizan los misterios de Cristo. Pablo trazará la
maqueta de la actividad misionera de la Iglesia con las insignias del servicio, de
la donación y de la esperanza.
Jesús el Señor ha apoyado su construcción sobre hombres de carne y huesos,
sostenidos evidentemente por el Espíritu, pero sin aureolas humanas, a fin de
que su presencia en ellos resplandezca sin oropeles, sino fiel y esencial. Es algo
que nunca debimos de olvidar.
Con Pedro, el que nos confirma en la fe, se nos ha dicho que somos una Iglesia
inquebrantable; con Pablo, que somos un Pueblo cuya dicha e identidad más
profunda es la misión evangelizadora. San Pablo encarnó como nadie la tarea de
la proclamación del mensaje de Cristo, muerto y resucitado, para que llegara a
todos los oídos, para que pasara a todos los corazones, y esto sin desmayo ante
las fatigas, prisiones, azotes, peligros, ayunos, frio y desnudez”.
La fe que nos identifica como cristianos y miembros de la Iglesia no nos ha
llegado por azar. Ha nacido y crecido gracias a los Apóstoles. Es la misma fe
apostólica, garantizada por éstos y asegurada por el ministerio de sus sucesores,
el Papa y los Obispos.
Pedro hasta ayer se llamó Benedicto XVI, el gran Papa de inteligencia clara, de
humildad exquisita, de amor apasionado a la Iglesia y al mundo, y que hoy se
llama Francisco: el pastor pobre, humilde, sencillo y cercano, cuya profunda
experiencia de fe hace que su persona, sus palabras y sus hechos irradien aroma
de evangelio.
Oremos hoy el Papa Francisco y renovemos cordialmente nuestra comunión con
la Sede Apostólica. Con el llamado “óbolo de San Pedro” contribuiremos a que
quien nos preside en la caridad siga siendo cauce de ayuda a las Iglesias más
necesitadas.
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos