Encuentros con la Palabra
Domingo XIV del tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 11, 25-30)
“Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Conocí a Carlos Riesgo en una comunidad de Fe y Luz que lleva por nombre Ephetá , que significa:
¡Ábrete! Una comunidad que reúne, alrededor de la Palabra de Dios y de la construcción de la
fraternidad, a niños y niñas con alguna deficiencia mental o psíquica, a sus familiares y a sus amigos.
Jean Vanier y Marie Hélène Mathieu, fundaron estas comunidades hace ya más de treinta años y se
han ido extendiendo a lo largo y ancho del mundo. En Colombia está apenas naciendo una de ellas;
lleva unos años de camino lento y pausado, como debe ser el proceso de cualquier obra que de
verdad quiera llegar a ser grande, como las ceibas de nuestros campos o el grano de mostaza del
Evangelio.
Carlos sufre de una parálisis cerebral y tiene muchos problemas para moverse y para hablar; pero sus
ojos, vivos como centellas, dicen más de lo que sus difíciles palabras alcanzan a expresar. Un buen
día, a propósito de un encuentro al que fuimos un fin de semana junto con otras comunidades llegadas
de otras ciudades, me pidieron que estuviera especialmente pendiente de Carlos los tres días que
estaríamos reunidos. Él se defiende muy bien y hace prácticamente todo por sí mismo; lo único que
necesitaba era apoyo y respaldo por cualquier eventualidad. Yo acepté el reto con mucho gusto.
Ese bendito fin de semana recibí una de las lecciones más importantes de mi vida; en esos tiempos
estaba yo haciendo unos estudios de especialización en teología y contaba con un grupo de
distinguidos profesores, todos ellos doctores. Sin embargo, el mejor profesor que tuve durante esos
años fue Carlos Riesgo, no lo puedo dudar. El necesitaba apoyo y yo necesité paciencia... mucha
paciencia, porque Carlos lo hace todo lentamente, a su ritmo: comer, moverse de un lugar a otro,
acomodarse en su silla, arreglarse por las mañanas... Desacelerarse un fin de semana completo, para
los que vamos por la vida como una moto, no resulta un trabajo fácil. Y, dentro de lo que hace
lentamente, lo que más me costó trabajo fue su forma de hablar...
Cada vez que Carlos quería decirme algo, comenzaba a articular difícilmente las palabras, tratando de
hacer una frase comprensible. Y yo, con el acelere de siempre, trataba de adivinar lo que quería
decirme, sin dejar que él terminara. Tan pronto yo lo interrumpía con una frase que no era la que él
estaba tratando de armar; hacía un gesto con la mano y comenzaba de nuevo su tortuoso esfuerzo
por expresarse... De nuevo, el hábil sabelotodo, que quiere apurar el paso y ganar tiempo, se me salía
con otra frase que tampoco lograba adivinar el trabalenguas... Y vuelva a empezar otra vez... Hasta
que, poco a poco, fui aprendiendo que cuando yo me quedaba callado y esperaba a que Carlos
terminara de decir lo que quería decir, a la velocidad que él iba, entonces, ¡oh milagro!, entendía que
lo que quería era un vaso con agua o que le alcanzara fruta...
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que
escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido”. Este grito de júbilo de
Jesús debió nacer después de haberse encontrado con alguna de estas personas que la sociedad
desprecia o considera inútiles. Son ellos los depositarios de los secretos del Reino de Dios. Por eso,
gracias a Carlos, el Señor me gritó: ¡ Ephetá ! para enseñarme a escuchar a los demás sin
interrumpirlos; para aprender a callar y a respetar el ritmo de los sencillos... No se si he logrado vivir
todo esto, pero siento la responsabilidad de alabar con Jesús la ocurrencia de Dios de revelarle los
misterios del Reino a los más pequeños, ocultándolos de los sabios y entendidos. Por eso, tenemos
que pedir todos los días que el Señor quiera abrir nuestros oídos para saber escuchar sus mensajes y
dejarnos evangelizar por los más pobres de nuestra sociedad. “Sí, Padre, porque así lo has querido”.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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